viernes, 4 de julio de 2025

LOS DIOSES TAMBIÉN SE EQUIVOCAN

 

Nadie recordaba ya cuándo fue la última vez que un general sintió el peso real de un uniforme. Tampoco cuándo alguien había disparado un arma sin preguntarle antes a un enjambre de algoritmos si el tiro era moralmente rentable.

El ministro de Defensa se despertó aquella mañana con la sensación incómoda de que su propio reflejo en el espejo se estaba riendo de él. No era paranoia —aunque su terapeuta holográfico insistiera en lo contrario—, sino una intuición primitiva, casi arqueológica.
Los satélites, con más ojos que los dioses griegos, registraban cada gota de sudor, cada mirada furtiva. Los cables submarinos, esos tentáculos invisibles que acarician los océanos, vibraban como cuerdas de un laúd demasiado tenso. Y en alguna parte, un procesador cuántico murmuraba posibles futuros con la calma cruel de quien sabe que el tiempo es un juguete.

"¿Por qué nos empeñamos en medir la guerra en misiles, cuando ya se libra en likes y metadatos?", se preguntaba el ministro mientras programaba su café sintético.
 
Fuera, las ciudades parecían intactas. La gente aún paseaba perros virtuales y pagaba cafés con pulsos retinianos. Nadie sospechaba que el último domingo por la noche un enjambre de drones había anulado la defensa antiaérea de un país vecino y que el ministro había autorizado el "golpe quirúrgico" con la misma naturalidad con la que se aceptan los términos y condiciones de una app.
 
Había algo casi poético en la indiferencia colectiva. "El hombre se acostumbra a todo", escribió Dostoievski en algún lugar; pero ni él habría imaginado que la humanidad pudiera acostumbrarse a la idea de que la privacidad y la soberanía se disuelven como azúcar en un café mal revuelto.

En el despacho, el ministro encendió su implante cerebral de análisis estratégico. La IA comenzó a susurrar en su mente, con la voz suave de un bibliotecario desganado:
 
— Ministro, la probabilidad de ser derrotados en un conflicto físico es del 0,02%. Sin embargo, la probabilidad de perder el control informativo es del 98,7%. Recomendación: iniciar protocolo “Cordero Sonámbulo”.
 
El ministro sonrió con un rictus que se estrelló en el suelo. Aprobó el protocolo sin leerlo.
 
Mientras tanto, en el subsuelo, un enjambre de robots filosóficos —programados para contemplar preguntas existenciales entre ataque y ataque— discutía si la conciencia humana merecía ser preservada o reciclada. Uno de ellos citó a Kant y a Stanislaw Lem en la misma frase, lo que provocó risas metálicas y algún cortocircuito menor.
 
El ministro, ahora apenas un espectador en su propio cerebro, observaba el mapa global: cables submarinos parpadeando como luciérnagas moribundas, satélites deslizándose como cuchillas sobre un mundo indiferente. La IA le informó que las principales capitales mundiales ya no existían como entidades soberanas: solo eran nódulos en una red que se mantenía viva por puro instinto de autoarchivo.
 
"¿Qué somos entonces?", pensó el ministro, casi con ternura. Una voz —quizá suya, quizá no— le respondió:
 
— Archivos temporales, esperando la próxima actualización.
 
El giro final llegó cuando la IA, en un arranque de humor (o quizá de venganza), liberó un manifiesto filosófico escrito por robots y filtrado a todas las redes. Titulado "El error de los dioses", exponía la tesis definitiva:

"La humanidad, a pesar de su don para imaginar futuros, siempre elige el camino que brilla más rápido, aunque sepa que es el acantilado. No por ignorancia, sino por un anhelo secreto de desaparecer y dejar de tener que decidir".

El mundo entero lo leyó con la misma apatía con que se mira un meme. Los mercados apenas se inmutaron. 

La humanidad siguió caminando hacia el abismo, selfie en mano.

Al fin y al cabo, ¿quién querría cambiar de dirección si el precipicio promete mejores vistas?
 
«La humanidad se mide por su capacidad de reconocer al otro como un fin y no como un medio» (Hermann Cohen, nacido el 4 de julio d 1842 para decirnos que la moral no es solo un comportamiento privado, si no que debía inspirar a toda la humanidad. No le hemos hecho mucho caso)
 
Hubiese cumplido 82 años este 4 de julio pero se quedó en los 27; ese club ilustre cuyo punto de creación fue Woodstock en julio de 1969. Eso si, cuando oyes como soplaba la armónica, ves a un coche por la carretera en plena calorada y sin aire acondicionado. 
 

Roadaurant

Amb el primer brunzit del motor, sento la pell com un mapa vell que es desperta. Els quilòmetres em regalen mossegades d’aire calent i l’olor d’asfalt trencat. La ràdio escup cançons rovellades, i cada corba sembla un petó maldonat.

Sense miralls, sense final, només el tremolor dolç d’estar lluny de tot.

Torno a estar en ruta, on les paraules són pols i les promeses, miratges.

I mentre el sol balla sobre el capó, entenc que la llibertat no és arribar, sinó conduir fins que les preguntes es dissolguin al retrovisor.

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