¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
La música sonaba a todo volumen en la fiesta, pero nadie parecía divertirse. Los invitados se movían con desgana, como si estuvieran obligados a estar allí. Algunos bebían sin parar, otros fumaban nerviosamente, y otros se miraban con recelo. El ambiente era tenso y opresivo, como si una nube negra se cerniera sobre la casa.
En un rincón, un grupo de amigos intentaba mantener una conversación, pero no encontraban ningún tema que les interesara. Hablaban de trivialidades, de las últimas noticias, de los chismes del momento, pero todo les parecía vacío y sin sentido.
-¿Qué está pasando? –preguntó uno de ellos, con voz cansada-. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué sentido tiene todo esto?
-No lo sé, amigo -respondió otro, encogiéndose de hombros-. Supongo que es lo que se espera de nosotros. Que nos divirtamos, que nos relacionemos, que seamos felices.
-¿Felices? –repitió el primero, con ironía-. ¿Acaso alguien es feliz en este mundo? Mira a tu alrededor. ¿Ves alguna sonrisa sincera? ¿Alguna mirada de amor? ¿Alguna esperanza?
-No, la verdad es que no -admitió el segundo, bajando la vista-. Solo veo tristeza, miedo, odio. Veo gente que sufre, que llora, que muere. Veo un mundo que se desmorona, que se destruye, que se consume.
-Entonces, ¿qué hacemos aquí? –insistió el primero-. ¿No sería mejor irnos a casa, o mejor aún, a otro lugar? ¿A un lugar donde haya paz, donde haya vida, donde haya luz?
-¿Y dónde está ese lugar? -preguntó el segundo, con escepticismo-. ¿Existe acaso? ¿O es solo una ilusión, un sueño, una utopía?
-No lo sé –confesó el primero, con tristeza-. Pero me gustaría encontrarlo. Me gustaría escapar de esta realidad, de esta pesadilla, de este infierno.
-Yo también -dijo el segundo, con sinceridad-. Yo también.
Los dos amigos se quedaron en silencio, mirando al vacío, sin saber qué hacer, sin saber qué decir, sin saber qué sentir.
En ese momento, uno de los protagonistas de la fiesta se levantó de su asiento y se dirigió al centro de la sala. Era un joven de unos veinte años, alto y delgado, con el pelo negro y los ojos verdes. Llevaba una camiseta blanca, unos vaqueros rotos y unas zapatillas de deporte. Su aspecto era desaliñado y rebelde, y contrastaba con el de los demás invitados, que vestían trajes elegantes y joyas caras. El joven cogió el micrófono que había junto al equipo de música y lo encendió. Su voz resonó por toda la casa, silenciando la música y las conversaciones.
-Hola, soy Pablo –se presentó-. Y tengo algo que decir.
Todos los presentes se giraron hacia él, sorprendidos y curiosos. Algunos lo reconocieron como el hijo de los anfitriones, una pareja de empresarios famosos y poderosos. Otros lo vieron por primera vez, y se preguntaron quién era y qué quería.
-Sé que muchos de vosotros no me conocéis, y que otros me conocéis demasiado -continuó Pablo-. Sé que algunos me admiráis, y que otros me despreciáis. Sé que algunos me queréis, y que otros me odiáis. Pero eso no me importa. Lo que me importa es lo que tengo que decir. Y lo voy a decir, aunque no os guste, aunque no me escuchéis, aunque no me entendáis.
Pablo hizo una pausa, y miró a su alrededor, buscando las caras de su familia. Las encontró en la primera fila, junto al sofá. Allí estaban su madre, su padre, y sus dos hermanos, una chica y un chico, mayores que él. Los cuatro lo miraban con expresiones de sorpresa, de preocupación, de vergüenza. Pablo sintió un nudo en la garganta, pero lo ignoró. Siguió hablando, con voz firme y clara.
-Mamá, papá, hermanos –dijo-. Os quiero. Os quiero mucho. Pero no os entiendo. No entiendo lo que hacéis, lo que pensáis, lo que sentís. No entiendo por qué lloráis, por qué morís, por qué os rendís. No entiendo por qué no buscáis una forma de traer amor al mundo, de hacerlo mejor, de cambiarlo. No entiendo por qué recurrís a la guerra, a la violencia, a la brutalidad. No entiendo por qué no habláis, por qué no os escucháis, por qué no os entendéis.
Pablo hizo otra pausa, y miró a los demás invitados. Los vio con expresiones de asombro, de confusión, de rechazo. Pablo sintió una rabia en el pecho, pero la controló. Siguió hablando, con voz serena y sincera.
-Y vosotros, los que estáis aquí -dijo-. También os quiero. Os quiero como a mis hermanos, como a mis iguales, como a mis semejantes. Pero tampoco os entiendo. No entiendo lo que juzgáis, lo que criticáis, lo que condenáis. No entiendo por qué os fijáis en el aspecto, en el dinero, en el poder. No entiendo por qué os importa el color, la raza, la religión. No entiendo por qué os dividís, por qué os enfrentáis, por qué os odiáis.
Pablo hizo una última pausa, y miró al cielo. Lo vio con un tono gris, nublado, oscuro. Pablo sintió una tristeza en el alma, pero la superó. Siguió hablando, con voz alta y fuerte.
-Y tú, el que estás ahí arriba -dijo-. Te quiero. Te quiero como a mi padre, como a mi creador, como a mi guía. Pero no te entiendo. No entiendo lo que haces, lo que permites, lo que quieres. No entiendo por qué dejas que el mundo sufra, que el mundo llore, que el mundo muera. No entiendo por qué no intervienes, por qué no ayudas, por qué no salvas.
Pablo soltó el micrófono, y lo dejó caer al suelo. Su voz se apagó, y el silencio se hizo en la casa. Nadie se movió, nadie habló, nadie reaccionó. Todos se quedaron quietos, mudos, paralizados.
Pablo se dio la vuelta, y se dirigió a la puerta. La abrió, y salió a la calle. La noche era fría, y el viento soplaba con fuerza. Pablo caminó sin rumbo, sin destino, sin esperanza.
Mientras caminaba, se hizo una pregunta, una pregunta que se repetía una y otra vez en su mente, una pregunta que no tenía respuesta, una pregunta que lo atormentaba, una pregunta que lo definía.
¿Qué está pasando?
"Nunca dejamos de querer a alguien; solo aprendemos a vivir sin su presencia." (Margaret Atwood, del 18 de noviembre de 1939, aún sigue acuñando frases como la que habéis leído: la del aprendizaje forzoso)
Y en noviembre de 1971 la canción que viene a continuación era una de las más populares y, además, me ha servido de inspiración para el relato de hoy. Perquè si, això em pregunto jo: què està passant? i afegeixo: cap a on anem o, millor, com acabarà tot això si és que hi ha un final?
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