DEBATE OSCURO Y HÚMEDO EN UNA NOCHE DE VERANO
La noche es oscura y húmeda. El calor se cierne sobre el salón de debates como una manta pegajosa e implacable. Los ventiladores de techo hacen girar el aire viciado, sin aliviar el sopor que invita al sueño. Los espectadores escuchan con apatía el debate político, los argumentos se repiten una y otra vez como latiguillos vacíos de sentido.
Los candidatos sudan bajo los focos, repiten sus consignas una y otra vez. Prometen lo que no pueden cumplir, acusan sin pruebas. La falsedad y el cinismo rezuman de sus palabras cuidadosamente calculadas para manipular a la audiencia.
Pero pronto es evidente que nadie será manipulado esta noche, que las palabras caen en oídos sordos, que el debate se hunde en el pantano de la hostilidad y la mezquindad. El calor devora toda esperanza, toda posibilidad de entendimiento. La verdad yace ahogada bajo capas de retórica engañosa.
Y mientras la noche avanza hacia su clímax, el calor parece concentrarse sobre los asistentes, asfixiarlos, quemarlos por dentro. La desesperanza y la rabia hierven en su interior, queman cualquier semilla de cambio o progreso. Sus mentes atormentadas buscan en vano la cordura y el alivio entre las palabras huecas de los políticos, que han olvidado ya el significado de sus propios discursos.
La noche muere, el debate termina, pero nada ha cambiado realmente. El calor destructor permanece, impregnando el aire revitalizado de la mañana con su promesa de miseria y opresión. Los asistentes se dispersan lentamente, aturdidos, derrotados por el tedio y la furia nacida de la esterilidad de las palabras.
“Ja que també soc molt covard i salvatge, i a més amo amb un dolor desesperat a aquesta la meva pobre, bruta, bruta, trista, desventurada pàtria” (Salvador Espriu, hoy celebramos los 110 años de su nacimiento y algunos menos de su vigente frase)
Y que cumplas muchos más de los 49 de hoy sin que se te pudra el amor. I molt menys a l'estiu perquè l'olor pot ser insuportable.
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