domingo, 5 de enero de 2025

 EL CLUB DE LAS VERDADES INCÓMODAS (II)


Con el tiempo, las verdades dejaron de ser simples revelaciones y comenzaron a crear fisuras en las vidas de los miembros. Una noche, Jaime, uno de los participantes más antiguos, confesó que había manipulado a su jefe para despedir a un compañero que consideraba más talentoso que él. Tres días después, alguien envió esa grabación a Recursos Humanos. Jaime perdió su trabajo.

—Esto no era parte del trato —reclamó Jaime la semana siguiente, con el rostro desencajado—. ¡Esto era un espacio seguro! Desde el principio nos dijeron que este club era un refugio, un lugar donde podríamos hablar sin miedo a ser juzgados o castigados. Nos prometieron confidencialidad, algo que nunca tuvimos en nuestras vidas normales. ¿Ahora resulta que ni aquí podemos estar seguros? Nos usaron. Nos traicionaron.

—La verdad no tiene espacios seguros —replicó Mario con frialdad.

Poco a poco, comenzaron a sospechar que alguien dentro del Club estaba filtrando las confesiones más explosivas. Las discusiones se tornaron cada vez más tensas, con miradas de reproche lanzadas a cada rincón de la sala. Algunos miembros formaron pequeños grupos, defendiendo a sus aliados mientras acusaban abiertamente a otros de traición. “¡Tú fuiste quien se quedó al final de la última reunión!”, gritó Elena, señalando a Samuel, quien apenas levantó los hombros con indiferencia. Estas fracturas internas llevaron a la creación de facciones: los que creían en proteger las reglas originales y los que querían abandonar la discreción por completo, usando las verdades como herramientas de venganza o manipulación. El ambiente, antes catártico, se había convertido en un polvorín a punto de estallar. La tensión escaló. Se organizaron “reuniones paralelas”, pequeños círculos de confianza donde las verdades se compartían con menos riesgo. Pero incluso en esos espacios, el veneno de la duda se extendía.

Una noche, Mario llamó a todos a una sesión extraordinaria. La sala estaba más oscura de lo habitual, y el incienso había sido reemplazado por un aroma amargo, casi medicinal. Había algo distinto en su tono cuando anunció:

—Esta será nuestra última reunión.

—¿Por qué? —preguntó alguien.

—Porque la verdad ha dejado de ser nuestra aliada. La hemos convertido en nuestra carcelera.

La confesión final llegó de su propia boca:

—El Club no fue idea mía. Esto es un experimento. Ustedes son el experimento.

La conmoción fue inmediata. Algunos gritaban, otros se levantaban para irse, pero las puertas estaban cerradas. Mario, imperturbable, continuó:

—Todo este tiempo, han sido observados. Estudiados. Las verdades que dijeron aquí alimentaron algoritmos que analizan cómo usamos nuestras emociones para destruirnos a nosotros mismos. ¿Y saben qué descubrimos? Que la verdad no los libera. Los destruye.

Una risa amarga escapó de sus labios.

—Pero tranquilos. Las puertas se abrirán. Pueden volver a sus vidas. Si es que les queda algo.

Esa fue la última sesión del Club de las Verdades Incómodas. Pero ninguno de sus miembros logró realmente escapar. Las confesiones se habían convertido en cadenas, cadenas que llevaban con orgullo o con vergüenza, pero cadenas al fin y al cabo. Samuel perdió el contacto con su familia después de que su esposa descubriera su participación en el Club y las verdades que había ocultado durante años. Camila, por su parte, encontró en su confesión una suerte de liberación pública, pero el peso de su decisión la persiguió en el trabajo, donde sus compañeros la miraban con desconfianza. Elena dejó de asistir a las reuniones sociales de su vecindario, convencida de que todos sabían lo que había revelado sobre su vecina. Cada uno cargaba con su verdad, visible o no, pero transformada en una cicatriz que modificaba para siempre la forma en que interactuaban con el mundo exterior.

Años después, Camila confesó a un amigo:

—Todos vinimos buscando liberarnos de nuestras cadenas, pero forjamos unas nuevas, más fuertes. ¿Y sabes qué? Me gustan estas cadenas. Son mías.

«El progreso tecnológico se vuelve aún más emocionante cuando entra al servicio de la idea social que exige que no solo una pequeña élite, sino la humanidad en general, se beneficie de él» (Rudolf Christoph Eucken, nacido el 5 de enero de 1846 para ser premio Nobel de Literatura en 1908 a pesar de ser filósofo y pensar que del progreso debería beneficiarse la humanidad en general. Hoy le hubiesen dado el premio nobel a la ingenuidad)

Y que cumplas muchos más de los 64 de hoy. No, no es la señora estupenda del vídeo que además, se forró con la canción -que no es la original- si no el que cumple es el que la parió. A ver si espabilas que ya tienes una edad.

Esquerdada

Vaig creure haver trobat un tresor, un amor que ho il·luminava tot. Però les seves paraules, com cristalls fràgils, s'han anat esmicolant una a una. Ara, només queden els trossos, punxant com a vidres trencats. La imatge que tenia de ell, perfecta i sòlida, s'ha esquerdat, revelant un desconegut. Em sento desorientada, com un vaixell perdut enmig d'una tempesta, buscant un far que ja no hi és.


 

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