CONFIANZA IMPRESA
Había una vez un hombre cuyas manos estaban marcadas por el trabajo. Cada arruga en su piel contaba una historia de esfuerzo y sacrificio. Durante décadas, había acumulado monedas, una a una, como si cada centavo fuera un tesoro. Su vida estaba tejida con hilos de ahorro y prudencia.
En su pequeño apartamento, las monedas se apilaban en frascos de vidrio. Los billetes, cuidadosamente doblados, descansaban en una caja de madera gastada. El hombre creía que tenía una fortuna. No una fortuna en mansiones o yates, sino en la seguridad de saber que su esfuerzo se traducía en algo tangible.
Pero un día, todo cambió. La crisis económica se abalanzó sobre la ciudad como una tormenta implacable. Los bancos temblaron, los mercados se desplomaron y la confianza se evaporó como el rocío en la mañana. El hombre vio cómo su pequeño mundo se desmoronaba. El banco quebró, y con él, su seguridad financiera.
Miró los billetes en la caja de madera. Eran solo papel, tinta impresa sobre fibras. El dinero no era metal, no era oro ni plata. Era confianza impresa en un sistema que ahora se tambaleaba. La fe en el valor de esos billetes se había desvanecido, como una melodía que se desvanece en el viento.
El hombre salió a la calle. Las calles estaban llenas de gente preocupada, mirando sus billeteras con ojos ansiosos. Los billetes ya no eran símbolos de prosperidad, sino de incertidumbre. La confianza se había perdido, y con ella, la estabilidad que había sostenido su vida.
En un banco abandonado, encontró un billete de cien dólares. Lo sostuvo entre los dedos, sintiendo su textura rugosa. ¿Qué significaba ahora? ¿Era solo un pedazo de papel, o seguía siendo un fragmento de esperanza? La respuesta estaba en su corazón, en la fe que aún albergaba.
El hombre decidió guardar ese billete. No porque creyera que algún día recuperaría su valor, sino porque representaba algo más profundo. Era un recordatorio de que la confianza no solo residía en los números o las palabras impresas. Estaba en la capacidad de seguir adelante, incluso cuando todo parecía perdido.
Así, con la cabeza en alto, el hombre volvió a su apartamento. Las monedas seguían en los frascos, los billetes en la caja de madera. Pero ahora, también había algo más: la confianza en sí mismo, en su habilidad para enfrentar la adversidad. Porque, al final, la verdadera fortuna no estaba en el dinero, sino en la resiliencia del espíritu humano.
Y así, en medio de la crisis, el hombre aprendió que la confianza no se imprimía en papel, sino en el alma de aquellos que se negaban a rendirse ante la tormenta.
"La muerte es la única aventura que aún no ha emprendido el hombre moderno." (Robert Brasillach, nacido el último día de marzo de 1909 y que se fue a su última aventura en 1945)
Le hubiese felicitado por sus 65 años pero se fue el último día de marzo de 2020 en un coche prestado por The Beatles.
Pots conduir el meu cotxe
El cotxe, vermell com la sang, brilla sota el sol de la tarda. La brisa marina porta l'olor de sal i iode. Ella s'acosta, els seus ulls verds com el mar reflecteixen la llum.
"Pots conduir el meu cotxe?", pregunta amb veu suau.
Ell assenteix en silenci, els seus records es fusionen amb el present. Un viatge per carretera, la música sonant a tot volum, el vent als seus cabells.
Ella puja al cotxe, s'asseu al seient del conductor. Ell la mira, una barreja de tristesa i anhel als seus ulls.
"Comença", murmura.
El motor rugeix, el cotxe s'enlaira per la carretera. La música comença a sonar, omplint l'espai amb un so melancòlic.
Ella condueix, els seus ulls fixats en la carretera. Ell la mira pel retrovisor, la seva imatge es difumina amb el paisatge que passa.
El cotxe s'allunya, deixant enrere un núvol de pols i un record fugaç d'amor perdut.
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