EL ALGORITMO DE LA REALIDAD
Alicia despertó en su cama con la misma sensación extraña que la había perseguido los últimos meses. Todo parecía igual: la textura de las sábanas, la luz filtrándose entre las cortinas, el zumbido de la nevera en la cocina. Y, sin embargo, no era su mundo.
Desde que había probado el cambio de realidades, nada volvió a ser lo mismo. Al principio lo había hecho por curiosidad, siguiendo instrucciones en foros clandestinos de internet. "El método del espejo", lo llamaban: cerrabas los ojos, te imaginabas a ti misma cruzando un umbral y, al despertar, estabas en tu "realidad deseada". Un truco mental, decían los escépticos. Autohipnosis, aseguraban los psicólogos. Magia, susurraban los entusiastas.
Lo cierto era que funcionaba. O, al menos, Alicia estaba convencida de que funcionaba. Al principio se limitó a pequeños ajustes: una versión de su vida donde su jefe no la fastidiara tanto, donde su exnovio no le hubiera roto el corazón. Pero la tentación creció, y empezó a viajar más lejos: mundos victorianos con bailes de máscaras, sociedades futuristas donde la comida venía en pastillas y los humanos eran inmortales. Una vez, creyó haber despertado en un universo donde los Beatles nunca se separaron y seguían sacando discos.
El problema vino cuando quiso volver.
Cada noche intentaba regresar a su realidad original, pero cada mañana despertaba en un mundo ligeramente distinto. Su gato, que siempre había sido gris, era ahora anaranjado. Su vecina del quinto piso, que llevaba gafas desde que la conoció, ahora tenía una vista perfecta. Su madre, que solía odiar las aceitunas, las devoraba como si fueran caramelos.
El algoritmo de la realidad, como ella empezó a llamarlo, parecía estar «corrigiéndola». Cada intento de regresar la alejaba un poco más de su mundo de origen.
Alicia dejó de dormir.
Tenía miedo de despertar en una versión de la realidad donde su propio reflejo no la reconociera. Pero el insomnio no podía durar para siempre.
Cuando por fin se rindió al sueño, su último pensamiento fue una plegaria desesperada: "Que al despertar, todo sea como antes".
Abrió los ojos.
La luz entraba por la ventana en un ángulo distinto. Había algo mal en el aire, un peso invisible que le oprimía el pecho.
Al intentar levantarse, se dio cuenta de que no podía moverse.
La puerta de su habitación se abrió lentamente, sin un solo chirrido.
Y entonces se vio a sí misma entrar.
Sonriendo.
«La coacción es el recurso de la ignorancia; la persuasión es el arma de la razón» (William Godwin, del 3 de marzo de 1756 fue británico y, sin embargo, de pensamiento anarquista. Para muestra el botón de la frase)
Y que cumplas muchos más de los 39 de hoy aunque creas que ya lo tienes todo no es así. Te falta por ver lo peor...
Més enllà del reflex
La Judit ho tenia tot: una feina estable, una parella adorable, un pis amb vistes al mar. Cada matí, es mirava al mirall i es repetia que era feliç. Però la veu interior, aquella que mai calla, li xiuxiuejava: “Això és tot?”
Un vespre, mentre passejava per la platja, va veure una noia ballant sola sobre la sorra, lliure, com si el món no existís. La Judit la va envejar.
L'endemà, es va posar les vambes i va córrer sense rumb. El vent li bufava a la cara, el cor li bategava fort. Potser, finalment, havia trobat el que faltava.
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