AZUL PARA CUANDO TODO SEA GRIS
Nos habían prometido maravillas y nosotras, que aún creíamos en los adultos más por necesidad que por convicción, fingimos sorpresa cuando el llaut comenzó a adentrarse en la boca de aquellas cuevas que parecían abiertas a bocados en el acantilado. El mar se aclaraba tanto allí dentro que el agua parecía devolvernos la inocencia de nuestras propias miradas.
– ¿Crees que aquí viven sirenas? –preguntó Marta, que aún coleccionaba dudas de infancia como quien junta piedritas en la playa.
– Solo turistas –le contesté, haciendo reír a papá que escuchaba mientras fingía observar las paredes de roca como un experto geólogo.
La embarcación avanzó despacio, deslizándose sobre un agua azul que parecía recién pintada por algún artista obstinado en recuperar el Mediterráneo que había soñado en su niñez. Las paredes de piedra susurraban cuando el agua las lamía, y nosotras guardamos silencio, respetando aquella intimidad entre la roca y el mar.
– Dicen que en la profundidad hay tesoros –murmuró el guía, con una sonrisa tan cómplice que parecía ocultar un secreto personal.
– El único tesoro aquí es este momento –susurró mamá, tomándome la mano con una suavidad que casi dolía.
Salimos de una cueva para entrar en otra más pequeña, tan baja que debimos agachar la cabeza, como si rindiéramos tributo a la belleza antes de disfrutarla. El guía apagó por un instante el motor, y entonces escuchamos aquel silencio repleto de agua, de luz, de ecos que se parecían demasiado a los latidos.
– Podríamos quedarnos aquí para siempre –dijo Marta, cerrando los ojos como quien formula un deseo que sabe imposible.
El sol nos esperaba al otro lado, brillante y severo, recordándonos que la vida era precisamente eso: entrar y salir de las cuevas, coleccionando destellos de azul para cuando todo fuera gris. Miré atrás una última vez, segura de haber dejado algo nuestro en la sombra de aquellas grutas. Quizás la infancia, quizás un poco de nuestra tristeza.
– Vamos –dijo papá, encendiendo el motor–. El mundo sigue afuera.
Y así fue como dejamos atrás el misterio, volviendo lentamente a lo cotidiano.
«La libertad es el resultado de la organización consciente y no una dádiva espontánea.» (Antonio Labriola, nacido el 2 de julio de 1843 para hacernos entender que la verdadera libertad no se regala, se construye ensuciándose las manos y miradas firmes)
Hoy hubiese cumplido 86 años pero se quedó en 34, los suficientes para que tod@s l@s supervivientes de "Puskin" (una...la discoteca de Barcelona) lo recordemos. A ell@s se lo dedico muy especialmente.
El pare era un soroll de passos llunyans, un barret oblidat al rebedor. Sempre arribava tard, amb l’alè d’alcohol i les butxaques plenes de silencis. Deia que el món era massa gran per a quedar-se quiet. Jo l’esperava cada diumenge, comptant les pedres del camí com si fossin promeses. Avui he decidit marxar, trepitjant les mateixes ombres que ell va deixar. Potser, en algun racó, trobo aquella veu que mai em va dir «fill».
Y el bonus track... ¡a ver quién supera esto!
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