martes, 29 de octubre de 2024

 CUANDO LA AMISTAD SE CALIENTA

Se conocieron en una de esas cenas con amigos en común, en las que el vino corre y la ironía flota sobre la mesa como un denso perfume. No eran ni los más cercanos ni los más callados. Simplemente dos personas que coincidieron en el mismo espacio y que, de pronto, empezaron a reírse juntos de los comentarios absurdos de los demás.

—Oye, pero en serio, ¿crees en la amistad entre hombres y mujeres? —preguntó él, medio en broma, medio en serio, mientras le servía más vino.

—Claro —respondía ella, sin perder el ritmo—. Lo que pasa es que hay amistades con más "química". Ya sabes, de esas que explotan sin que haya peligro de incendio.

Él se rió, atragantándose un poco con el vino.

—¿Qué quieres decir, que hay amistades que prenden fuego pero sin calcinar?

Ella lo miró de reojo y sonrió con cierto desafío.

—Exacto. La chispa, pero sin el compromiso de llamar a los bomberos luego.

Una semana después se encontraron otra vez, sin los amigos en común, en un bar del centro. Entre cervezas y la luz cálida de las velas sobre las mesas, el ambiente se volvió propicio para las bromas y confesiones. El bullicio del lugar les dio la excusa perfecta para acortar la distancia entre ambos. Cada palabra se acompañaba de una caricia breve en el brazo, una risa cerca del oído.

—Oye, ¿y qué pasa si esta "amistad" se complica un poco? —dijo él, levantando las cejas con una media sonrisa.

—¿Complicar? No, no, —ella movió la cabeza con seguridad—. A mí no me gusta complicarme la vida. Me gusta disfrutarla. Sin ataduras, sin etiquetas.

Él la miró con una mezcla de sorpresa y admiración.

—Entonces, ¿amigos, pero sin la parte aburrida?

—Exacto. Sin cenas familiares, sin dramas ni promesas para siempre. Solo... —hizo una pausa mientras se mordía el labio inferior, acercándose más—, solo la parte buena.

Hablaron mucho, rieron más, y aquella noche acabaron en el apartamento de él, sin preguntas, sin el peso de las expectativas. La cama se convirtió en ese espacio donde todo era físico, instintivo. Donde la ironía se desvanecía bajo el calor de los cuerpos, y solo quedaba la verdad del deseo.

Por la mañana, despertaron sin incomodidades ni silencios tensos. No hubo desayuno compartido ni promesas de repetirlo. Él le sonrió al verla vestirse mientras buscaba la camiseta entre las sábanas revueltas.

—Oye, ¿y ahora qué somos? —preguntó él, con esa media sonrisa que se le daba bien.

Ella lo miró, se detuvo un segundo y se encogió de hombros.

—Somos amigos, ¿no? Amigos que se divierten.

Él asintió. Se levantó, la acompañó hasta la puerta y antes de que ella saliera, bromeó:

—¿Nos vemos cuando la "amistad" vuelva a calentarse?

Ella soltó una carcajada, sin girarse.

—¡Por supuesto! Mientras no se enfríe demasiado...

La puerta se cerró y él se quedó allí, mirándola por un segundo antes de que el eco de sus pasos se desvaneciera. Esa era la magia: nada de falsas promesas ni planes que se convertirían en cadenas. Solo la certeza de que la chispa podía encenderse cuando las ganas lo decidieran. Y si alguna vez dejaban de hacerlo, sería igual de perfecto. Porque todo, cuando es breve y ardiente, no deja espacio para el tedio. Ni para el sentimiento, que siempre acaba haciendo que todo se venga abajo.

«No hay mejor forma de ejercitar la imaginación que estudiar la ley. Ningún poeta ha interpretado la naturaleza tan libremente como los abogados interpretan la verdad» (Jean Giraudoux, nacido el 29 de octubre de 1882 para no tener simpatía a los abogados. A las abogadas les tenía un poco más. Y me da la impresión que exageraba un poco)

Y se fue justo el año pasado con 46 años y aún no se sabe de qué murió. Cosas de la vida en este caso, de la muerte.

Els somnis no necessiten testimonis

Va córrer com mai. La meta era difusa, una línia invisible pintada en somnis de nit. Crits d'incredulitat, riures que s'enfonsaven a la seva esquena, i dubtes que el volien fer caure. Però ell seguia. Passos que vibraven contra el paviment, respiracions curtes, el cor com un tambor que no parava. No era per la fama, no era per la glòria. Era per ser algú. Per no quedar-se en res. Quan va creuar aquella frontera invisible, ja no hi havia espectadors. No calien. Ell, allà sol, va aixecar els braços. I, en aquell instant, el seu nom es va gravar a la llista dels impossibles fets realitat.


 


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