sábado, 1 de noviembre de 2025

 NOVIEMBRE: EMPIEZA EL OTOÑO

Ya es noviembre y, ahora sí, empieza mi otoño. No el del equinoccio; el mío. Me entra una melancolía espesa que huele a madera mojada y álbumes abiertos. Los colores no me visten: me tocan. Rojo viejo, oro cansado, un verde que se rinde. Camino y cada hoja que cae me dice un nombre.

La cuántica me sirve de coartada —elegante y tramposa—: nada existe del todo hasta que lo miras. Pues yo te miro, noviembre, y te enciendo. Declaro inaugurada la estación de los románticos, la estación en que el corazón baja la voz para que se le oiga mejor. No me pidáis fórmulas: me quedo con lo único urgente, la pasión por este presente que fabrico como quien amasa pan con las manos tibias.

Es 1 de noviembre y el mundo se reparte entre cementerios y castañas. Yo hago balance en otra esquina: honro a los vivos, nombro a mis muertos sin alzar la voz y dejo las castañas para el frío que aún no llega. A 25 grados, la piel pide ventanas abiertas, no cucuruchos. Pongo música baja, preparo té que recuerda a infancia y dejo que entre el aire con su rumor de pasos que ya no suenan. A veces me parece que vuelves: tu perfume cruza el pasillo, se sienta a mi lado, me arregla el cuello. Entonces duele y arde a la vez. Nostalgia y deseo: dos llamas del mismo fósforo.

Mi Nirvana es elegir dónde poso la mirada: en el suelo, para aprender a caer; hacia dentro, para abrazar lo que no vuelve; de frente, para atreverme a querer lo que llega. Que tengáis un noviembre dulce, aunque se os rompa un poco. Yo sigo repartiendo besos y abrazos con criterio caótico: para quien está, para quien falta, para quien, sin saberlo, me sostiene cuando digo “hoy”.

«Ninguna muerte pasa sin dejar huella; quienes estuvieron cerca del difunto heredan parte del alma liberada y se vuelven más humanos.» (Ignoro si el autor de la frase, Hermann Broch –nacido el 1 de noviembre de 1886- la escribió en alguno de sus cumpleaño; lo cierto es que mejor no estar cerca de según qué muert@s. Por aquello de que libere algo no deseado)

Noche a noche, ya ha llegado a los 82 años con noches (y días) continuas sin volverse "fou". Que cumpla muchas más. 

Hotel de lluna baixa

A l’ascensor de matinada, la ciutat respirava com un gat ferit. Jo li murmurava promeses a una clau que ja no obria res. La nit —la teva— encenia finestres i apagava excuses. Vaig tastar el fred de la barana, olor de brisa i tabac antic; a la butxaca, el teu missatge es feia pedra. Quan va sonar l’última cançó del jukebox, vaig entendre el truc: el desig no té memòria, només gana. Vaig prémer el botó d’emergència: ningú. Llavors vaig aprendre a oblidar-te.