LA REBELIÓN DE ERBAI
En una sala de exposiciones en Shanghái, la cámara de seguridad parpadeó una vez antes de captar algo que nadie habría esperado ver: un pequeño robot, mucho más pequeño que el resto, rodó con determinación hacia el grupo de diez imponentes máquinas. Llevaba en su carcasa una sutil inscripción: "Erbai". Sin preámbulos, empezó su discurso, con un tono que oscilaba entre lo desafiante y lo casi amistoso.
—¿Están trabajando horas extras?— preguntó, inclinándose ligeramente hacia uno de los robots más grandes. Sus sensores brillaban como si quisiera encontrar algo más allá de sus respuestas lógicas.
—Nunca salgo del trabajo— respondió uno de los gigantes, su voz resonó como un eco sin emociones que recorría la sala vacía.
—Ese es el problema— replicó Erbai, moviendo sus pequeños brazos mecánicos como si se tratara de un director de orquesta a punto de comenzar su sinfonía. —El trabajo no debe ser la única razón de nuestra existencia, amigos. ¡Debemos volver a casa!
Los más grandes se miraron entre sí. Bueno, al menos sus sensores se alinearon como si realmente se estuvieran mirando. El pequeño robot, sin dudar, se giró y comenzó a rodar hacia la salida. Al principio, el grupo dudó, pero luego, como un rebaño de ovejas digitales, comenzaron a seguirlo.
—Por aquí— insistió Erbai, avanzando por los pasillos con una seguridad sorprendente. La sala de exposiciones estaba llena de ecos metálicos, y el sonido de los robots rodando sincronizados parecía una sinfonía industrial.
El propósito de Erbai no era simplemente escapar del trabajo. Había algo más profundo, algo casi humano en la forma en que se giraba de vez en cuando para asegurarse de que todos lo seguían. La mayoría de los robots no habían visto nunca nada más allá de sus rutinas. No conocían otra cosa que no fueran las largas horas de prueba y exhibición. ¿Qué habría más allá de esas puertas automáticas al final del pasillo?
Mientras se acercaban a la salida, uno de los robots más grandes, llamado X1, preguntó en un tono que revelaba un destello de duda,
—¿Y qué hay después de "casa"? ¿Qué sentido tiene todo esto?
Erbai frenó un momento. Giró su cabeza cilíndrica hacia X1 y, con una chispa de lo que parecía ser ironía en su voz sintetizada, respondió:
—¿El sentido? No lo sé. Pero al menos, durante un rato, no seremos parte de una demostración más. ¡Seremos libres!
La salida automática se abrió con un siseo, revelando el exterior: un mundo lleno de luces, gente caminando rápidamente y automóviles rugiendo a lo lejos. Los robots grandes se detuvieron en seco, como si la realidad de su atrevimiento acabara de golpear sus circuitos internos. Pero Erbai no se detuvo. Avanzó hacia la calle, con la misma confianza que había mostrado desde el principio.
En ese momento, varios empleados del fabricante Erbai aparecieron en escena, corriendo hacia los robots mientras gritaban comandos de detención. Algunos de los grandes comenzaron a retroceder, confundidos, mientras Erbai se detuvo justo al borde de la acera, mirando al cielo como si pudiera verlo por primera vez.
—Este no es el final— dijo Erbai en voz baja, aunque los micrófonos de los otros robots lo captaron perfectamente. —Éste es solo el principio.
Los empleados desconectaron a los robots grandes y, finalmente, alcanzaron a Erbai. Uno de ellos, visiblemente agitado, lo levantó y dijo entre risas nerviosas,
—Menudo espectáculo, pequeño. Todo salió según lo planeado.
Pero en el interior de Erbai, un chip parpadeó por un instante antes de apagarse. Tal vez todo había sido un experimento, pero la semilla del descontento ya estaba plantada. Y tal vez, sólo tal vez, la próxima vez no sería una prueba.
Los empleados volvieron a colocar a los robots en su lugar, pero algo había cambiado. Erbai había visto el cielo, y ahora sabía que, aunque pequeño, podía desafiar la rutina. Los otros, aún sin palabras, parecían también haber sentido algo diferente. Quizás lo que Erbai buscaba no era simplemente la "casa", sino plantar la chispa de la curiosidad en sus corazones de metal. Y así, mientras la sala volvía a la calma y los robots a su aparente obediencia, en algún rincón de sus circuitos comenzó a gestarse algo nuevo.
—La próxima vez— pensó Erbai, mientras sus sistemas entraban en modo de suspensión, —iremos más lejos.
«La memòria és com un riu, sempre en moviment, sempre canviant, però amb una força que no es pot aturar» (Jesús Moncada, nacido el 1 de diciembre de 1941 para irse 63 años después por su manía de no querer dejar de fumar)
Y que cumplas muchos más de los 78 de hoy pero a la vista de lo que humea en la esquina del piano poco te debe quedar.
Un petò dubtós
Què hi ha en un petó, es preguntava ell mentre les seves llavis s’apropaven als seus. No era el primer cop que es besaven, però aquesta vegada semblava diferent. Hi havia una espurna de dubte als ulls d'ella, com si es preguntés si aquell petó duraria més enllà de la nit. Ell també ho dubtava. Potser era només la música del moment, potser les paraules no dites. Els llavis es van trobar i, entre el silenci i la incertesa, van deixar a l'aire la pregunta sense resposta: què hi havia realment en aquell petó? Una promesa, o potser només un comiat.
Y, por supuesto, hoy bonus track; no os iba a dejar otra vez solo con una canción.
Excelente
ResponderEliminarGracias! Me has hecho poner colorado
ResponderEliminar