miércoles, 9 de julio de 2025

 EL ÚLTIMO CAFÉ FRÍO

El sonido de la cafetera burbujea en la cocina como un suspiro asmático. Él mira el reloj: 07:43. Hoy era el día. El día en que iba a largarse con esa sensación de vértigo que solo dan las decisiones irreversibles.

La maleta descansa junto a la puerta, abierta como una boca muda. Dentro, ropa planchada, billetes de tren, un libro subrayado con rabia adolescente. Se había pasado la noche ensayando la frase perfecta para marcharse, una frase que sonara heroica y triste a la vez.

Pero ella no aparece. Silencio.

Se asoma al dormitorio. La encuentra en el suelo, el rostro torcido, la mano crispada alrededor del mando a distancia. Un hilo de voz imposible. Un balbuceo que ni él mismo entiende.

Llama a emergencias con manos que no parecen suyas. Un sudor denso le empaña la espalda, como si le hubieran arrancado la piel y dejado el alma al aire.

Mientras espera, le acaricia el cabello. El mismo cabello que ayer le pareció apagado. Que anoche evitó rozar cuando se metió en la cama.

De pronto, el teléfono vibra. Un mensaje de la otra. "¿Ya saliste? Estoy en la estación. Te compro un café?"

Su vista se nubla. La ambulancia llega. Lo apartan con gestos rápidos. Él se queda quieto, clavado en el pasillo. La maleta lo observa desde la puerta, como un perro al que nunca sacarás a pasear.

Horas después, en la sala de espera, un médico se le acerca. La cara seria, las palabras envueltas en un falso consuelo. "Ha tenido un ictus. No sabemos todavía el alcance. Necesitará cuidados constantes."

Él asiente. Se siente tan vacío que podría volar.

Vuelve a casa solo. La maleta sigue allí. Saca la ropa y la devuelve al armario. Se quita la chaqueta. Prepara otra taza de café. No le echa azúcar.

Suena el móvil. Otro mensaje de ella: "¿Estás bien? Contesta. Me preocupas."

Él escribe. Borra. Vuelve a escribir. Al final, solo teclea:

"Me da igual tu crisis de los cincuenta, te quedas y la cuidas."

Pero no lo envía. Se lo dice a sí mismo en voz alta, mirándose en el reflejo del microondas.

Y por primera vez en meses, siente el café quemarle la lengua.

«La vida no siempre tiene sentido, pero eso no significa que no valga la pena vivirla» (Dean Koontz, nacido el 9 de julio de 1945 y a quién felicitamos hoy ya que es posible que nos lea. Que viva muchos más años pero que no nos los amenice con el terror de sus novelas. Con la vida misma ya tenemos suficiente)

Y que cumplas muchos más de los 61 de hoy; que hayas llegado hasta aquí ya tiene su mérito si vemos con quién te juntabas. 

Escates a la pell

El mirall trenca el silenci abans que el crit. La guitarra fa de cicatriu oberta, i jo ballo amb la sang com si fos confeti. Cada cop que crido «live through this», m’arrenco un tros d’ànima i el llenço al públic, que em devora amb ulls vidriosos. L’escenari crema, però jo segueixo dreta, nua d’esperança, vestida només de ràbia i purpurina barata. Sobrevisc, però no vull. Només vull sentir l’electricitat travessar-me, una última vegada, abans que l’últim acord em despulli del tot.


 

martes, 8 de julio de 2025

 COPAS VACÍAS, PROMESAS LLENAS

Las copas están alineadas sobre la encimera como soldados esperando orden.

Ella pasa el paño con delicadeza obsesiva, repasando cada curva de cristal como si fuesen las vértebras de una espalda amada. El paño cruje, el vapor empaña el reflejo.

Las compró hace un mes, convencida de que la cita sucedería. Había buscado las copas perfectas: delgadas, elegantes, lo suficientemente frágiles para que parecieran un suspiro sostenido.

El vino duerme todavía en la botella, esperando ser liberado como un beso largamente guardado.

