EL PUEBLO DONDE NADIE ENVEJECE
—¿Tú crees que Popeye come helados? —le pregunto a mi hermana mientras espero que el marinero ese deje de posar con nosotras.
—Claro que sí. Y después se limpia la boca con la manga —me contesta ella, seria, como si fuera una experta en marineros de dibujos.
Nos reímos tan fuerte que el señor disfrazado casi se le cae la pipa. Yo intento poner cara de capitana, pero me sale más de ardilla con calor. Mi hermana dice que yo siempre quiero ser la protagonista. Yo digo que ella siempre quiere ser el viento. Al final acabamos las dos en el mismo charco de risas.
—¡Mira, vamos a ser muñecas de cartón! —grita ella y se mete en uno de esos recortes gigantes con agujeros para la cara.
—¿Pero por qué me toca ser el bebé? —protesto.
—Porque tienes cara de bebé consentida —dice ella, empujándome para que sonría a la cámara.
Papá hace de payaso, mamá hace de Popeye y yo pienso que en este pueblo nadie envejece porque se ríen demasiado para acordarse de cumplir años.
Luego corremos hacia la tienda esa que dice "General Store", aunque no venden nada general. Dentro solo hay sombra y un olor a madera que hace cosquillas en la nariz. Yo digo que huele a barco viejo y mi hermana dice que huele a verano.
—¿Me acompañas a buscar tesoros? —le digo.
—Vale, pero tú no mandas —me avisa.
—Hoy mando yo —respondo.
—Solo porque es tu cumpleaños invisible —me concede, como si supiera algo que yo no.
Salimos y vemos al hombre del sombrero negro. Nos sonríe raro, como si estuviera a punto de contarnos un chiste y se le hubiera olvidado el final.
—¿De dónde venís, grumetas? —nos pregunta.
—¡Del mar! —decimos las dos al mismo tiempo.
—Entonces tendréis sal en el corazón —dice él, y yo no sé si reírme o correr.
Después, cuando llegamos al agua, vemos todos esos flotadores amarillos flotando como patitos perdidos. Yo me tiro al mar sin pensar. Mi hermana se queda mirando, dudando, pero al final salta también.
—¿Quién gana? —pregunta ella, nadando rápido.
—Yo ya gané cuando salté —le digo.
El agua está fría, pero no tanto como para quitarnos la risa. Gritamos, hacemos burbujas, y cada vez que salimos a la superficie nos miramos para confirmar que seguimos aquí, juntas.
Cuando el sol empieza a escurrirse detrás de las casitas de madera, decimos que volveremos mañana. Aunque las dos sabemos que no. Pero no importa.
Hoy somos viento, capitana, bebé de cartón, grumetas y carcajadas. Hoy somos todo y nada.
Y cuando mamá nos llama para volver, nos miramos, apretamos las manos y prometemos, en voz bajita, que este verano se va a quedar pegado en la piel para siempre.
«El verdadero opresor es el que logra convencerte de que tu resistencia es inútil» (Czeslaw Milosz, nacido el último día de junio de 1911 para ser premio Nobel de literatura en 1980 y resistir a varias guerras cerca de él)
Hoy no les toca a los señores del vídeo (creo) pero como hace un calor insoportable, la canción es como un "refugio climático" como se llama hoy día al aire acondicionado.
Fogueres al cor
Vaig córrer pel carrer amb les mans plenes de pols i el cor ple de fum. Ell m’esperava amb un somriure de benzina i els ulls com dues brases que cremaven més que el sol d’agost.
Va dir que l’amor era una cervesa calenta al mig d’un concert d’Estopa, que la vida era ballar amb sabates foradades sense por al ridícul.
Quan la música va callar, només quedava la nostra suor enganxada a la pell, com un tatuatge invisible.
Encara avui, cada cop que sona aquella cançó, torno a cremar.
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