martes, 4 de febrero de 2025

 EL CORREO QUE NO DEBÍA ABRIR


Jaime no recordaba haber suscrito a ningún boletín de noticias mágicas, pero allí estaba, en su bandeja de entrada, entre un cupón para pizzas y una factura del gas. El asunto del correo decía: “No abras este mensaje.”

Por supuesto, lo abrió.

El mensaje no contenía nada especial: un fondo blanco, un texto sencillo en Comic Sans que decía: “Ahora lo has hecho. Que tengas un buen día.” Y un pequeño icono en la esquina, un reloj de arena con los granos congelados en el aire.

—¿Eso es todo? —murmuró, sintiendo la mezcla de alivio y decepción que uno tiene cuando cruza un paso de peatones y no lo atropella un camión.

Apagó el portátil, convencido de que no pasaría nada. Pero al día siguiente, cuando se despertó, su tostadora estaba recitando poesía.

—¿Quién se llevó las tostadas? —canturreaba la tostadora con una voz chillona, mientras las rebanadas saltaban como si estuvieran en un concurso de acrobacias. Jaime intentó apagarla, pero el cable parecía haber desarrollado vida propia y se enrolló en sus muñecas como una serpiente juguetona.

En la oficina, las cosas no mejoraron. La impresora empezó a imprimir páginas que decían: “Deja de ignorarme, Jaime”. Cuando el jefe pasó por su escritorio, le preguntó por qué la copiadora seguía escupiendo poemas románticos dirigidos a un tal “Señor Destino.” Jaime no supo qué responder.

Por la tarde, cuando intentó llamar a soporte técnico, su móvil emitió un sonido similar al de un gato enfadado. Después, una voz grave y misteriosa le susurró al oído:

—Es demasiado tarde.

Jaime colgó.

Las cosas comenzaron a complicarse realmente cuando los objetos de su casa empezaron a organizar reuniones clandestinas. Una noche, mientras intentaba dormir, escuchó susurros provenientes del baño. Al abrir la puerta, encontró el espejo, el secador y el cepillo de dientes debatiendo acaloradamente sobre el concepto de libre albedrío.

—¿Es justo que dependamos de la voluntad humana? —preguntó el espejo, su superficie temblando como agua en calma.

—Yo digo que no —respondió el secador—. ¿Por qué debo trabajar solo cuando se me enchufa?

Jaime cerró la puerta y se fue directo a la cocina, donde el frigorífico emitía un zumbido que, si uno se concentraba lo suficiente, sonaba como un mantra budista.

Con cada día que pasaba, la sensación de control se desvanecía más. Cuando intentó salir a correr para despejarse, una bandada de pájaros lo siguió, graznando al unísono:

—¡Mala decisión! ¡Mala decisión!

Jaime finalmente decidió buscar ayuda profesional. En una pequeña tienda con olor a incienso y velas, encontró a una mujer que aseguraba ser experta en “deshechizos digitales”.

—¿Abriste el correo? —preguntó ella, sin siquiera mirarlo.

—Bueno, sí, pero... ¿quién no lo haría? —Jaime intentó justificarlo, pero su voz sonó débil incluso para él.

La mujer suspiró y le pasó un pergamino. En él había una lista de instrucciones vagas:

“Encuentra el reloj de arena.”

“Acepta las consecuencias.”

“Aprende a no ser tan curioso.”

—¿Qué significa esto? —preguntó Jaime.

—Significa que ya lo sabes, pero no quieres aceptarlo.

Esa noche, al llegar a casa, encontró el reloj de arena sobre la mesa del comedor. No recordaba haberlo visto antes. Los granos de arena seguían suspendidos en el aire, como si esperaran algo.

—¿Qué pasa si lo giro? —preguntó en voz alta, aunque sabía que nadie respondería.

Se sentó frente al reloj y lo observó durante horas. El tiempo se sentía extraño, como si cada minuto durara más de lo que debía. Una parte de él quería girarlo, acabar con el misterio. Otra, temía lo que pudiera suceder.

Cuando el sol comenzó a asomarse por la ventana, Jaime extendió la mano hacia el reloj.

El relato termina aquí. No sabemos si lo giró o no, pero la pregunta persiste: ¿cuánto estamos dispuestos a arriesgar por la curiosidad?

«En este mundo, hay que ser un poco demasiado bueno para ser lo suficientemente bueno» (Pierre de Marivaux, nacido el 4 de febrero de 1688 para quedarse con la duda de si fue lo suficientemente bueno)

Y que cumplas muchos más de los 84 de hoy y sigue sin separarte de tus colegas de conjunto porque la canción no sonaría igual.

Malentesos

Em veuen rere una màscara, un personatge que he creat per protegir-me. Sóc un camaleó que canvia de color segons l’ambient, però en el fons sóc només un home amb dubtes i pors. Desitjo que em vegin més enllà de la façana, que entenguin les paraules que no dic. Però la por a ser rebutjat m’immobilitza. Em perdo en un laberint de malentesos, ansiant una connexió autèntica que em faci sentir comprès.


 

 

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