TIRANÍA SOLAR
En un mundo que parecía haber sido cocido al horno, la humanidad se esforzaba en sobrevivir. El sol, antes dios celeste y sustentador de la vida, se había convertido en un tirano ardiente, castigando la Tierra con su ira incandescente. El invierno, ese viejo amigo que una vez traía respiro con su manto helado, era ahora un recuerdo espectral, un fantasma que deambulaba por las historias de los ancianos.
Las ciudades, antes bulliciosas metrópolis de acero y cristal, habían sido transformadas en pantanos de asfalto derretido. Los campos, antes verdes y llenos de vida, se habían convertido en desiertos estériles donde la vida luchaba por mantenerse. El termómetro del mundo parecía haber sido secuestrado por un artista surrealista, quien disfrutaba torciendo la realidad hasta sus extremos más inimaginables.
En el centro de esta desolación se encontraba la última ciudad, un bastión de civilización en medio de la anarquía termal. Sus habitantes eran una mezcla de viejos sabios, jóvenes idealistas y pragmáticos endurecidos, todos unidos por su deseo de sobrevivir. Entre ellos destacaban dos figuras: la doctora Elena Márquez, una científica de renombre mundial, y el alcalde Fernando Sánchez, un exmilitar que había ascendido al poder prometiendo una solución a la infernal situación.
"¿Cómo podemos luchar contra algo tan inmenso, Elena?" preguntó Sánchez, su voz resonando en el laboratorio subterráneo donde Márquez y su equipo trabajaban incansablemente.
Elena, su rostro iluminado por el resplandor de las pantallas, sonrió ante la desesperación de Sánchez. "Los hombres hemos dominado montañas y mares, Fernando. El sol no es diferente."
En un mundo donde la desesperación y el miedo se habían convertido en nombres comunes, la audacia de Elena era un faro de esperanza. Su plan, una mezcla de ciencia y ficción, implicaba la construcción de un aparato capaz de alterar la órbita de la Tierra, alejándola ligeramente del sol. Una idea tan loca que podría funcionar.
Los meses pasaron y las temperaturas continuaron aumentando, pero en medio de la desolación, la ciudad se convirtió en un hervidero de actividad. El proyecto de Elena se había convertido en el coro que entonaba la melodía de la supervivencia, y cada golpe de martillo, cada chispa de soldadura, cada oración silenciosa era una nota en esa sinfonía de la esperanza.
Finalmente, el día llegó. El aparato, una mole de metal y cristal que parecía un monstruo mitológico, estaba listo para ser activado. En medio de un silencio que parecía haber robado incluso el zumbido del calor, Elena presionó el botón.
El mundo tembló, el cielo se oscureció y por un momento, pareció que el fin había llegado. Pero entonces, un milagro. Las temperaturas comenzaron a bajar, el asfalto dejó de burbujear, la brisa recuperó su frescura.
En la lucha contra el sol, la humanidad había triunfado. En medio de la desolación, la esperanza había florecido, una flor resistente en un desierto de desesperación. Y aunque la batalla había sido ganada, la guerra por la supervivencia continuaba. Pero ahora, la humanidad tenía una nueva arma: la audacia de creer que podían cambiar su destino.
“No puede cambiarse todo aquello a lo que te enfrentas, pero nada puede ser cambiado hasta que te enfrentas a ello“ (James Baldwin, nacido el 2 de agosto de 1924. Nada que ver con la familia de actores que todos se parecen. Este lo pasó un poco peor en la vida por defender sus ideas en una Norteamérica blanca)
Y ya que hablamos del sol y sus efectos, quién mejor los cantó fueron aquellos que estuvieron, aquí, cerca del sol. Y todo está bien. Jo és que és posar-me aquesta cançó i se'm passen tots els mals i les calors.
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