Mientras limpia, ella recuerda los mensajes. El "pronto nos vemos", el "ya te diré cuándo", el "no sabes las ganas que tengo". Frases que ahora suenan como ecos lejanos en un túnel.

A veces se detiene, mira el brillo que va quedando en el cristal y sonríe con una ternura triste. Porque en el fondo, el brillo es una pequeña rebelión contra la derrota. Una forma de decirle al mundo —y a sí misma— que todavía espera, aunque sea en silencio.

Cuando termina, las copas están impecables. Las coloca en el armario, una al lado de la otra, como dos cuerpos que jamás llegaron a encontrarse.

Apaga la luz de la cocina. Se queda un segundo en la penumbra, acariciando el borde de una copa. El cristal brilla, casi desafiante.

Quizá mañana, se dice. Pero sabe que el mañana es solo otro sinónimo elegante para nunca.

«A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo.» (Jean de La Fontaine, nacido el 8 de julio de 1621 para no evitar el camino a su destino que fue el de fabulista; otros actúan para evitar el premio nobel de la paz y sin embargo son nominados para recibirlo. Y tiene mérito que lo proponga un genocida)

Y que cumplas muchos más de los 75 de hoy ... y continuamos sin entenderte.

No m’entenguis, si us plau

Vaig marxar sense tancar la porta. Deixava l’eco dels teus “per què?” ballant com mosques borinotes dins el meu cap.

No vaig dir adéu perquè els adéus són trampes de sucre. Em vas mirar amb ulls d’àncora, però jo només volia naufragar.

Avui em veus pel carrer, rient amb estranys. Penses que he oblidat? No. Em disfresso de rialla per no ofegar-me.

Si algun dia em trobes, no em demanis explicacions. Només sóc un crit mal escrit en un diari vell.

 

 

lunes, 7 de julio de 2025

AGUJA EN EL PECHO

 

Hoy me ha dado por poner vinilos. No por nostalgia —ya no me quedan suficientes memorias vírgenes como para permitirme ese lujo— sino porque el silencio me suena a traición.

He elegido ese disco que nunca te gustó, el de la portada naranja, con esa voz rasposa que tú decías que cantaba como si le doliera cada nota. Yo lo adoraba justo por eso: por su dolor sin maquillaje.

Coloco el vinilo con cuidado, como si pudiera romperse el recuerdo. Lo alineo, bajo la aguja. Crac. Un gemido de estática. Después, la melodía.

El salón está igual que siempre. Tus libros aún desordenados. Tu bufanda en la silla. Pero ahora que lo pienso, no sé si eso lo dejaste tú o lo puse yo para que pareciera que aún vivías aquí. Hay ausencias que necesitan decorado.

Me siento frente al tocadiscos. No hago nada más. Solo escucho. La aguja recorre los surcos como yo recorro lo que fuimos. Raspa. Chirría. Repite. Casi como nosotros.

No sé si echo de menos tu cuerpo o lo que sentía cuando el mío estaba cerca del tuyo. Puede que solo eche de menos ser alguien con quien se escuchaban discos.

Cuando la canción termina, no levanto la aguja. Que siga sonando el ruido. Que siga doliendo. 

«Algunas personas no son buenas, pero tampoco son malas. Simplemente son humanas.» (V. E. Schwab, nacida el 7 de julio de 1987 y a quién felicitamos hoy por su onomástica; puede ser que si nos lee y sabe castellano, le llegue la felicitación. En caso contrario, la disculpamos. Es humana)

Y que cumplas muchos más de los 62 de hoy; y date prisa en enviar la carta antes de que desaparezca el papel. 

La carta que no vaig enviar

Vaig escriure “digues-li” en un full arrugat, amb la mà tremolant.

Digues-li que em feia por somiar amb els seus ulls oberts, que cada cop que deia el meu nom em caigueren totes les defenses.

Però no ho vaig fer.

Vaig guardar el paper dins un llibre que ningú obre, entre paraules mortes.

Potser un dia el trobarà, potser no.

Mentrestant, camino pels carrers, somiant que encara em busca.
Digues-li.

O no li diguis res.

Potser, al final, el silenci és la confessió més valenta