DESAFÍO A LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL (I)
La ciudad se extendía gris y monótona bajo el cielo plomizo de la mañana. Los edificios, idénticos bloques de hormigón sin personalidad, se alineaban a lo largo de las calles vacías. No se veía un alma, sólo los omnipresentes ojos electrónicos que vigilaban cada rincón.
En uno de los pisos altos de una de las torres vivía Tom, un hombre de mediana edad consumido por la tristeza y la desesperanza. Cada mañana se levantaba sintiendo como si llevara el peso del mundo sobre los hombros. Sabía que no tenía sentido intentar luchar contra el sistema, esa red de control tecnológico que lo vigilaba todo.
Esa mañana, mientras se preparaba una taza de café instantáneo, Tom suspiró profundamente. Añoraba los viejos tiempos, cuando uno podía salir a la calle sin ser observado, cometer una infracción menor sin que te multaran automáticamente. Pero esos días de libertad ahora parecían un sueño lejano.
De pronto, el timbre de la puerta sonó, sobresaltándolo. ¿Quién podría ser? Casi nadie se visitaba desde que los controles se habían vuelto tan estrictos. Tom abrió la puerta con curiosidad. Allí estaba Emily, una antigua compañera de trabajo, con aspecto nervioso.
-¡Rápido, déjame pasar! -susurró ella-. Creo que me han seguido.
Tom la dejó entrar, desconcertado. ¿Seguido? ¿Quién la perseguía? Una vez dentro, Emily empezó a hablar atropelladamente:
-Ya no aguanto más esta situación, Tom. Toda mi vida vigilada, sin poder hacer nada divertido o espontáneo sin que me multen. He oído rumores de un grupo clandestino que se opone al sistema de vigilancia. Quiero unirme a ellos, pero temo que la IA ya esté tras mis pasos. Tienes que ayudarme a escapar.
Tom estaba estupefacto. Un grupo clandestino...sonaba peligroso. Pero, si realmente existía, quizás era la esperanza que tanto necesitaba para recuperar algo de alegría.
-De acuerdo, te ayudaré -dijo finalmente-. Vamos, conozco una ruta por las alcantarillas que puede permitirnos salir de la ciudad sin ser detectados.
Emily sonrió, era la primera sonrisa auténtica que Tom veía en mucho tiempo. Juntos se escaparon por los túneles subterráneos, sorteando las cámaras hasta llegar a las afueras. Allí les esperaba lo desconocido, pero cualquier cosa era mejor que la gris monotonía de sus vidas anteriores. Quizás aún había esperanza.
Tras escapar de la ciudad a través de las alcantarillas, Tom y Emily caminaron cautamente por el bosque cercano. El aire limpio y el canto de los pájaros era un marcado contraste con el ambiente opresivo que acababan de dejar atrás.
Tras una hora de camino, vislumbraron una cabaña solitaria. Emily se adelantó y golpeó un patrón complejo en la puerta. Una mirilla se abrió y unos ojos los escrutaron antes de dejarlos pasar.
Dentro, un grupo de personas con ropas sencillas y semblantes curtidos les dieron la bienvenida. Su líder, un hombre llamado Caleb, les explicó que llevaban años viviendo fuera del sistema, rechazando la vigilancia constante.
- Aquí cultivamos nuestros alimentos, educamos a nuestros niños libremente y disfrutamos de la compañía sin ser juzgados -dijo-. La vida es dura, pero al menos es nuestra.
Tom y Emily se integraron rápidamente a la comunidad. Emily encontró sentido ayudando en la escuela improvisada, mientras Tom se dedicó a la carpintería. Por primera vez en años, se sentían libres y con propósito.
“He aprendido que una vida no vale nada, pero también que nada vale una vida” (André Malraux, tal día como hoy pero de 1901 empezaba lo más valioso que tuvo. Nos dejó todo su tesoro del que acabáis de leer una pequeña muestra)
Hoy hubiese cumplido 90 años, pero nos dejó con 78 y nos quedamos huérfanos de su música. De entre muchas he elegido la que puso a la vida de unos perdedores. Reconec que m'encanta escriure sobre perdedors i perdedores: les seves vides em remouen alguna cosa per dins que no sabria definir però m'agrada experimentar-ho.
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