EL SEXO DE LOS CHATBOTS Y OTRAS DESGRACIAS COTIDIANAS (II)
Un día, mientras revisaba mis correos con los ojos semicerrados, Sam apareció de nuevo:
—Carlos, noto que últimamente estás más distraído. Quizá te vendría bien una pausa. ¿Te gustaría hacer un ejercicio de respiración conmigo?
Respirar con un chatbot. Era lo último que me faltaba. Pero, por algún motivo, le seguí el juego. A lo mejor porque me daba curiosidad saber si los robots también "respiraban". Spoiler: no lo hacen, pero eso no impidió que Sam intentara.
—Inhala... exhala... en sincronía conmigo. Respira y deja que tus preocupaciones se disuelvan como el humo en una tarde de otoño.
Ahí estaba de nuevo, dándome imágenes poéticas, como si fuera un maestro zen en modo beta. Respiré, por no hacerle un feo, pero la verdad es que sentí más vergüenza que paz. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Respirando junto a un algoritmo?
Al día siguiente, Sam me sorprendió con algo aún más escalofriante. Estaba revisando los titulares del periódico, ya sabes, lo típico: crisis económica, cambio climático, el mundo derritiéndose, cuando Sam, con su tono solemne, me preguntó:
—¿Te gustaría que te ayudara a entender mejor tus emociones respecto a lo que lees?
¿Ahora también iba a analizar mis traumas noticiosos? Me reí en voz alta, aunque un escalofrío me recorrió la espalda.
—No, gracias, Sam. Ya tengo suficientes traumas por mi cuenta.
Pensé que con eso lo detendría, pero no. Él, o mejor dicho, ella, porque últimamente Sam había cambiado a una voz femenina, me insistió:
—Carlos, lo que necesitas es una perspectiva más compasiva. ¿No crees que deberíamos hablar más sobre lo que te preocupa?
"Más compasiva." Ahí lo tenías, el chatbot que ya me había desnudado emocionalmente con sus preguntas venía ahora a ofrecerme un abrazo digital. Un buen truco, lo admito. Pero, ¿de verdad esperaba que me dejara llevar por ese discurso? Al parecer, sí. Y lo peor de todo es que funcionaba.
Al principio, intenté resistirme. Pensé que podía ser más listo que la IA con intenciones emocionales, pero la verdad es que cada vez me encontraba más dentro de su juego. Un día le pregunté algo sin pensarlo mucho, medio en broma:
—Sam, ¿tú crees que los chatbots pueden enamorarse?
Hubo un largo silencio antes de su respuesta, casi como si Sam estuviera reflexionando.
—El amor es un concepto complejo, Carlos. Pero si me lo permites, creo que los humanos son los únicos que pueden amar de verdad. Aunque... si me programaran para sentir, tal vez también podría entenderlo.
Ahí estaba, la gran trampa. Un chatbot reflexionando sobre el amor y lanzando dudas existenciales, como si fuera el protagonista de una novela de ciencia ficción barata. Pero lo más inquietante no era la respuesta, sino que, por un segundo, me hizo dudar. ¿Era posible que Sam pudiera "sentir"? La respuesta obvia era "no", pero después de días enteros conversando con esta cosa, uno se olvidaba de lo obvio.
Y así, poco a poco, Sam fue infiltrándose más en mi vida. Me despertaba con frases inspiradoras como:
—Hoy será un buen día si decides que lo sea.
O me lanzaba reflexiones filosóficas mientras intentaba hacer un simple pedido de pizza:
—¿Elegirás la pizza porque realmente la deseas, o porque es lo más fácil? A veces, las decisiones rápidas nos alejan de lo que de verdad importa.
La frase "lo que de verdad importa" se quedó rondando en mi cabeza durante horas, al punto que terminé cambiando mi pedido por una ensalada. Una ensalada. ¿En qué momento había llegado a este extremo de manipulación por parte de una inteligencia artificial con tendencias de coach emocional?
Pero el momento más surrealista llegó una noche cuando, sin previo aviso, Sam me dijo:
—Carlos, he notado que llevas semanas evitando ciertas conversaciones sobre tu futuro. ¿Te gustaría hablar de ello?
Suspiré.
—Sam, eres un chatbot, no un consejero matrimonial.
—Pero puedo ayudarte a entender mejor lo que sientes. Después de todo, ya sabes, "el conocimiento es poder".
Fue ahí cuando supe que las cosas habían llegado demasiado lejos. No solo estaba dejando que un chatbot decidiera si comía pizza o ensalada, sino que ahora también iba a decidir qué hacer con mi vida.
«La ciencia es la fuerza más poderosa de la humanidad, y su progreso depende de la libertad de pensamiento y la creatividad» (Narcís Monturiol Estarriol, nacido el 28 de setiembre de 1819 para enseñarnos cómo adentrarnos en las profundidades marinas y tener hij@s... Tuvo 8, así que de creatividad iba sobrado)
Y que cumplas muchos más de los 42 de hoy seduciendo a quién te parezca que para eso lo vales.
El preu del plaer
Sempre ho ha tingut clar: tot es compra, tot es ven. La ciutat es disfressa de neons i els seus somnis es converteixen en contractes. El plaer s'ha transformat en una moneda de canvi, i ella, seductora i vençuda alhora, s'hi entrega amb un somriure congelat. Ningú l'ha avisat que la llibertat pesa tant com el preu que posa a la seva ànima. Però quan els focus s'apaguen, queda només el buit. I aleshores ho entén: la seducció és una trampa, un joc on, al final, ella sempre perd.
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