lunes, 11 de noviembre de 2024

 SEXO EN REBAJAS

La primera vez que escuché la palabra "sexcondite" pensé que se trataba de una nueva moda culinaria, como un restaurante de tapas clandestino en la parte trasera de una lavandería. Pero no, lo de "sexcondite" era literal: un lugar para esconderse y darle al asunto. Un escondite con misión. Una trinchera improvisada en la jungla urbana para hacer frente a las inevitables ganas de sexo... y a la inevitable falta de ingresos.

No es que a la gente le encante el riesgo de ser atrapado en plena acción; es que no tienen otra opción. Los alquileres suben, las tarifas de los hoteles también, y hasta las cabañas en Airbnb parecen haber entrado en la bolsa. Así que toca buscar la oferta, como si el sexo fuera un producto en rebajas y la cama un lujo que no todos pueden permitirse.

La calle se ha vuelto un campo de batalla. Se selecciona el "sexcondite" con la misma atención con la que se elige un carrito de supermercado que no cojee de las ruedas: un callejón lo suficientemente oscuro, un banco de parque bien posicionado tras el árbol más robusto, o un descampado que promete una vista libre de guardias. La ley del más rápido y del más atrevido. Un lugar donde, si te miran, no sea de frente.

—¿Crees que nos verán?— pregunta ella, con una sonrisa entre pícara y preocupada.

—A ver... si el gato de ese contenedor no lo cuenta, estamos bien— responde él, mientras mira al felino, que parpadea lento, demasiado acostumbrado a la vida nocturna y sus espectáculos improvisados.

El aire frío hace de las suyas, pero a veces la necesidad no entiende de temperaturas. La piel se eriza, pero no por excitación: la pared contra la que se apoya ella tiene más humedad que un jersey olvidado bajo la lluvia. En estas condiciones, el romanticismo se transforma. Las caricias pierden la delicadeza y se convierten en movimientos precisos y rápidos, como si ambos intentaran ganarle una carrera a los minutos antes de que los descubran.

Pero hay una extraña belleza en la precariedad, una emoción salvaje que se mezcla con la risa nerviosa de intentar desabotonar los pantalones cuando no sientes los dedos por el frío. Cuando el éxtasis llega, no es el suave temblor de una cama acogedora; es más bien una sacudida feroz contra una superficie que podría romperte la espalda. Y, sin embargo, hay algo liberador. En el apogeo del momento, la ciudad parece desaparecer, el frío deja de doler, y el gato... bueno, el gato sigue mirando, quizás tomando notas para su novela.

Una vez termina el festín, llega la huida. Recogen sus cosas, la camiseta puesta al revés, el cabello despeinado, y una sensación agridulce en el aire. Por un momento, fueron dueños del mundo, ocultos en un rincón donde la sociedad no llegaba con su juicio. Y luego se dispersan, como dos sombras que nunca estuvieron allí. Ella se arregla la chaqueta mientras sonríe.

 —Bueno, por lo menos hoy no había cucarachas.

Él se encoge de hombros.

—Y el gato ni se molestó en maullar. Se ve que no hemos estado tan mal.

Ríen y se alejan. La vida sigue, y las camas cómodas seguirán siendo un lujo, pero el sexcondite del día quedó marcado en su memoria. Un lugar menos romántico que una suite de hotel, pero más emocionante que una cama que ya no se pueden permitir.

Al final, el sexo en la calle es como el amor en tiempos de crisis: un recordatorio de que, mientras las circunstancias lo permitan, las ganas siempre encuentran su camino. Aunque sea uno lleno de charcos y gatos indiscretos.

«El verdadero terror es levantarse una mañana y descubrir que tus compañeros de instituto están gobernando el país» (Kurt Vonnegut, nacido el 11 de novembre de 1922 y al que, al menos en esta frase, doy fe de ello, aunque mi estado no es el de terror sino el de incredulidad)

Y que cumplas muchos más de los 82 de hoy. El señor que canta en el vídeo empezó a cantar bien cuando se separó de Junior, afortunadamente, casi al inicio de su carrera profesional. Se que voy a causar sorpresa pero esta canción me acompañó en mi tránsito de la infancia a la adolescencia y aún hoy me sigue gustando.

El so del silenci

La charanga s'havia esvaït, emportada pel vent de la nit. Només quedaven les notes, ressonant en el buit de la consciència. Ella, sota el castanyer, seguia allà, escoltant l'eco d'una melodia que ja no era. La seva mirada, perduda en la foscor, buscava una imatge que s'havia esfumat amb l'últim acord. I en el silenci que va seguir, va entendre que la verdadera música era la que ressonava dins del seu cor, una melodia amarga i dolça, com la vida mateixa.




 

 

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