miércoles, 15 de octubre de 2025

ENREDOS

 

El orgasmo subió como un incendio bien educado: olió primero, crujió después, hasta que tu espalda arqueó la noche y la cama se desplazó un ladrillo. Tu gemido tenía filo de cristal y miel en los bordes; me rozó la lengua, me lamió el oído, me mordió la cadera. Te di ritmo y pausa: una sílaba con la boca, otra con los dedos. Tu cuerpo pidió más sin decirlo y yo obedecí como quien abre una caja negra.

La piel en la boca sabe a verdad cuando suda. Te saboreé el hombro, el hueco de la clavícula, la curva donde el pecho promete y cumple. Tus manos me hundieron contra ti y pensé: así se reza, con la boca ocupada. El cuarto olía a sal y a fruta que se ha abierto sola. El colchón hacía pequeñas confesiones, y cada crujido era un sí que nos quitaba la vergüenza.

Entonces te quebraste. No el placer, tú. La risa se te torció en un sollozo. Un hilo de voz pidiendo tregua; no del cuerpo, de la memoria. Te cubrí sin cubrirte: abdomen contra abdomen, mi boca en tu sien, mis dedos peinando tu nuca. El corazón me golpeaba los labios. Te dije despacio: aquí. Quédate aquí.

Fue cuando lo vi: un mechón tuyo enganchado en mi alianza, tensado como cuerda de arco. Intenté liberarlo con paciencia de cirujano torpe. Giré el anillo, lo humedecí con mi lengua, tiré con cuidado. Nada. El cabello insistía en quedarse y el oro, en recordar promesas. Nos reímos bajito, con vergüenza de iglesia. Tú me besaste el anular con un descaro dulce; esa caricia encendió otra vez la corriente. No quise quitarme la alianza. Cobardía o liturgia, da igual: la piel entiende otro idioma.

Volvimos a movernos, más lento, con la cuerda floja sujetando el pulso entre tu pelo y mi dedo. Te escuché venir como llega la lluvia: primero aire, luego trueno. Me pediste que no parara; no paré. El mechón tiró y dolió lo justo para recordarnos que lo vivo también engancha. Te corriste con una risa nueva y el llanto se aflojó, obediente.

Nos quedamos tendidos, brillantes como fruta lavada. Al amanecer, el mechón se soltó solo: un signo de puntuación que se rinde. Lo dejé sobre la mesilla, como una tilde que decide marcharse. Tú te vestiste sin ruido.

—Hasta luego —dijiste, con la boca todavía tibia.

Yo apagué la luz. La bombilla dejó un sabor a cobre. —Buenas noches —le dije a lo que fuimos hace un minuto. No devolvió el saludo.

«La sinceridad es la única forma de grandeza que no depende del éxito.» (Lo que no aclaró Carlos Vaz Ferreira, nacido el 15 de octubre de 1872, es cuántos grandes había conocido.)

No es el más conocido de los 5 que cantan en el vídeo pero, tal vez por eso, hoy pueda cumplir 72 años y seguir moviendo el "boogie". 

Excuses de purpurina

Al barri, el llum de neó feia veure que tot era veritat: els errors, els pèls d’estrella al jersei, el teu “no” amb gust de mandarina. Ballàvem perquè era més fàcil que parlar. Quan la bola de miralls va girar, vaig jurar que no era culpa meva: ho era del boogie, del baix que mossegava els turmells, del DJ que posava gasolina als malucs. Tu vas riure: “culpa el que vulguis, però vine”. I hi vaig anar, desordenant la nit com un llamp domesticat.


 

 

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