viernes, 26 de enero de 2024

 26 DE ENERO DE 1939: BARCELONA CIUDAD MÁRTIR


El día que Barcelona cayó en manos de los fascistas fue el día más triste de mi vida. Lo recuerdo como si fuera ayer. Era un jueves frío y gris, y la ciudad estaba sumida en el caos y el terror. Los bombardeos habían sido constantes durante los últimos días, y la resistencia republicana se había debilitado. Muchos habían huido, otros se habían rendido, y los que quedábamos nos preparábamos para lo peor.

Yo era un joven periodista, y trabajaba para el diario La Vanguardia. Mi tarea era informar de lo que estaba pasando en las calles, y dar voz a los que luchaban por la libertad y la democracia. Ese día, salí de la redacción con mi cámara y mi bloc de notas, dispuesto a captar las últimas imágenes y testimonios de la Barcelona republicana. No sabía si volvería a verla.

Me dirigí al centro de la ciudad, donde se concentraba la mayor parte de la actividad. Allí vi escenas que jamás olvidaré. Vi a los milicianos anarquistas, comunistas y socialistas, armados con fusiles y pistolas, defendiendo los edificios y las barricadas. Vi a los civiles, hombres, mujeres y niños, colaborando con ellos, llevando comida, agua y medicinas, o ayudando a los heridos. Vi a los bomberos, los médicos, los maestros, los artistas, los obreros, los intelectuales, los comerciantes, los campesinos... Todos unidos por una misma causa, por una misma esperanza.

Pero también vi el horror, el dolor, la sangre, la muerte. Vi a los aviones fascistas, lanzando bombas sobre la ciudad, destruyendo casas, escuelas, hospitales, iglesias. Vi a los tanques y los camiones, avanzando por las avenidas, disparando contra todo lo que se movía. Vi a los soldados franquistas, entrando en los barrios, saqueando, violando, asesinando. Vi a los fascistas locales, los falangistas, los requetés, los carlistas, los somatenes, los quintacolumnistas... Traicionando a sus vecinos, delatando a los rojos, colaborando con los invasores.

Vi cómo la ciudad se rendía, cómo la bandera tricolor era arriada, cómo la bandera rojigualda era izada. Vi cómo la ciudad se despoblaba rápidamente y una ola de pánico lo invadía todo. Vi cómo los vencedores celebraban su triunfo, cómo los vencidos lloraban su derrota, marchándose a pie de la ciudad, sin dinero, cargados con objetos de uso doméstico, en compañía de sus mujeres y sus hijos. El espectáculo aplastaba el ánimo. Vi cómo empezaba la represión, cómo los presos eran conducidos a las cárceles, a los campos, a las fosas. Vi cómo se acababa la guerra, cómo se iniciaba la dictadura.

Ese día, perdí mi ciudad, mi país, mi libertad, mi ilusión. Ese día, escribí mi último artículo, titulado: "Barcelona, ciudad mártir". Ese día, guardé mi cámara y mi bloc de notas, y me escondí en el sótano de un amigo. Ese día, supe que no volvería a ser el mismo.

"La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse." (François Coppée, del 26 de enero de 1842, llegó a ser un profesional de la vida y se jubiló de la vida justo después de cumplir los 65)

Y que cumplas muchos más de los 71 de hoy y encuentres el camino que abandonaste hace algún tiempo.

 

 L'home sense ànima

Jack caminava errant pels solitaris carrers, embolicat en la freda boira de la nit. Portava anys deambulant sense rumb fix, tractant en va d'omplir el buit que niava en el seu interior amb vicis i plaers efímers. Però per molt d'alcohol i companyia pagada que consumís, la solitud sempre tornava a apoderar-se d'ell. Es va detenir enfront d'una vidriera i va observar el seu propi reflex borrós en el cristall. Ja no recordava l'última vegada que s'havia sentit viu. Aigua i sorra es lliscaven entre els seus dits quan intentava aferrar-se als pocs records que li quedaven. Sabia que alguna cosa s'havia trencat en el seu interior, deixant-ho buit i sense ànima. Cansat de la seva pròpia ombra, va reprendre el seu camí sense rumb.

 

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