EL FIN DE NUESTRO MUNDO
Marcos se despertó con el sonido de las sirenas. Miró el reloj y vio que eran las seis de la mañana. Se levantó de la cama y se asomó por la ventana. El cielo estaba rojo y se veían aviones militares sobrevolando la ciudad. El aire olía a humo y a pólvora.
Marcos se vistió rápidamente y cogió su mochila. En ella llevaba lo esencial: una botella de agua, unas galletas, una linterna, un cuchillo y un mapa. Sabía que tenía que salir de allí cuanto antes. La guerra había estallado hace unos meses y nadie sabía cuándo iba a terminar. O si iba a terminar.
Marcos salió de su apartamento y bajó las escaleras. En el portal se encontró con su vecina, Ana. Ella también llevaba una mochila y tenía el rostro pálido y asustado.
-¿A dónde vas? - le preguntó Marcos.
-No lo sé - respondió Ana -. Solo quiero alejarme de aquí.
-¿Puedo ir contigo? - dijo Marcos -. No tengo a nadie más.
-Claro - aceptó Ana -. Vamos juntos.
Los dos salieron a la calle y se mezclaron con la multitud que huía del centro de la ciudad. Había gente de todas las edades y condiciones, cargando con sus pertenencias y empujando carritos o bicicletas. Algunos lloraban, otros gritaban, otros rezaban. Todos tenían miedo.
Marcos y Ana caminaron durante horas, sin rumbo fijo. Evitaban las zonas más concurridas y los puestos de control del ejército. De vez en cuando oían explosiones o disparos a lo lejos. También veían humo y fuego en el horizonte.
-¿Crees que esto acabará algún día? - preguntó Ana.
-No lo sé - respondió Marcos -. Tal vez sí, tal vez no.
-¿Y si no acaba? - insistió Ana.
-Entonces tendremos que sobrevivir como podamos - dijo Marcos -. No hay que preocuparse, si no te mata una guerra, te matará una pandemia y, si no el hambre y la sed.
-Qué optimista eres - ironizó Ana.
-Es lo único que nos queda - afirmó Marcos.
Los dos siguieron caminando hasta que llegaron a las afueras de la ciudad. Allí encontraron un refugio improvisado en un antiguo almacén abandonado. Había otras personas allí, algunas heridas o enfermas. Les ofrecieron un poco de comida y agua, y les dijeron que podían quedarse allí hasta que amaneciera.
Marcos y Ana agradecieron el gesto y se acomodaron en un rincón. Estaban cansados y sucios, pero al menos estaban vivos. Se miraron a los ojos y se sonrieron débilmente. Se abrazaron y se acurrucaron para darse calor.
-¿Qué vamos a hacer mañana? - preguntó Ana.
-No lo sé - respondió Marcos -. Lo que sea.
Y se quedaron dormidos, sin saber si al día siguiente seguirían vivos o no.
"El
hombre es cobarde y cuando no es él el que aprecia la vida, es entonces la vida
la que le ha tomado aprecio a él; pareciendo todo cosa del mismo demonio, ya
que el fin de la creación no fue poblar la tierra de seres dignos sino de
animales" (Panait Istrati, el 18 de abril de 1935 dejó de tener poca fe el la humanidad. Ya se sabe: ojos que no ven, tortazo que te pegas)
Y que cumplas muchos más de los 49 de hoy y, si puede ser como tu dices: bailando hasta el final del amor. Es a dir, mai.
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