sábado, 6 de abril de 2024

EL CASO DEL CADÁVER OBSTINADO


Amanecía un lunes gris y lluvioso, perfecto para un entierro. El féretro de Don Anacleto, apodado cariñosamente "El Tuerto" por su parche ocular pirata, descendía hacia su última morada.

Don Anacleto, en vida, era un hombre terco como una mula. De hecho, se decía que era tan obstinado que una vez discutió con un burro durante tres horas y lo convenció de que él era el burro.

Y ahora, al parecer, su espíritu obstinado no se había extinguido con su último aliento.

El sepulturero, un hombre fornido apodado "El Hércules", se disponía a dar la última palada de tierra cuando un sonido metálico resonó en la tumba.

¡Toc! Toc!

Todos se miraron, atónitos.

¡Toc! Toc! Toc!

Los golpes provenían del interior del ataúd.

El Hércules, con la frente sudada, se acercó al féretro y lo golpeó con fuerza.

"¡Tranquilo ahí dentro!", bramó. "¡Ya estás muerto!".

¡Toc! Toc! Toc!

"¡Te he dicho que estás muerto!", repitió El Hércules, golpeando aún más fuerte. "¡Deja de molestar!".

¡Toc! Toc! Toc!

El Hércules, exasperado, miró a los presentes.

"¿Qué hacemos?", preguntó, con la voz temblorosa.

Un señor mayor, con barba de chivo y mirada sabia, se acercó al ataúd.

"Don Anacleto era un hombre obstinado", dijo con calma. "Y, por lo que parece, su tozudez lo ha acompañado al más allá".

"Pero... ¿qué hacemos?", insistió El Hércules.

"Simplemente hay que hablar con él", respondió el anciano. "Hay que convencerlo de que ya está muerto".

El Hércules, con la incredulidad pintada en el rostro, se acercó al ataúd y susurró:

"Don Anacleto, escúcheme. Usted ya está muerto. No tiene sentido seguir golpeando. Acepte su destino y descanse en paz".

Hubo un silencio expectante.

Y entonces, desde el interior del ataúd, se escuchó una voz ronca y familiar:

"¡Ni hablar! ¡Yo no estoy muerto! ¡Y no me pienso quedar aquí encerrado!".

El Hércules se echó hacia atrás, con los ojos desorbitados.

"¡Está vivo!", gritó, mientras corría despavorido.

Los demás presentes se miraron, sin saber qué hacer.

Finalmente, el anciano de la barba de chivo se acercó al ataúd y suspiró.

"Don Anacleto", dijo con paciencia, "usted siempre ha sido un hombre obstinado. Pero incluso los más obstinados deben aceptar la realidad. Usted está muerto. Y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo".

Hubo otro silencio.

Y luego, de nuevo, la voz ronca de Don Anacleto:

"Está bien", gruñó. "Tienes razón. Estoy muerto. Pero que quede claro que no me he rendido. ¡Simplemente estoy esperando una mejor oportunidad!".

Y con esas palabras, el ataúd se quedó en silencio.

Los presentes se miraron, sin saber qué decir.

Al final, el entierro se reanudó, con la certeza de que, incluso en la muerte, Don Anacleto seguiría siendo tan obstinado como siempre.

“No hay nada en el mundo más obstinado que un cadáver: usted puede golpearlo, usted puede romperlo en pedazos, pero usted jamás podrá convencerlo” (Alexander Herzen, nacido el 6 de abril de 1812 fue un revolucionario ruso que se lo tomó muy en serio incluso más allá de la muerte)

Hoy hace 15 años de su marcha a la habitación de al lado para escribir un poema huyendo de la soledad.

La nina del carreró

La Marta, amb els seus 17 anys, s'asseia a la finestra, mirant el carreró. Esperava en Joan, el noi de la moto, amb qui havia començat a sortir feia poc. La cançó d'Amores de Mari Trini sonava a la ràdio, i la Marta la cantava baixet, amb un somriure als llavis.

De sobte, el soroll de la moto va trencar el silenci del carreró. En Joan va aparèixer, més guapo que mai, amb la seva jaqueta de cuir negra. La Marta va baixar corrents les escales, i van sortir junts cap a la nit, amb la música d'amor ressonant als seus cors.

Al cap de dos mesos, la Marta ja no s'asseia a la finestra. En Joan l'havia deixat per una altra noia. La cançó d'Amores de Mari Trini sonava a la ràdio, però ara la Marta la cantava amb llàgrimes als ulls. L'amor havia arribat amb la força d'un huracà, i se n'havia anat amb la mateixa rapidesa, deixant-la amb el cor trencat.

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