martes, 1 de agosto de 2023

 LA DANZA DE LOS CONDENADOS

 


Estrasburgo, julio de 1518. Aquella ciudad, normalmente repleta de la vibrante energía de la vida cotidiana, se había transformado en un escenario de locura inimaginable. Como una ola de calor que se extiende silenciosamente, una extraña fiebre se apoderó de los ciudadanos. Uno a uno, los habitantes caían presa de una danza frenética, un vals macabro que no cesaba ni de día ni de noche.

Frau Troffea fue la primera. Apareció un día en la plaza del mercado, el cuerpo engalanado en una danza imparable. Sus pies golpeaban el suelo al ritmo de una música que sólo ella podía escuchar. Tres días pasó bailando sin descanso, su rostro transformándose de la alegría inicial a una mueca de horror, como un marinero atrapado en una tormenta que no puede controlar.

Al cabo de una semana, se habían unido 34 personas. En un mes, cerca de 400. Los mercados se convirtieron en salones de baile al aire libre, llenos de almas atrapadas en un torbellino de movimiento y desesperación. Los nobles, observaban desde sus ventanas, sus rostros marcados por la impotencia y el terror, como si estuvieran viendo un cuadro de El Bosco cobrar vida.

"Es una enfermedad", argumentó el médico Heinrich, golpeando la mesa con su puño en una reunión con los nobles. "Una enfermedad provocada por un aumento de la temperatura de la sangre. No hay influencia de los astros ni maldiciones aquí. Debemos hacerlos bailar para que se enfríen".

Eran tiempos oscuros donde la medicina era aún una disciplina en pañales, y el consejo de Heinrich, aunque parecía absurdo, fue acatado. Los mercados fueron abiertos, un escenario construido, músicos contratados para tocar melodías incesantes. La danza debía continuar.

La escena era grotescamente hermosa, como un jardín floreciendo en medio de un incendio. Todo el día y toda la noche, la música sonaba y los cuerpos danzaban. Algunos caían, agotados, sus corazones no soportaban el ritmo frenético. Pero otros se levantaban en su lugar, como marionetas tiradas por hilos invisibles.

Y mientras la 'epidemia' empeoraba, un misterioso forastero llegó a la ciudad. Michel, un boticario de la vecina Colmar, había escuchado los rumores y vino a investigar. Observó la danza, los rostros desencajados, la desesperación. "Ergotismo", murmuró para sí mismo. Había visto los mismos síntomas en su ciudad natal, causados por el cornezuelo, un hongo tóxico y psicoactivo que infectaba los granos de centeno.

Al final, la solución fue tan sencilla como desesperada. Los granos infectados fueron desechados, y poco a poco, como un sueño febril que se desvanece al amanecer, la danza cesó. La ciudad quedó en silencio, marcada por la tragedia y la pérdida, pero también por el alivio.

La Danza de los Condenados en Estrasburgo quedará grabada en la historia como un baile macabro, un vals de la locura. Una danza que comenzó con una mujer, una ciudad y un misterio que se resolvió demasiado tarde. Y aunque el silencio finalmente volvió a las calles de Estrasburgo, la música de aquellos días oscuros nunca dejó de sonar en las mentes de quienes la vivieron.

“Un experto es alguien que te explica algo sencillo de forma confusa de tal manera que te hace pensar que la confusión sea culpa tuya” (Juan Filloy, nació el 1 de agosto de 1894 para hacernos reir con sus ocurrencias. Otra de sus frases es esta: “Mi plan es vivir eternamente. De momento estoy cumpliendo el plan a la perfección”. Lo cierto es que casi lo consigue; murió a los 106 años) 

Y que cumplas muchos más de los 45 de hoy. Te pareces a tu padre... físicamente. En lo "otro" yasiacasohablamosotrodia. Perquè després diguin que ballar és bo. Només els balls de "baldosín"


 

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