EL PERDÓN
Muchas personas entienden mal el significado del perdón. Se entiende mal porque se ha desvalorizado. Cuando alguien pide perdón, en público o en privado, no tiene más consecuencia para el que lo pide que su propia verbalización. Es común ver a reyes eméritos decir, tras cometer una tropelía, que lo “sentían mucho, que se habían equivocado y que no lo volverían a hacer” y se han quedado tan panchos. No ha habido ni una sola consecuencia. Ni qué decir de los políticos que cuando son pillados en un renuncio como el doble de Trump en Europa, Boris Johnson, piden perdón pero no abandona la poltrona por pequeña o grande que sea la ilegalidad cometida. El gran culpable de la desvalorización del perdón es el mundo católico que instauró la confesión para tramitar perdones divinos. Eso de que con confesarte en privado y que haya alguien que te absuelva con solo dedicar un par de padrenuestros o avemarías a alguien que no conoces, es como invitarte a que sigas haciendo barbaridades porque por muy gordas que sean siempre te serán perdonadas. Como la propia Iglesia católica, cuyo máximo representante pide perdón a la mínima que le den un micrófono, por la pandemia de casos de pederastia que padecemos. Pero no disminuyen y creo que es por el privilegio de ser uno mismo el que se exonere de sus pecados. Un pez que se muerde la cola.
En 1971 la canción más popular en el mes de enero era una que le cantábamos al dulce señor mientras nos metíamos mano bailandola ¡Pecadillos a la mar!
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