domingo, 31 de marzo de 2024

 CONFIANZA IMPRESA


Había una vez un hombre cuyas manos estaban marcadas por el trabajo. Cada arruga en su piel contaba una historia de esfuerzo y sacrificio. Durante décadas, había acumulado monedas, una a una, como si cada centavo fuera un tesoro. Su vida estaba tejida con hilos de ahorro y prudencia.

En su pequeño apartamento, las monedas se apilaban en frascos de vidrio. Los billetes, cuidadosamente doblados, descansaban en una caja de madera gastada. El hombre creía que tenía una fortuna. No una fortuna en mansiones o yates, sino en la seguridad de saber que su esfuerzo se traducía en algo tangible.

Pero un día, todo cambió. La crisis económica se abalanzó sobre la ciudad como una tormenta implacable. Los bancos temblaron, los mercados se desplomaron y la confianza se evaporó como el rocío en la mañana. El hombre vio cómo su pequeño mundo se desmoronaba. El banco quebró, y con él, su seguridad financiera.

Miró los billetes en la caja de madera. Eran solo papel, tinta impresa sobre fibras. El dinero no era metal, no era oro ni plata. Era confianza impresa en un sistema que ahora se tambaleaba. La fe en el valor de esos billetes se había desvanecido, como una melodía que se desvanece en el viento.

El hombre salió a la calle. Las calles estaban llenas de gente preocupada, mirando sus billeteras con ojos ansiosos. Los billetes ya no eran símbolos de prosperidad, sino de incertidumbre. La confianza se había perdido, y con ella, la estabilidad que había sostenido su vida.

En un banco abandonado, encontró un billete de cien dólares. Lo sostuvo entre los dedos, sintiendo su textura rugosa. ¿Qué significaba ahora? ¿Era solo un pedazo de papel, o seguía siendo un fragmento de esperanza? La respuesta estaba en su corazón, en la fe que aún albergaba.

El hombre decidió guardar ese billete. No porque creyera que algún día recuperaría su valor, sino porque representaba algo más profundo. Era un recordatorio de que la confianza no solo residía en los números o las palabras impresas. Estaba en la capacidad de seguir adelante, incluso cuando todo parecía perdido.

Así, con la cabeza en alto, el hombre volvió a su apartamento. Las monedas seguían en los frascos, los billetes en la caja de madera. Pero ahora, también había algo más: la confianza en sí mismo, en su habilidad para enfrentar la adversidad. Porque, al final, la verdadera fortuna no estaba en el dinero, sino en la resiliencia del espíritu humano.

Y así, en medio de la crisis, el hombre aprendió que la confianza no se imprimía en papel, sino en el alma de aquellos que se negaban a rendirse ante la tormenta.

"La muerte es la única aventura que aún no ha emprendido el hombre moderno." (Robert Brasillach, nacido el último día de marzo de 1909 y que se fue a su última aventura en 1945)

Le hubiese felicitado por sus 65 años pero se fue el último día de marzo de 2020 en un coche prestado por The Beatles.


Pots conduir el meu cotxe

El cotxe, vermell com la sang, brilla sota el sol de la tarda. La brisa marina porta l'olor de sal i iode. Ella s'acosta, els seus ulls verds com el mar reflecteixen la llum.

"Pots conduir el meu cotxe?", pregunta amb veu suau.

Ell assenteix en silenci, els seus records es fusionen amb el present. Un viatge per carretera, la música sonant a tot volum, el vent als seus cabells.

Ella puja al cotxe, s'asseu al seient del conductor. Ell la mira, una barreja de tristesa i anhel als seus ulls.

"Comença", murmura.

El motor rugeix, el cotxe s'enlaira per la carretera. La música comença a sonar, omplint l'espai amb un so melancòlic.

Ella condueix, els seus ulls fixats en la carretera. Ell la mira pel retrovisor, la seva imatge es difumina amb el paisatge que passa.

El cotxe s'allunya, deixant enrere un núvol de pols i un record fugaç d'amor perdut.

 

sábado, 30 de marzo de 2024

 ¿QUIÉN ME HA ROBADO MI HORA?


