CONMEMORACIÓN DE L'1 D'OCTUBRE: DE "MAJOR" A MENOR
Doña María ya no corta nada. Ni el jamón, ni la butifarra, ni siquiera las verduras para la escudella. Todo empezó cuando la nueva consellera d'interior, la Sra. Parlón, decidió que los cuchillos eran una amenaza pública. No era una metáfora. Los cuchillos, literalmente, eran el enemigo.
La tele abría cada día con la misma noticia: la Sra. Parlón y su flamante director general, Sr. Trapero, salían en la pantalla, ufanos, enseñando sus trofeos. Primero fueron los jamoneros, luego las espátulas. Sí, las espátulas. "Aquí no se salva ni la espumadera", dijo Parlón entre risas forzadas mientras la cámara enfocaba un cuchillo de sierra para pan.
El día que llegaron a casa de Doña María, ella estaba cortando pescado. O al menos lo intentaba, porque con tantos años a cuestas, el pulso ya no era lo que era.
—¡Cese en la acción! —gritó el Sr. Trapero al entrar, con ese tono entre guardia civil y presentador de concursos.
Doña María lo miró como quien observa a un perro ladrando en la tele.
—¿Perdón? —preguntó, sin dejar de serrar la dorada.
—Sus cuchillos, señora. Todos. Los de carne, los de pescado, incluso los de la fruta.
—¿Pero cómo voy a cocinar? —preguntó Doña María, más sorprendida por la tontería que por la redada en sí.
—Eso ya no es nuestro problema —respondió Parlón, mientras revisaba el cajón de los cubiertos con un brillo en los ojos que daba miedo. Como si esperara encontrar una espada escondida entre los tenedores.
Los cuchillos fueron confiscados en una bolsa etiquetada con mucho celo. "Armas potencialmente peligrosas", decía el cartelito. Doña María vio cómo se llevaban su única defensa contra el pescado crudo.
La noticia llegó rápido al barrio. Los cuchicheos en la cola del mercado eran más afilados que los cuchillos jamoneros.
—¿Has visto lo de María? —preguntó Encarna, que vendía verduras, con las manos llenas de lechugas.
—¡Le han quitado hasta el cuchillo del pan! —respondió Pepet, el panadero, como si el mundo estuviera al borde del colapso.
Los días pasaron, y la absurda prohibición crecía. Primero fueron a por los cuchillos. Luego, las tijeras. Finalmente, la campaña llegó a su apogeo cuando el gobierno anunció que se confiscarían también bisturís y alfileres. "Me veo sin cirujanos y con la ropa deshilachada", pensó Doña María mientras intentaba abrir una lata de conserva con una cuchara.
Una semana después, la Sra. Parlón apareció de nuevo en la tele. Esta vez, sonriente y segura de sí misma, como una emperatriz moderna en tiempos de guerra.
—¡Hemos logrado reducir el peligro de objetos punzantes en un 75%! —exclamó, orgullosa, como si hubiese desactivado una bomba nuclear.
Doña María soltó un suspiro. El cuchillo para el jamón, el de la butifarra, todos seguían bajo custodia. Y ahora tenía una nueva misión: aprender a pelar patatas con una cuchara.
Al final, claro, el gobierno fue más lejos de lo que nadie imaginó. En la última conferencia, el Sr. Trapero miró directamente a la cámara.
—Próximamente, vamos a revisar los cubiertos en los restaurantes. Hay evidencias de que los tenedores también pueden ser peligrosos.
Doña María apagó la tele, cansada. Alguien, en algún despacho, debía de estar riéndose a carcajadas con todo esto. O tal vez no. Tal vez la broma era la vida misma. Mientras tanto, el país seguía adelante, a trompicones, como una chaqueta mal cosida que se iba descosiendo poco a poco.
«Ningún rumbo estaba abierto para mí, salvo saltar, con los ojos fijos en el abismo del futuro» (William Thomas Beckford, nacido el 1 de octubre de 1760 para ser toda su vida un pesimista)
Hoy hubiese cumplido 77 años pero se fue a Venus con 59 para que bailásemos allí eternamente la canción del vídeo. Por cierto y sin ganas de ser agorero: ir cogiendo sitio porque los "salvadores" del mundo se están multiplicando.
Venus i la Mar
Venus, amb els ulls plens de llàgrimes de perla, contemplava el mar. Les ones, com a lleons domats, besaven suaument la sorra. Recordava la nit en què un marinero li havia promès l'eternitat. Ara, només quedava el ressò de les seves paraules, perdut en la immensitat de l'oceà. El collar de conques, un far de llum en la foscor, era l'únic testimoni d'aquell amor impossible.
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