REFUGIO DE SOMBRAS
El cursor parpadea, como un latido desesperado en el vacío. “Conectado”, anuncia una voz sin cuerpo. Un enjambre de píxeles construye rostros efímeros, gestos que desaparecen antes de comprenderlos. Ahí estás, otra vez, buscando entre los retazos de este universo que se desmorona al tacto.
Un zumbido de notificaciones llena el espacio. No es un sonido, no exactamente. Es una vibración en los huesos, un eco que atraviesa los límites entre lo real y lo digital. Un nombre aparece en la pantalla: Nayra. Su avatar brilla por un instante, un destello de reconocimiento. Respondes, no con palabras, sino con el crujido seco de tus dedos en el teclado.
—¿Sigues ahí? —pregunta ella, su voz escrita.
No hay tiempo para respuestas. Las palabras caen como escombros. Nayra se ríe, aunque su risa nunca llega a tu oído. La imaginas: una carcajada tímida, como el roce de una hoja en el viento. Pero el mundo que compartís no tiene viento, ni hojas, ni aire que roce la piel.
Los días se disuelven en ciclos de mensajes. Compartís fragmentos de vidas que tal vez nunca existieron: tu café imaginario de las mañanas, su paseo entre campos que sólo habitan en el código. Te atreves a describirle el sabor amargo de una bebida que no probaste, y ella responde con el aroma de una flor que jamás tocó. Es un intercambio de ilusiones, una danza de fantasmas con cadenas de datos.
Un día, Nayra no aparece. Su avatar, esa esfera azul brillante, permanece apagado. La ausencia pesa más que las palabras. Intentas buscarla, pero aquí las búsquedas son agujeros negros. Un enlace roto, una página que no carga. ¿Quién era Nayra? ¿Qué partes de ella eran reales? Una idea raspa tu mente: tal vez nunca existió, o tal vez eras tú el inexistente en esta ecuación.
Desconectas. Sales al mundo. El aire frío golpea tus pulmones como una revelación violenta. El ruido de la ciudad hiere tus oídos, y las luces parecen demasiado vivas, demasiado reales. Intentas recordar la voz de Nayra, pero no hay nada, sólo el murmullo de un servidor apagado.
En casa, el reflejo en el espejo no te devuelve la mirada. Observas tus manos, pero parecen más pixeladas que humanas. Piensas en volver al mundo digital, donde las conexiones se sienten menos huecas. Pero ¿qué sentido tiene un refugio si las sombras que lo habitan no tienen nombre, ni tacto, ni peso?
Un último mensaje llega, inesperado, como el roce de una pluma en la oscuridad. Es Nayra, o algo que queda de ella. “Aquí seguimos, donde no nos alcanza el tiempo”.
El mensaje parpadea, se desvanece. Te quedas mirando la pantalla, sintiendo el sabor metálico de las palabras en tu lengua. Por un momento, deseas cruzar ese umbral, dejar atrás el aire y la piel, fundirte en el refugio irreal que esconde lo que queda de ti. Pero no lo haces. Aún no.
El cursor parpadea. Un latido. Otro.
«La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores» (Robert Michels, nacido el 9 de enero de 1876 para ser sociólogo y dar en el clavo de quienes son los que mandan y que pretenden tanto en su país como en los otros)
Hubiese cumplido 82 este 9 de enero , pero se quedó en 76 ¡Menos mal porque el pelo le seguía creciendo descontroladamente!
L'ombra d'un sol
Quan el sol va decidir no tornar a brillar, el món es va tenyir d'un gris tan dens que fins i tot els somriures es van dissoldre en l'aire. Ell caminava pel carrer buit, escoltant els seus propis passos, com si el terra li xiuxiuegés secrets oblidats. Cada ombra era una promesa trencada, cada ventada un record. Però, enmig de la foscor perpètua, els seus ulls encara buscaven: un reflex de llum en un vidre, un bri de calor en una mà que mai no tornaria. I en aquell no-res, va comprendre: el sol sempre havia estat ella.
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