EL MINOTAURO
En el corazón del laberinto, los susurros de las paredes se entrelazan con el eco de mis pasos. Cada giro es una promesa rota; cada corredor, una ilusión de escape. Las sombras bailan en la periferia de mi visión, burlándose de mi desesperación. El aire está impregnado de un olor a tierra húmeda y a los secretos antiguos que este lugar guarda celosamente.
Me detengo, el aliento se me escapa en jadeos cortos, y el pulso late en mis sienes como un tambor de guerra. La incertidumbre me envuelve como una capa, pesada y sofocante. Aquí, en este entramado de piedra y misterio, el tiempo se desvanece, y la esperanza se convierte en un hilo tenue, casi imperceptible.
El laberinto no es solo un conjunto de muros y caminos sin salida; es un ser vivo que respira y se retuerce, cambiando su forma para confundir a aquellos que se atreven a desafiarlo. Estoy perdido, sí, pero en esta pérdida, encuentro una extraña belleza en la complejidad de su diseño, en la artesanía de su confusión.
Quizás no haya salida, quizás el laberinto sea mi destino final. Pero mientras me adentro más en su abrazo enigmático, decido que si he de estar perdido, que sea en un lugar donde incluso la perdición es una obra de arte.
Al llegar al próximo cruce, la luz titilante de una antorcha lejana ilumina parcialmente el camino. A tu izquierda, un pasillo estrecho se adentra en la oscuridad, prometiendo solo más incertidumbre. A la derecha, un corredor más amplio está adornado con grabados en las paredes que cuentan historias de aquellos que vinieron antes de ti, sus éxitos y fracasos grabados en piedra.
Sin embargo, es el camino que se extiende frente a ti el que captura tu atención. Allí, en medio de la encrucijada, se alza una estatua de un minotauro, el guardián legendario de los laberintos. Su mirada de piedra parece penetrar en tu alma, desafiándote a descubrir los secretos que protege.
Con una mezcla de temor y asombro, decides enfrentar la mirada del minotauro y avanzar. A medida que te acercas, notas que la base de la estatua tiene inscripciones que parecen ser un acertijo, una clave para la libertad o tal vez una trampa para los incautos. El laberinto te ha presentado un nuevo desafío, y aunque el miedo te roza la piel como una brisa fría, la curiosidad te impulsa a descifrar el enigma del minotauro. La inscripción en la base de la estatua del minotauro es un acertijo en verso que dice:
"Aquel que busca la salida, preste atención,
en el laberinto, la clave es la dirección.
No en el norte, sur, este u oeste se hallará,
sino en el viaje al centro, donde todo comenzará.
Mira no con los ojos, sino con el corazón,
y encontrarás la ruta bajo la luna y el sol.
El minotauro vigila, pero no es tu final,
pues en su mirada yace el camino astral."
“Ser es ser percibido. Si un árbol cae en el bosque y nadie está allí para escucharlo, ¿hace un sonido?” (George Berkeley, nacido el 12 de marzo de 1685 me ha hecho preguntarme si la soledad existe, porque no hay nadie ahí para percibirla)
Y que cumplas muchos más de los 78 de hoy aunque te hayas pasado la vida de cabaret en cabaret.
El meu exèrcit
El fred vent agitava els arbres nus. Sota les seves branques, un jove caminava només. En el seu interior, un remolí d'emocions trobades. Dolor i ànsia de redempció. Volia escapar d'aquest lloc i del seu passat, però una força misteriosa el mantenia lligat. Alguna cosa dins d'ell encara buscava respostes. Perdó? Venjança? No ho sabia. Només continuava caminant, embolicat en la foscor, amb l'esperança que algun dia el vendaval que agitava la seva ànima trobés calma.
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