PEDRO, EL PRUDENTE
La sala de espera del Hotel Palace estaba inusualmente abarrotada esa mañana. Un irritante murmullo procedente del nutrido grupo de simpatizantes se expandía por el recinto como una plaga incontrolable. Todos esperaban impacientes la llegada del aspirante a la presidencia para arroparle en su encuentro con la prensa.
Él apareció puntual, impertérrito, con su habitual gesto displicente. Como un general que inspecciona a sus tropas, recorrió la sala con la mirada mientras se abría paso entre el gentío, estrechando alguna que otra mano sudorosa y devolviendo incluso algún abrazo efusivo. Sus fieles le vitorearon con fervor, como si ya fuese el líder investido.
-Calma, amigos míos, calma -indicó él con parsimonia-. Aún queda mucho trabajo por hacer. Sigamos siendo prudentes.
Pero la prudencia brillaba por su ausencia en ese ambiente enardecido. Cualquier atisbo de cordura se veía ahogado por una euforia desmedida, por una fe ciega en la inminente victoria. Él lo sabía, y en el fondo le complacía que así fuera. Necesitaba ese apoyo inquebrantable, esa energía desbordante de las bases para impulsarle en su cruzada.
Sin embargo, ante los medios apremiaba mesura. Temía que el optimismo exacerbado pudiese interpretarse como arrogancia y le granjease antipatías ante las medidas que debería tomar para contentar a los partidos que le darían el “Sí”. Por eso, una y otra vez repetía el mismo mantra tranquilizador sobre lo lejos que quedaba aún la meta y lo espinoso del camino. Una fachada de prudencia para el exterior que contrastaba vivamente con la seguridad en el éxito que destilaba en privado.
Pero sus apoyos no atendían a razones. Estaban embriagados con la victoria. Para ellos, las negociaciones con otras formaciones no eran más que un trámite del que ya se sabía el resultado. Los requerimientos de esos partidos, por muy desmedidos que fuesen, acabarían aceptándose. Al fin y al cabo, nadie osaría desairar al que parecía predestinado para presidir el gobierno.
Él lo sabía, y no hacía nada por reprimir esas expectativas. Al contrario, en sus mítines insuflaba confianza hasta rozar la arrogancia, haciendo gala de una fe en sí mismo solo comparable a la de sus acólitos. Fastidiosus est qui semper laudat se ipsum, como dirían los latinos. Pero en política, el autoelogio a veces se torna necesario.
“El error obliga a rehacer el camino y eso enseña muchas cosas. La duda, no. Entre el error y la duda, opto siempre por el primero.” (Juan Benet, nació el 7 de octubre de 1927 y aprendió muchas cosas, sobre todo a rehacer caminos no porque se equivocase mucho, sino porque además de escritor fue ingeniero de caminos, canales y puertos)
Y que cumplas muchos más de los 63 de hoy. Sólo tienes que cuidarte la respiración para no jadear tanto. I mentre aquí continuem distrets amb la "embestidura" de P. Sánchez, no gaire lluny d'aquí, novament es deslliga l'enèsima barbàrie de la raça humana. Israelites i palestins de nou intentant imposar la seva idea del món als altres. I, els altres entre els quals estem nosaltres, obligats a prendre partit per una d'aquestes idees que no són les nostres. Bé, si. La nostra és i serà poder viure en pau.
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