DESCARTES SE EQUIVOCABA
El león se despertó con el rugido de un avión que pasaba por encima de su cabeza. Se levantó y se estiró, bostezando. Miró a su alrededor y vio a su manada dormida en la sombra de un árbol. Era un día tranquilo en la sabana, salvo por el ruido de los humanos que invadían su territorio.
El león se acercó a la fuente de agua más cercana, donde había un pequeño grupo de cebras bebiendo. Se agazapó y se preparó para atacar, pero antes de hacerlo, escuchó una voz que le habló en su mente.
- No lo hagas - dijo la voz - No necesitas matar a esas cebras. Hay suficiente comida para todos. El león reconoció la voz como la de su conciencia, una parte de él que le guiaba en sus decisiones. Era una voz que compartía con todos los animales, una voz que les hacía razonar y juzgar sus acciones.
- ¿Por qué no? - preguntó el león - Soy un depredador, es mi naturaleza cazar.
- Pero también eres un ser inteligente - respondió la voz - Puedes elegir no hacer daño a otros seres que sienten y piensan como tú. Piensa en las consecuencias de tu acto. Piensa en el sufrimiento que causarás a esas cebras y a sus familias. Piensa en el equilibrio de la naturaleza, que se rompe cuando hay demasiada violencia.
El león pensó en lo que decía la voz y sintió una punzada de remordimiento. Sabía que tenía razón, que no debía matar por placer o por instinto. Sabía que había otra forma de vivir, más pacífica y armoniosa.
- Está bien - dijo el león - No las mataré. Buscaré otra cosa para comer. El león se alejó de la fuente de agua y se dirigió a un arbusto donde había unas frutas maduras. Las cogió con cuidado y las llevó a su manada. Las compartió con sus compañeros y se sintió satisfecho.
Mientras tanto, en el avión que sobrevolaba la sabana, había un grupo de humanos que iban de safari. Eran turistas que querían ver a los animales salvajes y fotografiarlos. Algunos llevaban rifles y tenían permiso para cazar. Uno de ellos vio al león y a las cebras desde la ventanilla y se emocionó.
- ¡Mira! ¡Un león! ¡Y unas cebras! ¡Qué espectáculo! - exclamó.
- ¿Quieres dispararle? - le preguntó su amigo, que le pasó el rifle.
- ¡Claro! ¡Será una gran trofeo! - dijo el otro, sin dudarlo. Apuntó al león y apretó el gatillo. El disparo resonó en el aire y el león cayó al suelo, muerto.
Los humanos celebraron su hazaña y pidieron al piloto que aterrizara para recoger al animal. No sintieron ningún remordimiento ni compasión por el león ni por las cebras. No escucharon ninguna voz en sus mentes que les hiciera razonar o juzgar sus acciones.
Los humanos eran los únicos seres del planeta que carecían de conciencia, de esa parte que les hacía ser racionales y morales. Los humanos eran los únicos seres del planeta que actuaban por impulsos, por egoísmo o por diversión. Los humanos eran los únicos seres del planeta que no sabían lo que era el bien y el mal.
“La razón
y el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los
animales” (Esto se aventuró a decirlo René Descartes que hoy hubiese cumplido 427 años. Visto, lo visto, erró el tiro por no leerme. Ya lo sabéis)
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