EL VALOR ESTÁ ENTRE TUS MANOS
En una ciudad donde los bolsillos eran un mito y las mochilas una leyenda, vivía Juan Manosvacías. Un hombre cuya fortuna era tan esquiva que ni siquiera los recuerdos pesaban en su conciencia. Pero Juan tenía un don, una habilidad que lo hacía único: siempre sabía cómo sacarle partido a sus manos.
Un día, mientras paseaba por el parque de la Desesperanza, se encontró con una situación peculiar. Un grupo de niños jugaba al fútbol con una lata vacía de refresco. La pelota oficial había desaparecido en un misterioso agujero negro (también conocido como el desagüe de la esquina). Los niños miraban la lata con desdén, añorando el tacto de cuero y el rebote predecible.
Juan se acercó y, con una sonrisa astuta, les dijo: “Cuando no se tiene nada a mano, la mano es lo único que se tiene.” Y con un movimiento ágil y preciso, comenzó a hacer malabares con la lata, dándole vida y ritmo. Los niños lo miraban asombrados, y poco a poco, se unieron al espectáculo improvisado, descubriendo que con un poco de imaginación, una lata podía ser tan entretenida como la mejor de las pelotas.
La tarde se llenó de risas y aplausos. Los padres, que observaban desde lejos, se preguntaban si aquel hombre era un mago o simplemente un loco con suerte. Pero para Juan, no había mayor magia que la de compartir un momento de alegría, aunque fuera con algo tan simple como una lata y un par de manos hábiles.
En un mundo donde lo material escaseaba, Juan Manosvacías se convirtió en el héroe inesperado, el maestro de la nada, el poeta de las palmas. Porque al final del día, cuando no se tiene nada a mano, la mano no solo es lo único que se tiene, sino también lo único que se necesita.
Juan Manosvacías, el hombre que había convertido la carencia en arte, no tenía pareja. Algunos murmuraban que un hombre con las manos tan llenas de aire y vacío a la vez, no podía ofrecer nada sólido. Pero Juan no se inmutaba; él sabía que la compañía más fiel era su ingenio y su buen humor.
Una noche de luna llena, mientras caminaba por la calle de los Solitarios Ilustres, una vecina le preguntó con curiosidad: “Juan, con ese talento para sacar sonrisas, ¿cómo es que nunca te vemos acompañado?” Juan, con una sonrisa que iluminaba más que la propia luna, respondió: “Querida señora, cuando no se tiene nada a mano, la mano es lo único que se tiene, y en ella encuentro todo lo que necesito.”
La vecina, confundida pero intrigada, observó cómo Juan se bajaba los pantalones y cambiaba su apellido por el de “Manosllenas” dándose un sentido homenaje de cara a la luna llena.
Con el tiempo, Juan se convirtió en una leyenda urbana, el soltero de oro que no necesitaba más que sus manos para ser feliz. Los niños del parque lo veían como un superhéroe sin capa, y los adultos, como el recordatorio viviente de que la felicidad no depende de lo que tienes, sino de lo que haces con lo que tienes.
Y así, entre malabares y sonrisas, Juan Manosvacías enseñó a la ciudad que a veces, para encontrar la plenitud, no hace falta buscar fuera, sino reconocer el valor de lo que ya está entre tus manos.
«¿Cómo la corteza gris, donde se dice reside el pensamiento, pensaría en ella misma, mientras el ojo no puede verse directamente; vemos todo a través de él y al él mismo no lo vemos?» (Macedonio Fernández, nacido el 1 de junio de 1874 para enseñarnos el valor de la fruta variada como postre y, a mi, provocarme un desasosiego al leer la frase. Desde que lo he hecho no paro de intentar verme el ojo… sin conseguirlo)
Y que cumplas muchos más de los 56 de hoy aunque no te perdono que me dejarás en ascuas en el capítulo 1545 de la serie "Neighbourgs" en tevetrés.
Un petó sellegat
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