EL FUTURO EN PÍLDORAS
La ciudad brilló con un resplandor futurista, llena de edificios de cristal y acero. Los coches voladores zumbaban por encima de las calles llenas de gente que caminaba con sus implantes cibernéticos brillando en sus cuerpos. Ahí estaba nuestro mañana, lleno de conocimiento.
Y es que el futuro llegó en forma de una pequeña píldora. La tomabas antes de dormir y, al despertar, tenías todas las respuestas. El saber se volvió accesible para todos, sin importar el nivel de educación o la capacidad intelectual.
Mientras corría ese relámpago luminoso, en el borde de la ciudad, allí donde no llegaba el porvenir, un anciano miraba al cielo recordando una época en la que las cosas eran más simples. Un día me crucé con él y me preguntó si alguna vez volvería a sentirse conectado a la humanidad en este mundo de alta tecnología. Él no tomaba la píldora y estaba sólo. Yo no podía comprender sus palabras, ni el porqué de su soledad: el comprimido era capaz de transmitirnos sabiduría pero eso no lo era todo. Éramos unos incapaces en empatía, compasión o amor. No podíamos hacernos más humanos.
Así que necesitaba dejar de tomar la píldora. Aprendí a abrazar la incertidumbre y a
valorar lo que no podía ser explicado con palabras. El futuro ahora era incierto,
pero eso era precisamente lo que lo hacía emocionante.
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