miércoles, 8 de enero de 2025

 VUELVA USTED CON CITA PREVIA


Las puertas automáticas del edificio se abrieron con un susurro metálico. Jaime se enfrentó al mostrador de información como quien entra a un laberinto sin salida. En la sala, el aire olía a desinfectante barato y a paciencia descompuesta. El murmullo de teclados flotaba junto con el zumbido de una máquina de café que, irónicamente, no funcionaba.

—Buenos días —dijo, forzando una sonrisa que se le desmoronó en el segundo intento.

—Número —respondió la funcionaria sin levantar la mirada.

Jaime alzó la mano con un papelito arrugado. "348". Giró hacia la pantalla que parpadeaba con un número que aún no había alcanzado las tres cifras.

—Pero yo solo quiero preguntar... —empezó.

—Sin cita previa no se atienden consultas, señor.

El tono tenía la calidez de un contestador automático. Jaime respiró hondo. Había pedido la cita hacía un mes, peleándose con una web que parecía diseñada por un enemigo personal. Ahora solo necesitaba confirmar si el documento que traía era válido, pero la burocracia tenía otros planes.

—¿Y no hay una ventanilla rápida para esto?

—Eso lo podría consultar en la web —replicó la funcionaria mientras aplastaba el teclado con un dedo índice que había perdido la fe en los usuarios hace años.

—Pero la web no lo dice.

—Entonces vuelva usted con cita previa.

Jaime apretó los dientes. La Administración, pensó, era un animal con vida propia. Una hidra que se multiplicaba con cada formulario. Sintió el peso del tiempo muerto: minutos que caían como arena de un reloj, cada grano un recordatorio de que aquí nadie era el protagonista.

—¿Puedo hablar con alguien? —insistió, desesperado.

—¿Tiene cita para hablar con alguien? —respondió ella, casi divertida.

Alrededor, otros ciudadanos lanzaban miradas cómplices. Un anciano en la esquina se frotaba las sienes. Una mujer sacaba un termómetro de su bolso, como si la fiebre fuera más rápida que la fila. La pantalla avanzó al “121” con la emoción de un caracol atravesando un desierto.

Jaime, vencido, dejó caer la cabeza. Imaginó el sistema como un monstruo que se alimentaba de sus quejas, un pozo infinito que digería los problemas de todos sin resolver ninguno. “Tal vez deberíamos traerle flores a este mostrador”, pensó. “Un altar para la burocracia”.

Se levantó con la dignidad que le quedaba y caminó hacia la salida. En el cartel junto a la puerta leyó la consigna que, ahora lo entendía, no era una advertencia, sino una profecía:

“La Administración Pública está para servir…se a sí misma”.

«Seamos pacientes unos con otros, y también pacientes con nosotros mismos. Tenemos un largo camino por recorrer. Así que apresurémonos por el camino, el camino de la ternura y la generosidad humanas. Tanteando, podemos encontrar las manos de los demás en la oscuridad» (Emily Greene Balch, nacida el 8 de enero de 1867 para ser premio Nobel de la Paz en 1946 y advertirnos que el camino será largo… aunque no nos dijo cuánto)

Y que cumplas muchos más de los 79 de hoy. Tu música sin la de los demás no podría ser y la de los demás, sin ti, tampoco ¿Se ha entendido, verdad?


Foc Etern

La clau girava al pany amb un cruixir metàl·lic, però ell no la necessitava. La seva mirada incendiava l’habitació. Ella, immòbil, ofegava un somriure mentre les espurnes de les espelmes dibuixaven ombres al sostre. "Prova d'encendre’m," li xiuxiuejà. Ell, com un llop a la nit, s'acostà al seu coll i deixà que les paraules li cremessin els llavis.

L’aire s’omplí d’un ardor antic, imparable. Les cortines es consumiren en un instant, però no fou el foc de fora el que els devorà, sinó aquell que mai s’apagava: el que naixia d’ells.

 

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