viernes, 12 de diciembre de 2025

YO AHORA BEBO TÉ MATCHA

 

Eduardo y Fernando aprendieron a escribir su nombre en la misma mesa de plástico del parvulario. Compartieron lápices mordidos, rodillas peladas y ese descubrimiento solemne de que dos más dos eran cuatro… salvo en los exámenes, que a veces salía otra cosa.

Luego vinieron el instituto, los primeros granos, los primeros amores, las primeras borracheras discretas. Más tarde, la universidad, el trabajo, las hipotecas, los niños con nombres cuidadosamente elegidos y ojeras sin glamour.

Y un día, después de cinco años sin verse, se cruzaron en la calle.

—¡Hombre, Fernando! Cuánto tiempo… ¿cómo estás? —dijo Eduardo, ajustándose la corbata como si hubiera ensayo general.

—¡Muy bien! ¿Y tú?

—Bien, bien. Tirando.

—Oye, que me coges con un poco de prisa. Te llamo un día de estos, tomamos un café y nos ponemos al día, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Nos llamamos. ¡Hasta luego!

No se llamaron.

Pasaron diez años. Diez navidades, diez listas de propósitos incumplidos, diez veranos jurando que el próximo sería distinto. Y volvieron a encontrarse en la calle.

—¡Eduardo! Cuánto tiempo… ¿cómo estás? —ahora era Fernando el de las canas en las sienes.

—¡Muy bien! ¿Y tú?

—Bien, bien.

—Oye, que me coges con un poco de prisa. Te llamo un día de estos, tomamos un café y nos ponemos al día, ¿te parece?

—Perfecto. Nos llamamos. ¡Hasta luego!

Tampoco se llamaron. El café seguía ahí, en ese futuro cómodo donde se aparcan las cosas importantes.

Pasaron otros diez años más. El futuro se había encogido y ellos también. Esta vez se encontraron cerca del ambulatorio, con más farmacia que escaparate alrededor.

—Hola, Fernando. Cuánto tiempo… ¿cómo estás?

—¡Muy bien! ¿Y tú?

—Bien, bien —mintió Eduardo. Esa mañana le habían dicho que su cáncer era de los que no negocian prórrogas.

—Oye, que me coges con un poco de prisa. Te llamo un día de estos, tomamos un café y nos ponemos al día, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Nos llamamos. ¡Hasta luego!

Esta vez, Eduardo no dejó que el “día de estos” se evaporara. No pasaron ni cuarenta y ocho horas antes de marcar el número de Fernando. Quería, al menos, llegar a tiempo para despedirse de su amigo de toda la vida.

Saltó el contestador. Eduardo tragó saliva y habló:

—Fernando, soy Eduardo. Esta vez sí que toca ese café. Llámame cuando escuches esto. No quiero que se nos vuelva a pasar, ¿vale?

Colgó con una mezcla rara de alivio y miedo. Había cumplido, se dijo. Ahora le tocaba al otro lado.

Ese mensaje nunca llegó a ser escuchado por Fernando. Ni por nadie.

Nadie recordó sacar el móvil del bolsillo de la americana cuando lo vistieron para el ataúd.

Lo enterraron con traje, corbata, el teléfono apagado y una invitación a tomar café esperando respuesta bajo tierra.

«Si la ética es mala en la cúpula, esa conducta se copia hacia abajo en toda la organización.» (Más razón que un santo tenía el autor de la frase. Fue Robert Noyce, nacido el 12 de diciembre de 1927 para ser considerado el inventor del “microchip”)

Casi llegamos a felicitarle el que hubiese sido su 88 cumpleaños, hoy 12 de diciembre,  pero hace seis meses que se marchó "más allá".  

Més enllà del timbre

Vaig prémer el timbre del teu pis com qui toca un record: amb por que soni. Dins, cap pas, només la nevera fent de cor antic. A l’escala, l’olor de detergent i hivern; a la boca, aquell gust metàl·lic de les paraules no dites. Vaig sentir-te igualment: no a l’aire, sinó a la pell, com un abric que ja no és meu. L’ascensor va pujar buit. Jo vaig baixar lent, convençut que el “més enllà” és una porta que s’obre cap endins.


 

jueves, 11 de diciembre de 2025

TODO EL ERROR ESTÁ EN LA DUDA

Pasaba cada mañana por ese muro camino del trabajo. “TODO EL ERROR ESTÁ EN LA DUDA”, gritaban las letras negras, torcidas, como hechas con resaca.

Al principio me hizo gracia.

—Claro —pensé—, si uno se decide rápido, nunca se equivoca.

Y adopté el lema como quien adopta un perro: sin leer la letra pequeña.

Así empecé a decir que sí a todo.
Sí al ascenso sin horario.
Sí a hipotecar treinta años por un piso con vistas al patio interior.
Sí a casarme cuando todavía tartamudeaba al decir “te quiero”.

Nunca dudaba. Nunca frenaba. Era el empleado modelo, el marido responsable, el adulto que ya no tiene tiempo para hacerse preguntas.

Hoy he vuelto a pasar por el muro. La pintura está descascarillada. Alguien ha añadido, con rotulador rojo, una sola palabra al final:

“TODO EL ERROR ESTÁ EN LA DUDA…O EN NO TENERLA”.

He me quedado quieto, con la cartera en una mano y el móvil vibrando en la otra. Por primera vez en años he llegado tarde al trabajo.

Voy a comprobar si también se puede borrar una vida empezando por una frase.

«La religión sacaba al hombre del estado que le es más insoportable: la duda.» (El autor de la frase es Francesco Algarotti nacido un 11 de diciembre de 1712 y, como buen filósofo que fue, dudaba de todo. De ahí debemos deducir que no era religioso, como todos los filósofos)

Gianni Morandi cumple hoy 81 años y la canción que canta en el vídeo  61... y aún se pone de rodillas pero solo ante ella.

El passadís dels genolls

Em vaig posar de genolls davant teu al replà, amb l’olor d’humitat i lleixiu enganxada a la gola. El timbre del veí va fer de cor i l’ascensor va sospirar com un vell.

—Perdona… —vaig dir, i la paraula em va sortir petita, com una moneda falsa.

Tu no vas somriure. Vas mirar la meva mà estesa, tremolosa.

Jo no et demanava amor: et demanava la clau que t’havies endut “sense voler”.

I, ja posats, la meva dignitat… però això no tenia còpia.