
Saberse perdedor te da un plus de ventaja que te permite afrontar en mejor disposición la derrota. Si conoces tu negro destino, que la cosa por muy bien que te la pinten acabará mal, proporciona el consuelo de notar que tus pies están en el suelo; temporalmente por supuesto. De ahí que es mejor no creerse nada ni creer a nadie. Pensar que eres imprescindible en tu trabajo porque los que dependen de ti te tratan como si fueras un “crac”, es ser iluso porque tu destino será la jubilación y el olvido de los aduladores, en el mejor de los casos, o el despido a 20 días por año una vez hayas cumplido los 50. Que alguien dice que te quiere y que no habrá otro como tú, te informo que no hay nada que caduque a mayor velocidad que las palabras de amor y su exclusividad. La celeridad de su deterioro es tal que incluso antes de que acabe su relación contigo ya habrá iniciado otra. Y no hagas caso de los cantos de sirena de tu pareja cuando gima, grite o jadee presa de la excitación sexual que le proporcionas porque, más bien temprano que tarde, alguien encenderá ese mismo dial y a mayor volumen. Suerte tendrás que esa situación se produzca alternativa y no simultáneamente.
Pero el límite de la quimera, bordeando la necedad, está en sentirse inmortal. El convencimiento al que muchos llegan que vivirán eternamente contraviniendo el orden natural del Universo, es de majaderos. Nuestro porvenir está en el estómago de algún gusano o en el efímero crepitar de una llama. Claro que algunos me dirán que entre el incuestionable principio y el incierto fin hay un período lleno de situaciones que hay que vivir porque pueden llegar a ser maravillosas y hacernos hasta felices. Estoy de acuerdo pero de eso a estar sentado en una nube y no en el verde suelo de un prado, hay una diferencia abismal. Diferencia que marcará el impacto del golpe que recibiremos invariablemente cuando toda esa ensoñación desaparezca.