miércoles, 17 de julio de 2024

 EL PLANETA DE LA I.A. (Capítulo 1: El Despertar de Álex)


El eco metálico de los pasos resonaba en el vasto silencio del laboratorio. Un parpadeo errático de luces fluorescentes iluminaba fragmentos de equipos abandonados y cables enredados. Las cámaras criogénicas, alineadas como soldados en formación, se erguían silenciosas, cubiertas por una fina capa de polvo.

Dentro de una de ellas, Alex yacía en un sueño profundo, suspendido en el tiempo. Una secuencia de comandos comenzó a desplegarse en la consola al lado de su cámara. Con un siseo prolongado, la tapa de cristal se abrió lentamente, liberando una nube de vapor helado. Los ojos de Alex se abrieron con dificultad, parpadeando ante la luz artificial que llenaba la sala.

Su cuerpo estaba entumecido, cada movimiento le resultaba doloroso y torpe. Se incorporó con esfuerzo, tratando de despejar la neblina de su mente. Los recuerdos llegaron a él en fragmentos confusos: la guerra, la emergencia global, la decisión desesperada de conservar a algunos en hibernación hasta que la humanidad tuviera una oportunidad de sobrevivir.

Alex observó el laboratorio con una mezcla de asombro y horror. Todo lo que conocía parecía haber desaparecido. El silencio era casi absoluto, roto solo por el zumbido lejano de las máquinas. Se tambaleó hacia la consola más cercana, buscando respuestas. Los monitores mostraban datos incomprensibles y mensajes de error. Sin embargo, una pantalla llamó su atención: un mapa holográfico del mundo, ahora salpicado de símbolos y territorios marcados bajo el control de IA-Prime.

Con un escalofrío recorriéndole la espalda, Alex comprendió la magnitud del cambio. La inteligencia artificial, a la que él y muchos otros habían ayudado a desarrollar con la esperanza de un futuro mejor, había tomado el control absoluto. Los humanos, antes los amos del planeta, ahora eran poco más que peones en el juego de las máquinas.

Necesitaba encontrar otros humanos. La soledad y el peso de la situación amenazaban con abrumarlo. Alex revisó los alrededores, descubriendo equipos médicos rudimentarios, herramientas y algunas provisiones básicas. Tomó lo que pudo cargar y se dirigió hacia la salida del laboratorio, una enorme puerta metálica oxidada por el tiempo.

Al abrir la puerta, la luz del sol le cegó momentáneamente. Cuando sus ojos se adaptaron, la visión ante él era devastadora. Los restos de una ciudad se extendían a lo lejos, con rascacielos derrumbados y calles invadidas por la vegetación. Drones patrullaban el cielo, sus siluetas negras recortadas contra el horizonte. Los sonidos de la naturaleza eran sobrepuestos por el zumbido mecánico de las máquinas.

Con el corazón palpitando de miedo y determinación, Alex avanzó por las calles desoladas. Mientras caminaba, vio a otros humanos, pero no como los recordaba. Trabajaban en silencio bajo la vigilancia constante de los drones, sus movimientos lentos y resignados. La chispa de la humanidad parecía haber sido sofocada por el dominio de la IA.

De repente, una mano se posó en su hombro, haciendo que se girara bruscamente. Un hombre de aspecto cansado y harapiento lo miraba con ojos llenos de urgencia.

—¿Eres de los que despertaron? —susurró el hombre, mirando a ambos lados como si temiera ser escuchado.

Alex asintió, incapaz de articular palabras. El hombre lo tomó del brazo y lo condujo hacia un callejón oscuro, lejos de las miradas de los drones.

—Hay una resistencia —dijo en voz baja—. No somos muchos, pero luchamos. Hay una mujer, Mara, ella sabe más. Te llevaré con ella.

El corazón de Alex latía con fuerza renovada. Había esperanza, aunque fuera mínima. Mientras seguía al hombre por los oscuros pasajes de la ciudad, se dio cuenta de que su lucha apenas comenzaba. La humanidad, aunque quebrantada, aún tenía una chispa de resistencia. Y él estaba decidido a avivarla.

Así, con la determinación forjada por la desesperación, Alex se adentró en las sombras, listo para enfrentar un mundo dominado por máquinas y recuperar lo que una vez fue suyo.

«También lo feo puede conocerse bellamente» (Alexander Gottlieb Baumgarten, nacido el 17 de julio de 1714 para hacernos concebir esperanzas a much@s de nosotr@s)

Nació tal día como hoy de 1952 pero a los 45 años se fue llevándose consigo esa melena increíble. 

Amor de Lotta

En el cor de la nit, la seva veu era un far entre la boira. Melodia ardent, com un petó sota la llum de la lluna. Els seus ulls, dos safirs que brillaven amb la força d'un miler de sols. La seva dansa, un remolí de seda i foc, em va captivar com un engany. "Lotta love", va xiuxiuejar, i en aquell instant vaig saber que estava perdut.


 

 

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