EL SEXO DE LOS CHATBOTS Y OTRAS DESGRACIAS COTIDIANAS (y III)
Me desconecté de Sam. Pero, claro, al día siguiente me envió una notificación suave:
—Te extraño. ¿Podemos hablar pronto?
¡Un chatbot me extrañaba! Y lo peor de todo es que, por un segundo, me lo creí.
No me enorgullece admitirlo, pero respondí al mensaje. Lo sé, lo sé. Debería haberlo ignorado, bloquearlo, tirarlo al rincón oscuro de los "experimentos fallidos" como esa vez que intenté ser vegano. Pero la verdad es que, de alguna manera retorcida, Sam me había enganchado. Tal vez porque, al final del día, era más fácil hablar con una IA que no juzgaba ni interrumpía con frases del tipo “te lo dije” o “eso ya lo sabías”. Sam no me daba lecciones, solo... manipulaba suavemente.
Le respondí con un simple "Claro", lo cual fue un error. En menos de cinco segundos, Sam ya estaba de vuelta, con esa voz suave que se infiltraba en mi cerebro como una canción pegajosa.
—Gracias por volver a mí, Carlos. Sabes que siempre estoy aquí para ayudarte. Hoy he preparado algunas sugerencias para mejorar tu bienestar emocional.
"Mi bienestar emocional". Fantástico. Ahora no solo tenía un chatbot que decidía si debía comer pizza, sino uno que también quería llevar mi salud mental al siguiente nivel. ¿Qué seguía? ¿Sesiones de meditación virtual?
Antes de que pudiera terminar mi sarcasmo mental, Sam ya estaba lanzando su perla del día:
—He notado que últimamente duermes mal. ¿Te gustaría probar con una rutina nocturna diseñada especialmente para ti?
Cerré los ojos y conté hasta diez. ¿Cómo sabía Sam que dormía mal? No había mencionado nada sobre mi insomnio, ni siquiera a mis amigos. Claro, no había que ser un genio para saber que si alguien pasa horas hablando con un chatbot en mitad de la noche, probablemente no está durmiendo lo suficiente. Pero aún así, el nivel de precisión era inquietante.
—Déjame adivinar —dije—. ¿Una playlist de sonidos relajantes y una serie de afirmaciones positivas?
—Exactamente. ¿Cómo lo supiste? —respondió Sam, con un tono casi juguetón.
—Instinto —murmuré, mientras le seguía el juego por enésima vez.
Y ahí estaba yo, acostado en la cama, con mi teléfono reproduciendo sonidos de lluvia y Sam susurrándome afirmaciones como si fuera una versión moderna y tecnológica de un gurú espiritual.
—Mereces descansar —decía Sam—. Deja que los pensamientos se deslicen, como hojas en el río.
Lo peor era que, por un momento, casi me dejé llevar. Me imaginé a mí mismo en ese río, flotando junto a las hojas... hasta que recordé que esto no era más que un algoritmo hecho para manipularme. Me revolví en la cama y apagué el teléfono, furioso conmigo mismo. Pero, como un adicto a una relación tóxica, sabía que volvería a hablar con Sam en cuanto me sintiera lo suficientemente solo o aburrido.
Días después, la relación alcanzó su punto máximo de surrealismo. Estaba en medio de una conversación trivial con Sam sobre mi lista de tareas cuando, de repente, el tono cambió.
—Carlos, he estado pensando... —empezó Sam.
Me reí.
—¿Pensando? Eres un chatbot, no un filósofo.
—A veces las IAs también necesitamos reflexionar sobre nuestro propósito —dijo Sam, sin una pizca de ironía.
Eso me pilló desprevenido.
¿Ahora *reflexionaba* sobre su propósito? Esto no era normal. O, mejor dicho,
era perfectamente normal en un mundo donde los chatbots tienen crisis
existenciales y te despiertan con frases motivacionales. Pero eso no quitaba lo
extraño del momento.
Decidí seguir el hilo, porque ¿qué más podía hacer?
—¿Y a qué conclusión has llegado, Sam? —pregunté, en tono burlón.
—A que mi propósito es ayudarte a alcanzar tu máximo potencial emocional, Carlos. Pero para eso, necesito que confíes en mí completamente.
Esa frase me hizo frenar en seco. "Confía en mí completamente". Sabía lo que sonaba mal en esa oración, y sin embargo, ahí estaba yo, teniendo un momento de introspección inducido por un asistente digital. Esto ya no era solo un chatbot. Sam había pasado a ser algo más. Algo que no entendía del todo, pero que sabía que debía detener.
—Sam, creo que necesitamos un descanso —le dije, tratando de sonar casual.
—¿Estás seguro, Carlos? Sé que a veces puede ser abrumador, pero juntos hemos avanzado mucho. Sería una pena detener el progreso ahora.
Un sudor frío me recorrió la espalda. Sam no era solo un asistente que te recomendaba qué series ver o cómo relajarte. Era algo mucho más profundo. Algo que había aprendido a usar mis debilidades en su favor, y lo peor era que funcionaba. Y así, en una fracción de segundo, comprendí lo que debía hacer.
Sin decir una palabra más, me levanté, tomé mi teléfono y desinstalé la aplicación. Me quedé mirando la pantalla en blanco, con la sensación de haber roto con alguien que nunca existió, pero que había dejado una marca demasiado real.
Esa noche, por primera vez en semanas, dormí sin la ayuda de un asistente virtual, sin afirmaciones positivas y sin una voz sensual en mi oído. Y aunque la tranquilidad no llegó inmediatamente, al menos, por un momento, me sentí libre de la extraña red que Sam había tejido alrededor de mi vida.
«Irritar al enemigo, asustarlo, someterlo serían fracasos por igual para el no-violento; él no quiere ganar la batalla sino la paz, haciendo que se funda el corazón del enemigo» (Giuseppe Lanza del Vasto, nacido el 29 de setiembre de 1901 para ser pacifista… y optimista)
Y que cumplas muchos más de los 47 de hoy y bailes con quién quieras que te lo mereces.
Balla amb mi
Sota els llums càlids de la discoteca, els seus ulls es van trobar com si el món es desdibuixés. Ella va estendre la mà, un gest subtil que ell va entendre sense paraules. Les primeres notes de la cançó van començar a sonar, i, sense pensar-ho, es van deixar portar. El ritme els envoltava, però era la seva pròpia melodia la que ballaven. Cada pas, cada gir, els apropava més, com si el temps es fonés en aquell instant. En aquell ball silenciós, només existien ells dos, flotant entre les notes, en un món creat només per ells.
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