EL DEDO ÍNDICE INMORTAL
El sol de agosto caía a plomo sobre la árida meseta castellana. Un microbús destartalado de la Seguridad Social avanzaba por la polvorienta carretera, dejando tras de sí una estela de humo y el rumor de su motor asmático. A bordo, Don Emiliano, un funcionario veterano con la calvicie surcada por vetas de sudor, hojeaba un expediente con gesto serio. A su lado, Doña Remedios, una joven becaria llena de entusiasmo, observaba el paisaje con ojos ávidos de descubrir la historia que se escondía tras el expediente.
Don Emiliano carraspeó y leyó en voz alta: "Don Aurelio Pérez Martínez, 112 años. Jubilado desde 1968. Residente en el pueblo de La Aldea Perdida". Doña Remedios se quedó boquiabierta. "¡Ciento doce años!", exclamó. "Debe ser el pensionista más longevo de España". Don Emiliano asintió con solemnidad. "Un caso excepcional. La Seguridad Social le rendirá un homenaje y le otorgará un premio como símbolo de su admirable longevidad".
Al llegar a La Aldea Perdida, el microbús se encontró con un pueblo fantasma. Las calles empedradas estaban desiertas, las casas en ruinas y el único sonido era el silbido del viento entre las calles vacías. Un anciano encorvado, con la mirada perdida en el horizonte, les guió hacia la casa de Don Aurelio.
La casa era una choza de adobe medio derruida, con la puerta de madera carcomida por la polilla. Al entrar, un olor a rancio y a humedad les envolvió. En el interior, una anciana de rostro curtido por el tiempo y el trabajo se levantó de una mecedora con dificultad. "Buenos días", dijo Don Emiliano con voz temblorosa. "Somos de la Seguridad Social. Venimos a homenajear a Don Aurelio por su longevidad".
La anciana los miró con ojos llenos de tristeza. "Don Aurelio ya no está con nosotros", dijo con voz apenas audible. "Falleció hace cinco años". Don Emiliano y Doña Remedios se miraron, consternados. "¿Y quién ha estado cobrando la pensión todos estos años?", preguntó Doña Remedios con timidez.
La anciana bajó la vista y, con un hilo de voz, susurró: "Yo". Sacó de su bolsillo un pequeño estuche de cuero y lo abrió con dedos temblorosos. En su interior reposaba un dedo índice, momificado y ennegrecido por el tiempo. "Era el dedo índice de Don Aurelio", explicó la anciana. "Era analfabeto y firmaba con el dedo. Cuando él murió, lo guardamos en la nevera para poder seguir cobrando la pensión. No teníamos otra manera de sobrevivir".
Don Emiliano y Doña Remedios se quedaron sin palabras. La picaresca española, tan antigua como el Quijote, había resurgido de las cenizas en la forma de un dedo índice inmortal. Un dedo que, a pesar de la muerte, había seguido firmando documentos, cobrando pensiones y escribiendo una historia insólita en la España rural.
Al salir de La Aldea Perdida, el microbús de la Seguridad Social se alejó con un silencio sepulcral. Don Emiliano y Doña Remedios no podían evitar una mezcla de tristeza y fascinación por la historia que acababan de presenciar. Una historia que demostraba que, incluso en la era digital, la picaresca y la necesidad humana siempre encontrarían un modo de sobrevivir.
"La fortuna, como la mujer, debe ser ligeramente cortejada; y si a menudo se escapa de las manos, debe ser recapturada con un poco de astucia." (Tobias Smollett, nacido el 19 de marzo de 1721 para ser médico de pueblo y con poco éxito. Se le dio mejor escribir y las señoras menos astutas que él)
Hoy celebraríamos el 65 cumpleaños de él -de ella algunos menos- pero se quedó en 63... él y su páncreas.
Tot tipus de tot
El carrer és un escenari on desfilen totes les vides. L'executiu apurat, la mare cansada, el captaire solitari. Cadascun interpretant el seu paper diari.
De sobte, un ras rodamon treu una harmònica i es posa a tocar una melodia esquinçadora. La multitud es deté, commoguda. Per un instant, les màscares cauen i es revelen les ànimes nues.
En aquest moment efímer de connexió humana, tots són iguals sota el vast cel. Un popurri de somnis, penes i esperances embastats per la música de carrer. Abans que l'encanteri es trenqui, tots són tot i tot és tots.
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