miércoles, 27 de marzo de 2024

 BALTIMORE Y LOS PECES TIGRE


En las profundidades del río Patapsco, donde las aguas oscuras guardan secretos de antaño, un coloso de acero se deslizaba sigiloso bajo la penumbra de la madrugada. Era el 27 de marzo de 2024, y el barco, un gigante entre los suyos, surcaba el río con la confianza de quien ha navegado mil veces el mismo curso. Pero esa noche, el destino tenía otros planes.

El puente Francis Scott Key, una estructura que había resistido el paso del tiempo y las tormentas, se erguía en la distancia, sus luces parpadeantes como estrellas caídas sobre el horizonte urbano. Los trabajadores nocturnos, diminutas figuras en la vastedad de la construcción, no podían imaginar que su rutina se vería interrumpida por un evento que desafiaría la lógica y la razón.

La brisa nocturna llevaba consigo el murmullo de las aguas y el eco de las conversaciones entre los trabajadores del puente.

“¿Escuchaste eso?”, preguntó uno, su voz apenas audible sobre el sonido del río.

“Es solo el viento”, respondió otro, sin levantar la vista de su tarea.

Pero no era el viento. Era algo más grande, algo que se acercaba con una velocidad inusitada. El barco, una sombra gigantesca en la oscuridad, se dirigía hacia ellos.

“¡Algo no va bien!”, gritó el capitán desde la cubierta del barco. “¡El timón no responde!”

Los trabajadores en el puente se detuvieron, alertados por la urgencia en su voz. Miraron hacia el río justo a tiempo para ver la mole de acero descontrolada.

“¡Corran!”, exclamó uno de los trabajadores, mientras el pilar del puente comenzaba a ceder.

El estruendo del impacto ahogó los gritos de los hombres. El puente, que había soportado tanto, no pudo resistir la fuerza del coloso. Y mientras el polvo se asentaba y las sirenas comenzaban a sonar, el silencio volvió a apoderarse de la escena, un silencio que hablaba de la fragilidad de la vida y la implacable marcha del tiempo.

En 1942 la Segunda Guerra Mundial rugía en el horizonte. Baltimore, ciudad portuaria, se erguía como un centinela frente a la amenaza nazi. Un día, las sirenas antisubmarinas perforaron el silencio de la noche. Los ecos metálicos rebotaron en los edificios, encendiendo la paranoia en el corazón de la ciudad. La flota de guerra se puso en alerta máxima, lista para enfrentar al enemigo invisible.

"¡Tenemos contacto! ¡Submarino enemigo detectado en el sector B-3!", gritó el almirante

"¡Señor, los radares confirman la presencia de dos, no uno, sino dos submarinos!", confirmó el teniente.

"¡Preparen torpedos! ¡Disparen a discreción!", ordenó el capitán.

Sin embargo, el enemigo no era un gigante de acero sumergido, sino un ejército de minúsculos guerreros: los peces tigre. Millones de ellos, en su frenética migración anual hacia la bahía para desovar, emitían un peculiar graznido que confundió a los radares, creando la ilusión de una amenaza submarina.

Hoy, en algún lugar de las profundidades del río, los peces tigre continúan su viaje ancestral, indiferentes al caos que habían desencadenado en la superficie.

"Hay en el amor una mezcla de piedad." (Alfred de Vigny, nacido el 27 de marzo de 1797. A mí la frase me ha dejado parado: pensaba que aquello de ‘ten piedad de nosotr@s’ se refería a otra cosa. En cualquier caso seguiré creyendo que el amor no tiene piedad de nadie)

Celebraríamos hoy 100 años de su nacimiento, pero se fue una spring de 1990.

Temps d'estiu

El sol queia a plom sobre la petita ciutat costanera. Marta, amb el seu vestit blanc i barret de palla, passejava per la platja deserta. La brisa marina agitava el seu cabell i el so de les ones trencava el silenci. De sobte, una melodia familiar va arribar a les seves oïdes. Un vell tocava "Summertime" sota una ombrel·la multicolor. Marta es va detenir i va tancar els ulls, deixant que la música la transportés a un estiu de la seva infància, ple de riures i jocs sota el sol. Un sospir va escapar dels seus llavis i, amb un somriure nostàlgic, va continuar el seu camí, amb la melodia encara ressonant en el seu cor.


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