EL PASADO NO DEBE VOLVER
En lo profundo de un antiguo y olvidado túnel minero, donde el olor a humedad y óxido impregna el aire, yace una mina de hierro abandonada desde hace décadas. Las paredes de roca, cubiertas de una capa oscura y resbaladiza, reflejan la luz de mi linterna, creando sombras inquietantes que parecen moverse con vida propia. Herramientas oxidadas, una pala y una cesta gastada, descansan en el suelo polvoriento, como si los mineros hubieran dejado su trabajo abruptamente y nunca regresaron.
La razón por la que decidí explorar este lugar fue pura curiosidad, alimentada por las historias locales de extrañas desapariciones y susurros en la oscuridad. Había escuchado suficientes leyendas en el bar del pueblo para querer comprobarlo por mí mismo. Mientras avanzaba con cautela por el estrecho pasadizo, sentí una presencia inquietante, como si los fantasmas del pasado me observaran desde las sombras. El silencio era casi absoluto, roto solo por el eco de mis propios pasos y el goteo constante del agua que se filtraba desde las rocas.
La luz de mi linterna se posó en algo inusual: un viejo diario medio enterrado en el barro. Sus páginas, amarillentas y frágiles, contenían relatos de los últimos días de la mina, describiendo extraños sucesos y visiones perturbadoras que atormentaron a los mineros. Con cada página que pasaba, mi inquietud crecía. Los relatos hablaban de sombras que se movían por su cuenta, de susurros en lenguas olvidadas y de un sentimiento constante de ser observados.
Con cada palabra leída, comencé a notar que las sombras a mi alrededor se volvían más densas y palpables, como si intentaran comunicarse conmigo. La atmósfera se tornaba cada vez más opresiva, y el aire parecía volverse más pesado con cada respiración. Empezaba a entender por qué los mineros habían abandonado el lugar tan repentinamente.
Justo cuando decidí que era hora de marcharme, escuché un ruido detrás de mí, un susurro apenas audible que me llamaba por mi nombre. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y me giré lentamente, con el corazón latiendo a mil por hora, enfrentándome a lo desconocido en la penumbra de la antigua mina de hierro.
Allí, en la oscuridad, vislumbré una figura borrosa, casi translúcida. Parecía un hombre, vestido con ropas de minero del siglo pasado. Sus ojos eran pozos vacíos de desesperación. Abrió la boca, pero en lugar de palabras, solo salió un lamento ahogado que resonó en las paredes del túnel. Retrocedí, tropezando con una roca y cayendo al suelo. La figura avanzó lentamente, cada paso haciendo que el aire a mi alrededor se volviera más helado.
Intenté levantarme, pero mis piernas no respondían. El miedo me tenía paralizado. La figura se detuvo a unos metros de mí, y por un momento, todo quedó en silencio. Luego, en un susurro que resonó en mi mente, escuché una voz: «No debiste venir. El pasado debe permanecer enterrado»
Con un esfuerzo desesperado, me levanté y corrí hacia la salida. Podía sentir la presencia detrás de mí, cada vez más cercana. La luz del día se vislumbró a lo lejos, un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Al salir de la mina, me desplomé en el suelo, jadeando y temblando. Miré hacia atrás, esperando ver la figura, pero solo vi la entrada oscura y silenciosa de la mina.
Me levanté lentamente y me alejé, jurando nunca más regresar. Las historias eran ciertas, la mina estaba maldita, y los fantasmas del pasado preferían su soledad. De vuelta en el pueblo, nunca hablé de lo que vi, pero cada vez que alguien mencionaba la mina, un escalofrío me recorría el cuerpo, recordándome que algunos secretos deben permanecer en la oscuridad.
«Nuestra vida está para disfrutarla, no para ser eternamente disidentes, eternamente infelices con cómo son las cosas y con el estado de la humanidad» (Robert Sheckley, nacido el 16 de julio de 1928 se pasó toda su vida escribiendo cuentos y novelas por eso escribió la frase que escribió)
Cumpliría hoy 83 años, pero se quedó en 65. Estuvo toda su vida cantándole a los israelitas para el pago que luego le dieron.
Els Israelites
El sol crema a Jamaica, implacable. En un camp de canya, un home treballa incansablement, el seu cos suant sota el pes del machete. La seva família depèn d'ell, però la paga és magra i la vida és dura.
Amb la mirada perduda en l'horitzó, canta una cançó trista, una cançó sobre els israelites que van vagar pel desert durant quaranta anys buscant una terra promesa. Ell també se sent un estranger a la seva pròpia terra, un esclau modern en un món injust.
Mentre canta, una llum d'esperança s'encén en els seus ulls. Potser un dia, ell i la seva família trobaran la seva pròpia terra promesa, un lloc on puguin viure lliures i en pau.
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