EL MINUTO MÁS LARGO

El minuto empezó antes de que lo pidieran.
Mucho antes de que sonaran las campanas o la presentadora del acto aclarara la voz con solemnidad prestada.
Empezó cuando lo vimos llegar.
Con su traje negro, nuevo. Su cara, rehecha. Su paso, firme.
Como si no hubiera dicho lo que dijo.
Como si no hubiera hecho —o dejado de hacer— lo que hizo.
Como si no supiera que no lo queríamos allí.
El presidente de la Comunidad Valenciana caminó entre nosotros como un turista despistado, incapaz de leer el idioma del duelo. Evitaba miradas, pero no las cámaras. No trajo flores. Tampoco disculpas. Trajo su presencia, que era lo único que le habíamos pedido que no trajera.
Las familias se tensaron. Algunos bajaron la vista. Otros apretaron la mandíbula hasta el crujido.
Un niño, en la tercera fila, preguntó por qué venía ese señor si mamá no quería verlo ni en las noticias.
Nadie respondió.
En los funerales, se educa en silencio.
La presentadora pidió un minuto.
Y el mundo se quedó sin ruido.
Pero no sin voces.
En ese silencio cabe todo:
Las sirenas que llegaron tarde.
Las casas que se cayeron solas.
Las manos que no llegaron a agarrar otras manos.
Las llamadas que no devolvieron.
Y esa rueda de prensa —la suya—, en la que dijo que todo estaba bajo control mientras la gente trepaba a los tejados para no morir.
A los treinta segundos, se escuchó un sollozo.
A los cuarenta, alguien se levantó y se marchó.
A los cincuenta, el presidente se movió en su asiento, incómodo.
Al llegar al minuto, nadie aplaudió. Nadie suspiró.
Porque en este país, hay minutos que duran para siempre.
Y este —el más largo— aún no ha terminado.
Ni lo hará, mientras siga sentado ahí.
Como si nada.
«Llorar puede traer alivio, siempre que no llores a solas.» (Ana Frank 1929-1945. Nunca lloraréis sol@s)
Y nunca me cansaré de poner esta melodía en ocasiones muy especiales...
Niu a la butxaca
Quan sona El cant dels ocells al vell transistor de l’àvia, el carrer es posa dret. Les persianes tremolen com ales. Jo paro la tassa, escolto: cada nota fa olor de farigola mullada. Recordo els que se’n van, els que no tornen, i m’hi afegeixo en silenci, com si respirar fos traduir-los. Un pardal aterra a la barana i em roba una engruna de pa i un record. Li deixo la porta oberta. Avui el pau no és una paraula: és un ocell que em nia a la butxaca.
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