EL ÚLTIMO CAFÉ FRÍO

El sonido de la cafetera burbujea en la cocina como un suspiro asmático. Él mira el reloj: 07:43. Hoy era el día. El día en que iba a largarse con esa sensación de vértigo que solo dan las decisiones irreversibles.
La maleta descansa junto a la puerta, abierta como una boca muda. Dentro, ropa planchada, billetes de tren, un libro subrayado con rabia adolescente. Se había pasado la noche ensayando la frase perfecta para marcharse, una frase que sonara heroica y triste a la vez.
Pero ella no aparece. Silencio.
Se asoma al dormitorio. La encuentra en el suelo, el rostro torcido, la mano crispada alrededor del mando a distancia. Un hilo de voz imposible. Un balbuceo que ni él mismo entiende.
Llama a emergencias con manos que no parecen suyas. Un sudor denso le empaña la espalda, como si le hubieran arrancado la piel y dejado el alma al aire.
Mientras espera, le acaricia el cabello. El mismo cabello que ayer le pareció apagado. Que anoche evitó rozar cuando se metió en la cama.
De pronto, el teléfono vibra. Un mensaje de la otra. "¿Ya saliste? Estoy en la estación. Te compro un café?"
Su vista se nubla. La ambulancia llega. Lo apartan con gestos rápidos. Él se queda quieto, clavado en el pasillo. La maleta lo observa desde la puerta, como un perro al que nunca sacarás a pasear.
Horas después, en la sala de espera, un médico se le acerca. La cara seria, las palabras envueltas en un falso consuelo. "Ha tenido un ictus. No sabemos todavía el alcance. Necesitará cuidados constantes."
Él asiente. Se siente tan vacío que podría volar.
Vuelve a casa solo. La maleta sigue allí. Saca la ropa y la devuelve al armario. Se quita la chaqueta. Prepara otra taza de café. No le echa azúcar.
Suena el móvil. Otro mensaje de ella: "¿Estás bien? Contesta. Me preocupas."
Él escribe. Borra. Vuelve a escribir. Al final, solo teclea:
"Me da igual tu crisis de los cincuenta, te quedas y la cuidas."
Pero no lo envía. Se lo dice a sí mismo en voz alta, mirándose en el reflejo del microondas.
Y por primera vez en meses, siente el café quemarle la lengua.
«La vida no siempre tiene sentido, pero eso no significa que no valga la pena vivirla» (Dean Koontz, nacido el 9 de julio de 1945 y a quién felicitamos hoy ya que es posible que nos lea. Que viva muchos más años pero que no nos los amenice con el terror de sus novelas. Con la vida misma ya tenemos suficiente)
Y que cumplas muchos más de los 61 de hoy; que hayas llegado hasta aquí ya tiene su mérito si vemos con quién te juntabas.
Escates a la pell
El mirall trenca el silenci abans que el crit. La guitarra fa de cicatriu oberta, i jo ballo amb la sang com si fos confeti. Cada cop que crido «live through this», m’arrenco un tros d’ànima i el llenço al públic, que em devora amb ulls vidriosos. L’escenari crema, però jo segueixo dreta, nua d’esperança, vestida només de ràbia i purpurina barata. Sobrevisc, però no vull. Només vull sentir l’electricitat travessar-me, una última vegada, abans que l’últim acord em despulli del tot.