ABRE LA VENTANA Y VERÁS PASAR EL INVIERNO
Hoy el sol cayó más rápido, como si el día estuviera harto de sí mismo. Observé cómo la luz se retiraba de las paredes, como si alguien desenrollara una alfombra dorada demasiado gastada. Las sombras se estiraron largas y delgadas, pero no lo suficiente como para alcanzar lo que dejaron atrás.
Es 21 de diciembre, el día más corto del año. A partir de ahora, las horas volverán a crecer, pero eso no significa nada. El tiempo no retrocede. Solo se encoge, como un suéter que ya no me entra pero me niego a tirar.
Abrí la ventana. El aire frío entró sin permiso y me cortó la piel como si quisiera recordarme que aún estoy aquí. A veces lo olvido. Respiro, camino, incluso hablo, pero la sensación de estar viviendo se me escapa como arena entre los dedos.
Hoy no pude dejar de pensar en la línea de llegada. Esa que nunca imaginé tan cerca, pero que ahora puedo vislumbrar, pequeña y borrosa, como una luz al final de un túnel largo y recto. No sé si correr o detenerme. Lo que queda ya no parece suficiente, pero tampoco quiero que se acabe.
Me senté en la silla junto a la ventana, esa que cruje cada vez que me dejo caer en ella acompasado con el sonido de mis huesos. Miré afuera, al horizonte. La ciudad se encendía con su luz artificial, un intento desesperado de prolongar la vigilia. Pero la verdad es que no importa cuánto alarguemos el día, el sol siempre se irá. Y nosotros con él.
Los días que vienen serán más largos, pero no más llenos. Eso lo aprendí hace tiempo. La juventud te hace creer que cada amanecer es un comienzo, pero llega un punto en que cada atardecer parece un aviso. No me gusta pensar en esto, pero hoy no pude evitarlo.
El reloj marcó las seis con un golpe seco. Me levanté y recorrí la sala, pasando los dedos por las cosas acumuladas con los años: libros que ya no releo, fotos de un pasado que parece de otra vida, y pequeños objetos que creí importantes en su momento pero cuyo significado ahora se me escapa. Todo pesa más cuando sabes que no tendrás tiempo de dejarlo en orden.
El sol desapareció detrás de los edificios y el cielo se apagó en un gris sin alma. Miré las luces de la calle encenderse una por una, y pensé que, en cierto modo, también yo he empezado a parpadear, cada vez más lento, cada vez más tenue.
Hoy es el día más corto del año, pero no se trata del sol, ni del frío, ni de las sombras. Es el tiempo. Se siente más corto. Más apretado. Como si el futuro ya no tuviera espacio para extenderse.
Cerré la ventana. El aire helado quedó afuera, pero el vacío seguía dentro. Tal vez mañana salga el sol más tarde. Pero no más cálido.
«La envidia es un pecado detestable. Este vicio de mis enemigos puede ser el escondido factor de las escasas críticas negativas» (Augusto Monterroso, nacido el 21 de diciembre de 1921 para escribir un famosísimo microcuento sobre un dinosaurio que veía al despertar. Much@s aún lo seguimos viendo)
Hoy hace 4 años que no se le pueden abrazar, físicamente por supuesto, y es bueno no olvidar de ella por la música que dejó.
Abraçada eterna
Els seus braços l’envoltaven com l’últim refugi en un món que s’esfondrava. Cada nota de Hold Me ballava entre els dos, com un pacte secret que només ells entenien. La pluja colpejava la finestra amb desesperació, però dins, tot era silenci i calor. Ell li xiuxiuejava promeses amb veu trencada, i ella, amb els ulls tancats, va somriure: "No cal que diguis res. Ja ho sé."
Sense paraules, precios!
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