DONDE EL SILENCIO RESPIRA
Avanzo sin prisa, hundiendo las botas en el sendero húmedo que serpentea entre los pinos. A cada paso, siento cómo el aire frío y claro me llena los pulmones de un modo que ninguna ciudad podría. Hay un susurro leve, apenas audible, que acompaña mi respiración: el murmullo del agua corriendo entre las piedras, un canto antiguo que me recuerda, con delicadeza brutal, que sigo vivo.
A mi izquierda, el bosque se abre como un secreto confiado solo a mí. Las ramas se entrelazan sobre el sendero, filtrando la luz en pequeñas llamaradas verdes. Me detengo un instante y dejo que el olor a musgo me acaricie la memoria. Pienso en mi infancia, cuando me perdía entre pinares con los bolsillos llenos de canicas y promesas de volver antes del anochecer. Sonrío, pero pronto siento un leve ardor en los ojos.
El camino se inclina y revela un valle inmenso, salpicado de casas de piedra que parecen brotar del suelo. Desde aquí, las casas se ven diminutas, humildes, y sin embargo cargadas de una dignidad ancestral. Me imagino a los antiguos pastores regresando al atardecer, el tintineo de las esquilas y el olor del pan recién hecho esperándolos en casa. El viento me roza el rostro y, por un segundo, juro que escucho mi nombre. Quizás es el eco de una voz que ya no existe, o el recuerdo de una despedida mal cerrada.
Camino hacia el río. El agua, transparente como una confesión sincera, acaricia las rocas con una suavidad que me duele. Me agacho y sumerjo las manos, sintiendo el frío subir por los brazos hasta el pecho. Observo cómo las corrientes bailan entre los guijarros, y me pregunto en qué momento mi vida empezó a moverse tan rápido como este río. En el reflejo fugaz, creo ver el rostro de mi padre, la sonrisa cansada de mi madre. Me quedo quieto, sintiendo el temblor en la garganta.
Al levantar la vista, el paisaje parece infinito. Montañas recortadas en un cielo que se pinta de azul y nubes rasgadas como cartas que nunca me atreví a enviar. Las flores lilas, vibrantes y tenaces, me saludan desde un borde del camino. Pienso en todas las veces que me prometí regresar a lugares así, en los años que se evaporaron en oficinas grises y en noches que olían a asfalto.
Sigo andando, bordeando las casas de piedra. Una de ellas, con su torre pequeña, me recuerda historias de bandoleros, de contrabandistas que cruzaban la frontera cuando el mundo era más simple y el peligro olía a tabaco y leña. Me imagino dentro, encendiendo una lámpara de aceite, escuchando el crujido de la madera y el silencio absoluto del valle.
Cuando me doy cuenta, el sol empieza a esconderse detrás de las crestas. Las sombras se alargan, estirándose como mis pensamientos. Me siento sobre una roca junto al río y respiro profundo.
En ese instante entiendo que no he venido a buscar respuestas, sino a recordar que existe algo más allá de las listas de tareas y los relojes. Algo que late en la tierra mojada, en el canto lejano de un pájaro, en la calma que se cuela entre las costillas cuando uno se siente diminuto y eterno a la vez.
Me levanto. El sendero sigue ahí, retorciéndose suave, invitándome a perderme un poco más. No sé si volveré mañana, el año que viene o nunca. Solo sé que hoy he sentido, por fin, que el silencio puede ser un hogar.
Y sigo caminando, mientras el valle entero parece exhalar un suspiro largo, como si la montaña me abrazara sin decir una sola palabra.
«Si has construido castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; allí deberían estar. Ahora pon los cimientos debajo de ellos.» (Henry David Thoreau, nacido el 12 de julio de 1817 para utilizar las manos y la cabeza para escribir y filosofar, no para construir castillos)
Y que cumplas muchos más de los 41 de hoy a ver si te da tiempo a cantar alguna canción tuya, porque voz, lo que se dice voz, tienes.
Tots som ell
El Gerard va marxar una tarda de pluja, deixant la porta oberta i un petó penjat al mirall. Ningú no va entendre res, ni tan sols ell. Diuen que el va empènyer una cançó antiga, una promesa que no sabia que havia fet. Ara balla per estacions buides, somriu a desconeguts i escriu cartes que no envia. Alguns el jutgen, d’altres el somien. Però tots, en silenci, voldríem ser ell: lliures, salvatges, irresponsables. Perquè, en el fons, Anyone of us podria ser qualsevol. I tots, alguna nit, ens hem volgut perdre.
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