EL ÚLTIMO CIGARRILLO
Siempre le dijeron que el tabaco lo mataría. No obstante, Juan se aferraba a sus cigarrillos con la misma obstinación con la que otros se aferran a sus sueños. Al final del día, pensaba, todos morimos de algo. Encendía uno tras otro, observando cómo el humo se dispersaba en la bruma de la tarde, formando figuras efímeras que desaparecían tan rápido como aparecían.
Había algo de ritual en cada calada, una especie de consuelo en el sabor amargo del tabaco y en la sensación del humo llenando sus pulmones. A sus cincuenta años, Juan ya no era el joven rebelde que había comenzado a fumar en la universidad, pero tampoco se había convertido en el hombre maduro y responsable que todos esperaban. Seguía siendo el mismo soñador, perdido en sus pensamientos, refugiado en su propio mundo de cenizas y nicotina.
Una tarde de primavera, mientras paseaba por el parque, vio una mujer sentada sola en un banco. Tenía el pelo desordenado por el viento y una expresión de cansancio en el rostro. Juan, intrigado, se sentó en el banco contiguo y encendió un cigarrillo, esperando a que el humo rompiera el hielo. Ella lo miró con una mezcla de curiosidad y desdén.
—Esos te matarán, ¿sabes? —dijo ella, sin preámbulos.
Juan sonrió, exhalando una nube de humo que se desvaneció entre ellos.
—Ya me lo han dicho —respondió—. Pero hay peores maneras de morir.
Ella soltó una risa amarga y bajó la mirada. Parecía cargar con el peso del mundo sobre sus hombros.
—Tal vez tengas razón —dijo finalmente—. Yo podría escribir un libro sobre las peores maneras de morir.
Juan levantó una ceja, interesado.
—¿Y cuál sería la peor? —preguntó, apagando su cigarrillo contra la suela de su zapato.
Ella suspiró, mirando al horizonte.
—Morir sin haber vivido de verdad —respondió—. Morir con la sensación de que has pasado tu vida entera esperando algo que nunca llegó.
Esa frase quedó resonando en la mente de Juan mucho después de que la mujer se levantara y se marchara, dejándolo solo con sus pensamientos y un paquete medio vacío de cigarrillos. La noche cayó, y con ella, un frío que le caló los huesos. Se levantó del banco y empezó a caminar hacia su apartamento, encendiendo otro cigarrillo en el camino.
El apartamento de Juan era un reflejo de su vida: desordenado, lleno de recuerdos dispersos, de proyectos inacabados y de libros sin leer. Se sentó en su sillón favorito, con vistas a la ciudad, y encendió la lámpara de pie que había heredado de su abuela. La luz cálida llenó la habitación, y por un momento, todo pareció estar en su lugar.
Miró la ciudad a través de la ventana, las luces titilantes que brillaban como estrellas caídas, y pensó en las palabras de la mujer en el parque. ¿Había vivido de verdad? ¿O había pasado su vida esperando algo que nunca llegaría? El humo del cigarrillo ascendía en espirales, y Juan se dio cuenta de que nunca había sido tan consciente de su propia respiración, de la fragilidad de cada inhalación y exhalación.
Esa noche, dejó de fumar. No fue una decisión impulsiva, sino una especie de revelación silenciosa, un reconocimiento de que la vida era demasiado corta para desperdiciarla esperando. Guardó el paquete de cigarrillos en un cajón, como un recordatorio de lo que había dejado atrás.
Al día siguiente, salió a caminar por el parque. El sol brillaba con una intensidad nueva, como si el mundo hubiera cambiado en una noche. Juan se sentó en el mismo banco, esperando encontrar a la mujer de nuevo, pero ella no apareció. En su lugar, una sensación de paz lo invadió. Tal vez, pensó, la verdadera vida comienza cuando dejamos de esperar y empezamos a vivir de verdad.
Sonrió, inhalando el aire fresco y limpio. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre.
“Estábamos juntos. Olvidé el resto” (Walt Whitman, nacido el 31 de mayo de 1819 nos enseñó, en una sola frase, la mejor manera de dejar el tabaco. Pertenece al club de los poetas muertos al que prestó uno de sus poemas más conocidos: ¡Oh, capitán, mi capitán!)
Y que cumplas muchos más de los 62 de hoy y sin rendirte nunca por supuesto.
Mai et rendeixis
Enmig de la foscor de la nit, un jove corredor s'esforçava per cada pasada, els seus pulmons cremant amb cada inspiració. La seva ment li demanava que s'aturés, que renunciés a la lluita, però alguna cosa dins seu el feia seguir endavant.
Recordava les paraules de la cançó: "Mai et rendeixis, mai et rendeixis, no importa el que passi". I amb cada paraula, trobava la força per continuar, un pas més, una respiració més.
Finalment, va arribar a la meta, exhaust però victoriós. Havia conquerit el seu dubte, la seva por, i havia demostrat que amb perseverança, tot és possible.
En aquell moment, va comprendre que la veritable victòria no resideix en arribar primer, sinó en no rendir-se mai.
I si, avui es el Dia Mundial sense Tabac com cada 31 de maig.
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