miércoles, 10 de septiembre de 2025

 INTERESES DEVENGADOS (II)

El domingo llovió con ganas. Las aguas gordas de septiembre bajaron por la calle como si el cielo volcara cubos. La finca se quedó a oscuras. Bajé con una linterna y el administrador apareció, empapado como un filósofo en la ducha.

—Han saltado los plomos —dijo, inútil—. No sabemos por qué. Llama a alguien.

—A “alguien” no existe —respondí—. Puedo intentarlo yo.

En el cuarto de contadores olía a óxido y a domingo. Un zumbido agudo se quejaba detrás de la pared. Subí la palanca principal y la luz volvió como si entrara corriendo desde el pasillo. Un niño en el tercero aplaudió. Doña Rosa gritó “olé”, como si yo fuera un torero que, en vez de toro, hubiese esquivado al aburrimiento. Un vecino que jamás me saluda me dijo “bien, chaval”, y por un segundo me importó poco que me llamara chaval con mis cincuenta y tres. Sumé aplausos a mi haber con la mezquindad contable de quien aprende a confiar a base de enumerar.

Esa tarde, alguien llamó a la puerta. Era Lu, con una bolsa de papel kraft.

—Cerramos por lluvia —dijo—. Me dijeron que habías hecho magia con los plomos. Traigo un bizcocho. No acepto devoluciones.

Nos reímos. Probamos el bizcocho, más honesto que muchos poemas. Tenía perfume de ralladura de limón y fondo de aceite de oliva. Me pidió ver el dibujo de la balanza en la libreta. Se la di, con el pudor exacto de quien muestra una herida recién vendada.

—Qué obsesión con los recibos, Nicolás —dijo, sabiendo mi nombre sin que yo se lo hubiera dicho.

—Me hace sentir menos idiota.

—Te hace sentir contable del viento. Mira: —cogió un bolígrafo, dibujó un círculo que encerraba la balanza—. El problema es el marco. Miras sólo a la persona a la que has dado. Pero la vida te devuelve por la periferia. No por el centro.

—Quiero que me devuelva por el centro.

—Eso es narcisismo con horarios de oficina.

—¿Y si no vuelve nada?

—Ya volvió. Te llamaré para que me cambies una bombilla cuando no llegue. —Se levantó—. Y te dejo este número, por si te apetece perder al ajedrez otra vez. —Dejó un papelito en la mesa—. Ojo: juego con reina. Soy poco didáctica.

Cuando se fue, aspiré su rastro como quien guarda un rumor en el bolsillo. Me acosté con el bizcocho en el estómago y la sensación de que la justicia —al menos la del cariño— tiene una letra pequeña de esas que no muestran en los anuncios. No te prometen a “esa” persona; te prometen multiplicación en otra parte. Como si tiraras una piedra al lago y el temblor llegara a una barca, no a la orilla que miras.

Los días siguientes afiné el oído. Fui con mi madre a comprar medias y escuché a dos chicas discutir si querían flores o plantas que sobrevivieran a los olvidos. Fui al mercado y miré a una mujer con bata decirle a otra “ven, cógelo tú, que yo ya cogí demasiado”. En el bus, un señor robusto dejó su asiento a un adolescente con muletas sin poner gesto de mártir. Empecé a notar lo que antes ignoraba, como cuando te compras zapatos rojos y de pronto todo el mundo parece llevarlos. La ciudad estaba llena de pequeños depósitos de amor con interés variable.

También llegaron las recaídas. Abrí el cajón de la cómoda y allí estaba la entrada del cine que ella no quiso usar. Le escribí un mensaje que borré. Me propuse no escribirle jamás, una propuesta tan ambiciosa como dejar el azúcar en todas sus formas. Me consolé pensando que hay abstinencias que hacen bulto para poder ser victoriosas. Cometa, que me siente los bajones, se me sentó encima. Le conté la historia en voz baja; me escuchó con la atención que los perros fingen para no interrumpirnos. Me lamió la mano. He visto estrategias peores.

«Sólo la emoción conmueve, porque la emoción es, a fin de cuentas, la única razón de la pasión.» (Esta frase es de las mías, pero la dijo antes –mucho- Eliseo Alberto, poeta cubano nacido el 10 de setiembre de 1951. Podría estar vivo, pero no: tal vez lo matase la pasión)

Cynthia Lennon hubiese cumplido hoy 86 años pero se apeó en la estación de los 75; muchos para la vida que llevó, llena de vino y LSD. Fue la primera mujer de John Lennon mi ícono de todos los tiempos. Con él tuvo a su hijo Julian a quién Paul McCartney le dedicó la canción del vídeo cuando sus padres se divorciaron un 22 de agosto de 1968. Como habréis observado hago encaje de bolillos con las fechas y personajes para poner cualquier canción de The Beatles y derivados. Que tingueu bona Diada.   

Carta a en Jud

En Jud s’asseu al pont de ferro. Porta massa dies rient per no trencar-se. Li dic que el dolor no és patrimoni; que el cor espatllat admet cargols nous. Li demano que obri la finestra i deixi entrar una altra veu. A la barra, el cambrer escombra restes d’una tempesta domèstica. La ciutat té gust de llimona i de fum. Ens equivoquem amb dignitat: ell dubta, però m’allarga una pedra perquè escrigui damunt l’aigua. Hi poso el nom que espanta i escalfa. El riu llegeix en veu alta. I riu.


 

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