lunes, 30 de junio de 2025

 EL PUEBLO DONDE NADIE ENVEJECE

 

—¿Tú crees que Popeye come helados? —le pregunto a mi hermana mientras espero que el marinero ese deje de posar con nosotras.

—Claro que sí. Y después se limpia la boca con la manga —me contesta ella, seria, como si fuera una experta en marineros de dibujos.

Nos reímos tan fuerte que el señor disfrazado casi se le cae la pipa. Yo intento poner cara de capitana, pero me sale más de ardilla con calor. Mi hermana dice que yo siempre quiero ser la protagonista. Yo digo que ella siempre quiere ser el viento. Al final acabamos las dos en el mismo charco de risas.


—¡Mira, vamos a ser muñecas de cartón! —grita ella y se mete en uno de esos recortes gigantes con agujeros para la cara.

—¿Pero por qué me toca ser el bebé? —protesto.

—Porque tienes cara de bebé consentida —dice ella, empujándome para que sonría a la cámara.

Papá hace de payaso, mamá hace de Popeye y yo pienso que en este pueblo nadie envejece porque se ríen demasiado para acordarse de cumplir años.


Luego corremos hacia la tienda esa que dice "General Store", aunque no venden nada general. Dentro solo hay sombra y un olor a madera que hace cosquillas en la nariz. Yo digo que huele a barco viejo y mi hermana dice que huele a verano.

—¿Me acompañas a buscar tesoros? —le digo.

—Vale, pero tú no mandas —me avisa.

—Hoy mando yo —respondo.

—Solo porque es tu cumpleaños invisible —me concede, como si supiera algo que yo no.


 

Salimos y vemos al hombre del sombrero negro. Nos sonríe raro, como si estuviera a punto de contarnos un chiste y se le hubiera olvidado el final.

—¿De dónde venís, grumetas? —nos pregunta.

—¡Del mar! —decimos las dos al mismo tiempo.

—Entonces tendréis sal en el corazón —dice él, y yo no sé si reírme o correr.


Después, cuando llegamos al agua, vemos todos esos flotadores amarillos flotando como patitos perdidos. Yo me tiro al mar sin pensar. Mi hermana se queda mirando, dudando, pero al final salta también.

—¿Quién gana? —pregunta ella, nadando rápido.

—Yo ya gané cuando salté —le digo.

El agua está fría, pero no tanto como para quitarnos la risa. Gritamos, hacemos burbujas, y cada vez que salimos a la superficie nos miramos para confirmar que seguimos aquí, juntas.

Cuando el sol empieza a escurrirse detrás de las casitas de madera, decimos que volveremos mañana. Aunque las dos sabemos que no. Pero no importa.

Hoy somos viento, capitana, bebé de cartón, grumetas y carcajadas. Hoy somos todo y nada.

Y cuando mamá nos llama para volver, nos miramos, apretamos las manos y prometemos, en voz bajita, que este verano se va a quedar pegado en la piel para siempre.

«El verdadero opresor es el que logra convencerte de que tu resistencia es inútil» (Czeslaw Milosz, nacido el último día de junio de 1911 para ser premio Nobel de literatura en 1980 y resistir a varias guerras cerca de él)

Hoy no les toca a los señores del vídeo (creo) pero como hace un calor insoportable, la canción es como un "refugio climático" como se llama hoy día al aire acondicionado. 

Fogueres al cor

Vaig córrer pel carrer amb les mans plenes de pols i el cor ple de fum. Ell m’esperava amb un somriure de benzina i els ulls com dues brases que cremaven més que el sol d’agost.

Va dir que l’amor era una cervesa calenta al mig d’un concert d’Estopa, que la vida era ballar amb sabates foradades sense por al ridícul.

Quan la música va callar, només quedava la nostra suor enganxada a la pell, com un tatuatge invisible.

Encara avui, cada cop que sona aquella cançó, torno a cremar.


