¿QUIÉN ME HA ROBADO MI HORA?
Amanecía un lunes radiante, de esos que te invitan a quedarte en la cama bajo las sábanas. Pero no era el caso. El canto del gallo, o más bien el pitido estridente del despertador, anunciaba el inicio de la batalla. Una batalla épica, no contra dragones o alienígenas, sino contra un enemigo más prosaico: el cambio de hora.
El fin de semana, la astuta maniobra de adelantar los relojes había arrebatado una hora de descanso a la humanidad. Un domingo de 23 horas, un insulto a la siesta y un atentado contra la sagrada pereza. Y la respuesta no se hizo esperar.
Al alba, las calles se llenaron de trabajadores somnolientos y amargados. La consigna era clara: "¡No al robo de la hora!". Algunos, con ojeras más pronunciadas que de costumbre, portaban pancartas con frases ingeniosas como "Más vale dormir que madrugar" o "El que madruga pierde una hora".
Las oficinas se convirtieron en campos de batalla. Los empleados llegaban tarde, con la mirada gacha y el café en la mano, desafiando la autoridad de sus jefes.
—"¡Buenos días!" - saludó el señor López, un jefecillo de sección con cara de pocos amigos. - "¿Se han enterado de la nueva normativa?".
—"Sí, señor López", respondió con ironía Ana, una veterana de la oficina. - "Nos han robado una hora de sueño. ¿Acaso no tenemos derecho a descansar?".
—"Las normas son las normas", replicó el señor López, visiblemente acalorado. - "Quien llegue tarde será despedido".
Las palabras del señor López no intimidaron a la tropa. La rebelión se extendía como la pólvora. En cuestión de horas, miles de trabajadores se habían unido a la causa. Las redes sociales ardían con hashtags como #NoAlRoboDeLaHora y #YoDuermoMiHora.
El gobierno, desconcertado por la magnitud del movimiento, convocó una rueda de prensa.
—"Somos conscientes del malestar", balbuceó el portavoz del gobierno, un hombrecillo pálido y sudoroso. - "Pero el cambio de hora es necesario para aprovechar la luz solar".
La respuesta del gobierno no satisfizo a nadie. La gente estaba harta de excusas y tecnicismos. Querían recuperar su hora de sueño, cueste lo que cueste.
Las protestas se intensificaron. Los trabajadores se manifestaban en las calles, bloqueando carreteras y aeropuertos. El país estaba al borde del caos.
Finalmente, el gobierno cedió. En un comunicado oficial, anunciaron la suspensión del cambio de hora y la devolución de la hora robada. La victoria se celebró con vítores y bailes en las calles. La humanidad había recuperado su derecho al descanso.
Y así, la rebelión del horario perdido se convirtió en un hito en la historia. Un recordatorio de que, cuando la gente se une, incluso una hora de sueño puede ser motivo de revolución.
"El sentido del humor es la válvula de escape de la existencia. Sin él, nos ahogaríamos en el torrente de absurdidades que es la vida." (Tom Sharpe, nacido el 30 de marzo de 1928, tuvo tanto sentido del humor que se vino a morir a Llafranch –Girona- en 2013 y aún muchos nos preguntamos ¿dónde está Wilt? ¿o era Wally?)
Y que cumplas muchos más de los 45 de hoy aunque no tengas mucha prisa en ello. No hace falta correr.
Córrer, sense parar
Les sabatilles colpegen l'asfalt amb ritme constant, deixant enrere els carrers il·luminats per la lluna. L'aire fred plena els pulmons d'Ana, una sensació que la impulsa a seguir endavant.
En la seva ment, les imatges es barregen amb la música: records d'un amor perdut, somnis trencats, anhels d'un futur millor. La carrera es converteix en una catarsi, una manera d'alliberar la pena i la incertesa.
Cada pas l'acosta a un lloc desconegut, a una versió de si mateixa més forta, més resilient. La música de Norah Jones l'acompanya, un mantra que li recorda que no està sola en el seu viatge.
El sol comença a apuntar-se en l'horitzó, tenyint el cel d'un taronja vibrant. L’Ana es deté, amb el front suós i un somriure en el rostre. Ha recorregut un llarg camí, però encara li queda molt per davant.
Respira profund i emprèn la marxa de nou, amb la confiança que la carrera la portarà a un destí millor.
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