Amanecía un lunes radiante, de esos que te invitan a quedarte en la cama bajo las sábanas. Pero no era el caso. El canto del gallo, o más bien el pitido estridente del despertador, anunciaba el inicio de la batalla. Una batalla épica, no contra dragones o alienígenas, sino contra un enemigo más prosaico: el cambio de hora.

El fin de semana, la astuta maniobra de adelantar los relojes había arrebatado una hora de descanso a la humanidad. Un domingo de 23 horas, un insulto a la siesta y un atentado contra la sagrada pereza. Y la respuesta no se hizo esperar.

Al alba, las calles se llenaron de trabajadores somnolientos y amargados. La consigna era clara: "¡No al robo de la hora!". Algunos, con ojeras más pronunciadas que de costumbre, portaban pancartas con frases ingeniosas como "Más vale dormir que madrugar" o "El que madruga pierde una hora".

Las oficinas se convirtieron en campos de batalla. Los empleados llegaban tarde, con la mirada gacha y el café en la mano, desafiando la autoridad de sus jefes.

—"¡Buenos días!" - saludó el señor López, un jefecillo de sección con cara de pocos amigos. - "¿Se han enterado de la nueva normativa?".

"Sí, señor López", respondió con ironía Ana, una veterana de la oficina. - "Nos han robado una hora de sueño. ¿Acaso no tenemos derecho a descansar?".

—"Las normas son las normas", replicó el señor López, visiblemente acalorado. - "Quien llegue tarde será despedido".

Las palabras del señor López no intimidaron a la tropa. La rebelión se extendía como la pólvora. En cuestión de horas, miles de trabajadores se habían unido a la causa. Las redes sociales ardían con hashtags como #NoAlRoboDeLaHora y #YoDuermoMiHora.

El gobierno, desconcertado por la magnitud del movimiento, convocó una rueda de prensa.

"Somos conscientes del malestar", balbuceó el portavoz del gobierno, un hombrecillo pálido y sudoroso. - "Pero el cambio de hora es necesario para aprovechar la luz solar".

La respuesta del gobierno no satisfizo a nadie. La gente estaba harta de excusas y tecnicismos. Querían recuperar su hora de sueño, cueste lo que cueste.

Las protestas se intensificaron. Los trabajadores se manifestaban en las calles, bloqueando carreteras y aeropuertos. El país estaba al borde del caos.

Finalmente, el gobierno cedió. En un comunicado oficial, anunciaron la suspensión del cambio de hora y la devolución de la hora robada. La victoria se celebró con vítores y bailes en las calles. La humanidad había recuperado su derecho al descanso.

Y así, la rebelión del horario perdido se convirtió en un hito en la historia. Un recordatorio de que, cuando la gente se une, incluso una hora de sueño puede ser motivo de revolución.

"El sentido del humor es la válvula de escape de la existencia. Sin él, nos ahogaríamos en el torrente de absurdidades que es la vida." (Tom Sharpe, nacido el 30 de marzo de 1928, tuvo tanto sentido del humor que se vino a morir a Llafranch –Girona- en 2013 y aún muchos nos preguntamos ¿dónde está Wilt? ¿o era Wally?)

Y que cumplas muchos más de los 45 de hoy aunque no tengas mucha prisa en ello. No hace falta correr.


Córrer, sense parar

Les sabatilles colpegen l'asfalt amb ritme constant, deixant enrere els carrers il·luminats per la lluna. L'aire fred plena els pulmons d'Ana, una sensació que la impulsa a seguir endavant.

En la seva ment, les imatges es barregen amb la música: records d'un amor perdut, somnis trencats, anhels d'un futur millor. La carrera es converteix en una catarsi, una manera d'alliberar la pena i la incertesa.

Cada pas l'acosta a un lloc desconegut, a una versió de si mateixa més forta, més resilient. La música de Norah Jones l'acompanya, un mantra que li recorda que no està sola en el seu viatge.

El sol comença a apuntar-se en l'horitzó, tenyint el cel d'un taronja vibrant. L’Ana es deté, amb el front suós i un somriure en el rostre. Ha recorregut un llarg camí, però encara li queda molt per davant.

Respira profund i emprèn la marxa de nou, amb la confiança que la carrera la portarà a un destí millor.