 

 

domingo, 29 de junio de 2025

 CUANDO EL TEMPLO RESPIRABA


El templo se erguía como una corona blanca contra el azul brutal del mar. Los muros, recién encalados, reflejaban la luz del amanecer como escudos sagrados. Columnas esbeltas se alzaban como brazos suplicantes hacia el cielo, y un aroma denso de incienso y sal flotaba en el aire, casi tangible.

Sacerdotisas cubiertas con túnicas de lino se deslizaban por el patio interior, murmurando oraciones a Tanit y Astarté. Sus brazaletes tintineaban suavemente, creando una música delicada que se mezclaba con el bramido lejano de las olas.

Él estaba allí, un escriba que había sido enviado desde la ciudad portuaria para anotar los sueños que la diosa revelara esa noche. Su tablilla de arcilla temblaba en sus manos sudorosas.


De pronto, escuchó pasos firmes detrás.

—¿Aún no has comenzado a escribir? —preguntó una voz grave, envuelta en un perfume de mirto.

Se giró con torpeza. La sumo sacerdotisa lo observaba, una figura alta, con la mirada ardiente y una diadema de lapislázuli que atrapaba la luz como un augurio.

—Estaba esperando… la señal —balbuceó él.

Ella soltó una risa breve, como el chasquido de un fuego.

—Las señales no esperan. Si escuchas, oyes el mar recitando profecías. Si miras, ves el sol prometiendo renacer. Si tocas las piedras, sienten tu miedo.

El hombre tragó saliva y bajó la mirada hacia la tablilla.

—¿Qué debo registrar? —preguntó, sin atreverse a levantar la vista.

La sacerdotisa se acercó, tan cerca que sintió el calor de su aliento. Posó su mano en la frente del escriba.

—Anota esto: “Los dioses solo conceden eternidad a quienes se atreven a escuchar su silencio.”

Las palabras lo atravesaron como una ola helada. Sintió un escalofrío recorrerle la columna, y por un instante creyó oír, en el rumor de las columnas, los susurros de todos los que habían rezado allí antes.

—¿Y tú? —se atrevió a decir—. ¿Qué le pides a la diosa?


La sacerdotisa lo miró con una tristeza que no había aprendido en ningún libro sagrado.

—Yo no pido. Yo soy el deseo que otros temen pronunciar.

Entonces giró, y con un gesto casi imperceptible, desapareció tras el velo de cortinas que separaba el sanctasanctórum.


El hombre se quedó inmóvil, con el punzón detenido a medio trazo. La tablilla ardía bajo el sol naciente, y en ese instante comprendió que el templo no era solo piedra y rito, sino un corazón vivo, latiendo con cada promesa incumplida, cada amor no confesado.

Desde el mar llegó un viento salado, trayendo consigo un murmullo: el futuro hablaba, pero nadie sabía aún en qué idioma responder.

«Si la gente quiere paz, ¿por qué no simplemente deciden no pelear?» (Samantha Smith, nacida el 29 de junio de 1972. En los escasos 13 años que estuvo entre nosotr@s fue considerada pacifista, escritora y actriz. Lo cierto es que adquirió fama por escribirle una carta al líder soviético Andropov y que éste le contestara. Para hacerlo corto, como su vida, murió en un extraño accidente de aviación que los servicios secretos estadounidenses se encargaron en investigar y hacer un informe cerrándolo rápidamente)

Y que cumplas muchos más de los 72 de hoy; no busques la respuesta a quién llama ahora: debe ser Endesa, o cualquiera otra compañía que quiere hacerte ídem.

 

Qui truca ara?

Vaig sentir els cops suaus a la porta com si fossin tambors d’un cor massa tímid. M’havia amagat rere la cortina, convençut que el món sencer conspirava per treure’m d’aquest silenci preciós.

Potser era el carter amb males notícies, o el veí pesat que vol parlar del gos. Potser tu, amb els ulls plens de preguntes que no vull respondre.

El timbre ressona de nou, més insistent, més humà. Respiro fondo, preparo el somriure d’emergència, però no m’atanso.

Qui truca ara? Només jo sabré la resposta.