LA BÚSQUEDA DE LA FAMA ETERNA
En la negrura de la noche, donde las sombras se funden con el olvido, un hombre se desplaza con cautela, portando en su mano una antorcha que desafía la oscuridad. Su nombre es esquivo, prohibido, pero para esta historia lo llamaremos Eróstrato. Un pastor de Éfeso, cuyo deseo de inmortalidad lo llevaba a cometer una de las mayores atrocidades de su época.
Los siglos han desdibujado los detalles de su rostro, pero se puede imaginar a Eróstrato como un hombre de mirada fiera y desesperada, ansioso por dejar una huella en la vasta arena de la historia. Una huella que, a su entender, ni su humilde rebaño ni su cotidianeidad podían otorgarle.
El templo de Artemisa brillaba a la luz de la luna, majestuoso y sereno. Una maravilla del mundo antiguo, un testimonio de la devoción humana a los dioses inmortales. Eróstrato, con la antorcha en mano, se acercó al templo con una resolución sombría. Su corazón latía con la intensidad de un tambor de guerra, pero las dudas no conseguían aplacar su determinación.
Con un movimiento decidido, lanzó la antorcha hacia el templo. Las llamas, como serpientes danzantes, saltaron hacia la estructura de madera y mármol, abrazándola con un apetito insaciable. El templo, que una vez había desafiado al tiempo y a la naturaleza, ahora era presa de un incendio voraz, su belleza consumida por la destrucción.
El espectáculo de la destrucción atrajo a los habitantes de Éfeso, que observaron con horror e incredulidad cómo su precioso templo se convertía en cenizas. Eróstrato, oculto entre la multitud, contempló su obra con una mezcla de terror y satisfacción. Había obtenido su inmortalidad, pero a un precio terrible.
El nombre de Eróstrato fue maldito, y se dictó que nunca más se mencionaría en los anales de la historia. Pero la prohibición no logró borrar completamente su existencia. Su nombre se convirtió en un susurro, un recordatorio de la destrucción que un hombre puede provocar en su afán de ser recordado.
Hoy en día, los famosos buscan la inmortalidad a través de sus actos, aunque estos a menudo sean frívolos o incluso dañinos. Pero, ¿qué valor tiene la fama si no deja una huella positiva en el mundo? ¿Es preferible ser recordado como el destructor de una maravilla, o ser olvidado, pero con la conciencia tranquila?
La historia de Eróstrato nos enseña que la fama obtenida a través de la destrucción o de la frivolidad no es más que una ilusión. La verdadera inmortalidad reside en las acciones que mejoran el mundo y enriquecen la vida de los demás. En la construcción, no en la destrucción o en lo efímero. Y aunque los nombres de estos constructores a menudo no se recuerdan, sus obras perduran, brillando en la oscuridad del olvido como antorchas de esperanza y progreso.
"El fin y el objeto de la conquista, es evitar hacer lo mismo que los vencidos" (Alejandro Magno que nació el mismo día en que Eróstrato incendió el templo de Artemisa, 21 de julio del 356 a. de C. Y éste si que pasó a la Historia con mayúsculas)
No se cansa de decir que sólo el amor puede doler así pero te deseo que cumplas muchos más... aún con dolor. Bona nit a totes i a tots: penseu que no està malament ser un ésser desconegut... i si no ho penseu així mireu als polítics del vostre voltant.
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