miércoles, 10 de diciembre de 2025

HABITACIÓN CON ECO

Apagó la luz y el silencio se sentó a su lado, como cada noche.

La cama apenas tenía memoria de otros cuerpos: una arruga aquí, una almohada hundida allá, restos de guerras que nunca llegaron a batalla.

Se miró en el espejo del armario, ese que ya sabía demasiado de él.

Sonrió con desgana, pero se sostuvo la mirada un segundo más de lo normal.

—Haces el amor como nadie —susurró.

El reflejo se lo devolvió al instante, con la misma media sonrisa cansada.

No había otra voz, ni otro cuerpo, ni otro perfume. Solo él, el rumor del tráfico lejano y la bombilla del pasillo zumbando como un insecto insomne.

Se tumbó despacio, ocupando el centro exacto del colchón, como si aún quedara alguien a quien no quería molestar.

Pasó la mano por el hueco frío del lado derecho.

—Algún día volverás —añadió—. Y entonces dejaré de hablar solo.

La habitación siguió vacía, pero el sonido de su frase tardó un poco más de lo habitual en apagarse.

«Que no vaya a repetirse nunca es precisamente lo que hace tan dulce la vida.» (Emily Dickinson, nació un 10 de diciembre de 1830 y 55 años después abandonó el mundo y pudo, por fin, irse de casa -literalmente-. Su vida fue un compendio de romanticismo trágico que acompañó a tantos otros poetas de su género)

Quién cantaba la canción del vídeo se quedó sin puntos cardinales el 10 de diciembre de 1999. 

La nit que vam perdre el sud

Quan van tancar l'últim bar del barri, algú va apagar també una època.

Els neons van morir a batzegades, com soldats cansats, i el jukebox va callar a mitja estrofa.

Jo m’hi vaig quedar dret, amb les mans buides i el cap ple d’històries que ja no interessaven a ningú.

—Això era casa nostra —vaig murmurar.

El cambrer va abaixar la persiana com qui enterra un vell amic.

A fora, la ciutat feia veure que no passava res.


 

 

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