viernes, 1 de agosto de 2025

LAS PATATAS DESCIENDEN DEL TOMATE

Yo sé que tú me ves redonda, humilde, de aspecto terrenal y con algo de acné botánico. Pero tengo un secreto.

Soy hija de un tomate.

Ya, respira. A mí también me costó.

Me lo dijo un investigador chino con bata blanca, mirada seria y voz de documental de Netflix. “La patata proviene de una hibridación entre el tomate y el Etuberosum”, dijo, y yo, desde mi bolsa de malla del supermercado, sentí que se me removían los almidones.

Porque claro, nadie te prepara para eso. Una pasa toda la vida creyendo que viene de una estirpe digna de raíces profundas, de ancestros andinos, de batallas contra el hambre. Y de repente te dicen que en tu árbol genealógico hay un tomate silvestre, ese frutito creído que siempre anda exhibiendo su rojo jugoso en las ensaladas.

El tomate. Ese influencer de la huerta.

¿Y mi madre? Etuberosum. Elegante, seca, incapaz de producir ni un mísero tubérculo, pero con una actitud que podía marchitar a un cactus. Ella nunca quiso hablar del tema. Decía que no era momento. Que las hibridaciones son cosas privadas.

Pero a ver, ¡nueve millones de años ocultando al padre de tus hijos! Eso roza el abandono parental.

Desde entonces tengo una crisis de identidad. ¿Soy hortaliza? ¿Fruto subterráneo? ¿Un error botánico que salió bien? Tengo genes que me hacen brotar bajo tierra, sí, pero también me late un corazoncito de solanácea moderna.

No sé si quiero ser parte del estofado o del gazpacho.

Y tú pensarás: “pero si las patatas son la base de todo”. Mentira. Somos el plan B del arroz, el sidekick del filete, el colchón del huevo frito. Nadie dice: “voy a cenar solo patatas”. Bueno, salvo los borrachos.

A veces, en mis fantasías más salvajes, imagino un mundo donde las patatas tienen apellido, como los vinos: “Esta es una Patata de Cosecha Etuberosum-Tomato, híbrido del 8.000.000 a.C., con notas terrosas y final ácido”.

Pero no. Me fríen, me aplastan, me clonan. Porque sí, encima soy clon. La mayoría de nosotras no conocemos el sexo. Ni romanticismo, ni flirteo genético. Solo cortar un trozo y repetir. Como Excel, pero con ojos.

Y aún así, aquí estamos. Sosteniendo el sistema alimentario mundial.

Así que la próxima vez que veas una patata y pienses “qué simple”, recuerda que detrás de esa piel rugosa hay una historia de pasión vegetal, de mezcla prohibida, de tomates rebeldes y raíces conservadoras.

Sí. Las patatas descienden del tomate.

Y aún no lo hemos superado.

«La evolución no es una lucha por la vida individual, sino una danza de genes a través de cuerpos que son apenas vehículos pasajeros» (William Donald Hamilton del 1 de agosto de 1936. Explicó en una sola frase la historia del relato)

Esta es la canción sugerida para el relato de hoy. Describe el drama interior de una patata al descubrir que es hija de un tomate. No apto para ojos sensibles vamos, que no lo veáis con menores (y algunos mayores) que luego empiezan a hacer preguntas y no sabéis qué decir. 

Les fulles, el llum i la carn

Va entrar al menjador amb la camisa mig desbotonada, ulleres de sol i una ampolla de vi sense etiqueta. Ningú el va presentar. Ningú ho va creure necessari.

Al principi, només ballava ell. I després, com si una espècie de febre subterrània s’hagués despertat, tothom va començar a descordar-se una mica: la corbata, les mitges, les inhibicions.

La senyora Bonet va trencar una copa amb un crit que no va sonar de dolor. En Joanet va perdre el mòbil i la fe en la monogàmia.

Aquella nit, el poble va conèixer el seu altre nom.

Cochon Ville.


 

 

 

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