domingo, 24 de febrero de 2013

¿Por qué le llaman amistad cuando quieren decir sexo?


La amistad entre hombre y mujer es una manera de definir el “sexo sin compromiso”. Es mucho más decoroso vestir de amistad un calentón con un hombre o con una mujer que definirlo como simple polvo. Amparándose en la amistad, ellas y nosotros, retozamos sin la dependencia del sentimiento y, lo que es mejor, sin la promesa de exclusividad. Particularmente me produce risa cuando nosotros y, en mayor medida ellas, decimos muy serios: “es que para acostarme con alguien necesito sentir algo”. Siempre había pensado que ese “algo” se refería a un sentimiento de afectividad pero, con el paso del tiempo y viendo lo efímeras que son ciertas amistades, sé que es puro deseo sexual.  Y cuando este se esfuma o se pierde la tensión que produce la falta de sexo, se acaba la amistad. Eso es perfecto porque la brevedad hace aflorar la pasión e impide el sentimiento, algo tan engorroso que siempre provoca daños colaterales.

domingo, 10 de febrero de 2013

Al cruzar el portal...




Se estaba preguntando cómo había llegado hasta allí. No encontraba respuesta al porqué deambulaba con el coche tratando de encontrar un buen ángulo de visión de la entrada de aquella portería situada en una calle semipeatonal. Tal vez la pasión que le desbordaba el alma era la causa. O tal vez la de ella, una pasión desconocida para él que unas horas antes había visto reflejada en sus ojos y expresada en su cuerpo lleno de caricias de “te quiero”.  

Ahí estaba,  queriendo ver sin ser visto, intentando que su coche pasase desapercibido. Amparado en la oscuridad y en su propio yo irreconocible,  esperaba que ella apareciese con  el argumento que aliviase su miedo. Miedo a que la pasión le arrastrase a los misterios de un futuro desconocido e incierto. Un futuro que dependía de la verdad de ella.

La cobardía deseaba verla aparecer por aquél portal a lomos de la moto de Jaime y entrar en su domicilio. Ella le negaría cualquier relación que no fuese amistad, como si eso fuera posible en la intimidad de una habitación entre hombre y mujer. Esa sería la excusa para dejar aquella locura nada recomendable para un hombre maduro y aparentemente estable. Pero su interior se aferraba a la realidad de una ilusión y le empujaba a vivirla.  

Pasó una hora y otra y otra y no aparecía. El ulular del sonido de las ambulancias le sirvió para decidir que ya estaba bien la espera. Puso rumbo a su casa donde le esperaba el equilibrio. En su cara se dibujaba una sonrisa. Sabía que ella no había cruzado el portal con Jaime. No lo haría nunca, aunque de eso se enteró a la mañana siguiente cuando abrió la sección de sucesos del periódico y leyó la noticia del fallecimiento de una pareja al ser embestida por un camión la moto en que viajaban.