jueves, 18 de septiembre de 2025

EL REFLEJO QUE PEDÍA UN PRECIO

No podía creer lo que veía: en el espejo del baño estaba ella. No su foto amarillenta en un marco, no su voz atrapada en un contestador antiguo, sino ella. La misma mujer que había enterrado hacía un año entre coronas de flores y palabras huecas. Y sonreía.

Quise tocarla, como si el cristal pudiera ceder a la presión de mis dedos, pero lo único que encontré fue frío.

—Te extraño —susurró—. No sabes cuánto.

El corazón me retumbó como si buscara salir corriendo de mi pecho. ¿Alucinación? ¿Un truco de mi cerebro insomne? No importaba. Quería creerle. Y cuando alguien desea creer, ya está perdido.

Ella volvió días después, esta vez en la ventana del dormitorio. Con la misma dulzura, con el mismo veneno.

—Solo falta un paso —me dijo.

—¿Cuál?

—Vende la casa.

Me reí. Una carcajada seca, absurda. La casa: ese lugar que habíamos comprado con ilusión y cuotas interminables, el lugar donde aún olía a su champú. Ella insistió. Era la única manera de liberarla. Y yo, que nunca supe decirle que no ni en vida ni en muerte, terminé diciendo sí.

Firmé la venta sin mirar atrás. Y de inmediato apareció la recompensa: una casita de madera en el campo, con jardín, porche y una mecedora que parecía aguardarnos desde siempre. Allí me abrazó como si el tiempo no existiera, como si todo hubiera sido una prueba maldita.

Durante semanas viví hipnotizado. Ella cocinaba, reía, me acariciaba la espalda hasta dormirme. Pero poco a poco su sonrisa se torció. Prohibía libros, noticias, incluso la música. Solo me quería para ella, como si el mundo fuera un rival peligroso. Cuando discutíamos, me miraba fijo y escupía:

—Te odio, mi amor. Eres lo único que me detiene.

Una noche el cielo se rompió en truenos. Ella tomó mi mano y me dijo que no temiera, que había llegado la hora.

—¿La hora de qué?

—De la verdad. Yo no soy tu esposa. Soy un ángel. Todo esto —señaló la casa, la comida, incluso mi piel temblorosa— es ilusión. Era la prueba final: saber si estabas dispuesto a dejarlo todo por mí.

Me sonrió con esos ojos verdes imposibles.

—Lo has hecho. Has pasado.

No sé si aquel trueno fue el aplauso del cielo o el estallido de mi cordura. Solo sé que, de nuevo, elegí creerle.

«La vida no es justa. Nunca lo fue y nunca lo será. La única justicia posible es la que el hombre fabrica con su propia compasión» (William March, nacido el 18 de setiembre de 1893 para darnos un baño de realidad)

Hoy hubiese cumplido 93 años pero la dictadura del general Pinochet creyó conveniente acabar con él a los 41. Nosotr@s siempre lo recordaremos.  

La pluja dins els ulls

Et recordo, Amanda, amb els peus molls i el cor accelerat. La pluja no era res comparada amb l’absència que t’esperava. Caminaves de pressa, com si cinc minuts poguessin contenir tota una vida. El seu somriure t’era refugi, la seva veu, promesa. Després, només el silenci, llarg i fred com el passadís buit de la fàbrica. Encara avui, quan cau l’aigua i la ciutat s’apaga, em sembla sentir els teus passos buscant-lo, com si mai haguessis deixat de córrer sota aquella mateixa pluja.


 

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